domingo, 14 de diciembre de 2008

DERECHOS HUMANOS

El día 10 de diciembre de 1.948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y ahora se cumplen 60 años de la aparición en nuestras vidas de tan importante documento y, naturalmente, los medios de comunicación se han hecho eco de la efeméride y han comentado las bondades y aciertos de la declaración, su importancia para la humanidad, y también su falta de cumplimiento en algunos países o en determinados casos.

No hay duda de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos constituyó un hito sin precedentes en la historia y civilización del género humano, pues aunque algunos grupos humanos habían elaborado leyes que mejoraban la convivencia entre los hombres, nunca se había llegado a aglutinar en una sola norma una serie de anhelos y deseos del género humano, que necesitaba desterrar muchas injusticias, atropellos y humillaciones que había estado sufriendo durante siglos bajo la tiranía y la opresión de quienes tenían el poder, la fuerza, las armas, o la riqueza, o como consecuencia de leyes que sólo se hacían para favorecer a determinados grupos. No en vano, en el Preámbulo de la Declaración se dice, entre otras cosas: “..el menosprecio de los derechos humanos ha originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad..”

Sin embargo, con la perspectiva que nos dan los 60 años de aplicación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y considerando que en algunos casos sólo ha sido puesta en práctica parcialmente, o no tenida en cuenta, se observa que la citada norma, que, sin duda, se hizo con la mejor buena voluntad de los hombres que la crearon, no quedó completa para que la humanidad supiera qué podía recibir y que tenía que dar. En efecto, únicamente se habla de los derechos y libertades que se nos deben respetar, pero nada se dice de las obligaciones que todos tenemos que observar y cumplir, en justa política de reciprocidad: recibir y dar.

Si no me equivoco, en toda la citada Declaración sólo se cita la palabra “obligaciones” en el artículo 10, que dice: “..toda persona tiene derecho a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal para la determinación de sus derechos y obligaciones..” pero de este párrafo no parece derivarse ninguna obligación real, de la misma manera que sí se declaran derechos y libertades reales los que se detallan en la mencionada norma.

Alguien podrá argumentar que las obligaciones de los ciudadanos vienen impuestas por las leyes, que deben ser cumplidas, pero de igual manera se puede argüir que también los derechos y libertades se encuentran en las leyes, y, sin embargo, se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que quizá, según mi forma de pensar actual, habría quedado mejor llamándose la Declaración Universal de las Obligaciones y los Derechos Humanos. Y como todavía hay seres que no respetan los Derechos Humanos, ni siquiera el más importante, como es el derecho a la vida, habría que ir pensando en incluir un nuevo artículo en el que se advirtiera que quien no hubiera respetado, de forma clara y demostrable, los derechos humanos de los demás, no podría invocar, solicitar o pedir que se respetaran sus propios derechos humanos. Es, simplemente, una cuestión de justicia recíproca.
14 de diciembre de 2008
Luis de Torres

sábado, 6 de diciembre de 2008

¿CONSTITUCIÓN O INTOLERANCIA?

En los últimos días hemos conocido dos sucesos que han levantado un gran clamor entre una buena parte de los ciudadanos españoles: La negativa de colocar una placa en algún lugar del Congreso de los Diputados en recuerdo de la monja española María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, que había nacido en un inmueble de Madrid cuyo sitio está ocupado ahora por las dependencias del Congreso y, por otra parte, la sentencia del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 2, de Valladolid, que ordenaba retirar los crucifijos de un colegio público, alegando conculcación de derechos fundamentales consagrados en los artículos 14 y 16.1 de la Constitución Española.

En ambos casos se observa la implantación de la política progresista del actual gobierno, que muchos españoles la entendemos como la política destructora de las tradiciones, costumbres, religiosidad e historia de nuestra patria. A la monja María Maravillas Pidal, con la colocación de la placa, no se la quería recordar por el simple hecho de haber nacido en un determinado sitio de Madrid, sino porque había dejado una huella en nuestra historia reciente por su buen hacer entre las gentes de su época, y este reconocimiento se quería plasmar en el sitio donde nació, como se hace en otras muchas ciudades de todo el mundo, donde se recuerda que algún ciudadano sobresaliente nació, vivió o murió en aquel lugar.

Y en cuanto a la retirada de los crucifijos, algunos políticos, y también algún juez, siguen confundiendo aconfesional con laico, pues en el artículo 16.3 de nuestra Constitución se dice: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”; es decir, el Estado Español será “aconfesional”, que no laico, pues si lo fuere, no se podría haber incluido en el citado artículo 16.3 lo siguiente: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.” Esta obligación explícita que tiene el Estado Español anula y deja sin efecto el supuesto estado laico.

También parece que los políticos olvidan la historia, no solamente de España sino de toda Europa y de los países que recibieron la cultura, la lengua, las costumbres y la influencia de los europeos. Y esa historia europea, tal y como la conocemos ahora, aunque a algunos no les guste, se forjó con el cristianismo, sea éste ortodoxo, católico o protestante, y los europeos debemos sentirnos orgullosos de haber forjado una cultura que ha dejado una impronta imperecedera en todo el mundo; cultura que se generó con las ideas y la moral que trajo la religión cristiana, después del colapso del imperio romano. Sin embargo, el cristianismo, como doctrina superior a las que había tenido anteriormente la humanidad, no quiso destruir sino incorporar a su cultura lo bueno que habían tenido otras civilizaciones, especialmente la greco-romana, y asimiló avances tan importantes para los europeos como el latín y el griego, el derecho romano, la arquitectura, el teatro, las artes, etc., logrando un sincretismo que, con el paso de los siglos, dio forma indestructible a la Europa cristiana que ha llegado hasta nuestros días, que debemos conservar para nuestro bien y el de las generaciones futuras.

Los que quieren ir por el camino del laicismo y el relativismo, e imponer estas creencias al resto de la humanidad, sólo lograrán la desunión de los pueblos, el enfrentamiento fraternal y el malestar espiritual y material de las personas, porque las raíces cristianas están tan profundamente establecidas que será muy difícil desarraigarlas, y si el desarraigo llegara a producirse, quizá nos enfrentáramos al desastre, el desorden y el caos.

Por el camino que vamos me asusta pensar que algún iluminado, en nombre del laicismo, además de quitar los símbolos religiosos de escuelas y centros públicos, cayera en la cuenta de que también había que quitar el numeral correspondiente al año, porque la cifra tiene una derivación claramente religiosa y cristiana, puesto que no hay que olvidar que los años los contamos a partir del nacimiento de Cristo.
6 de diciembre de 2008
Luis de Torres

martes, 28 de octubre de 2008

NO ME EQUIVOQUÉ

Cuando me enteré que el día 8 de octubre de 2008 los bancos centrales europeos y americanos habían decidido bajar el interés básico un 0,50% pensé que a los pequeños ahorradores nos habían asestado una puñalada, que, sin ser mortal, era ciertamente dolorosa, porque venía a reducir aún más nuestros siempre pobres ingresos financieros, procedentes, asimismo, de nuestros siempre escasos ahorros.
Como consecuencia de esta situación, el día 19.10.08 publiqué en mi blog una entrada bajo el título de "¿Quién se acuerda de los ahorradores? y en este escrito vaticinaba que "tanto bancos como cajas de ahorro y hasta el propio Tesoro Público se apresurarían a bajar los intereses"
Y no me equivoqué, pues ayer pasé por el Banco de España y recogí la hoja del Tesoro Público donde se publican las condiciones de la subasta próxima de Letras del Tesoro y los resultados de la subasta anterior, y me quedé estupefacto. Pues, efectivamente, yo no me había equivocado al vaticinar que se produciría una rápida bajada de los intereses para los ahorradores, que yo, quizá cándidamente, evalué en un porcentaje alrededor del 0,50%, en línea con lo acordado por los bancos centrales, pero sí me equivoqué, y en gran medida, al utilizar la lógica en cuestiones financieras, pues ahora, según estamos viendo, entre crisis, falta de liquidez, refundación del capitalismo, masivas ayudas dinerarias a la banca, pánico en las bolsas de valores y otras cuestiones con las que los ciudadanos nos hemos dado de bruces, sin tener ninguna culpa, sino como víctimas de los codiciosos, la lógica de todo tipo ha desaparecido y nadie sabe si nuestro futuro marchará por una autopista, una calle peatonal o un camino vecinal.
Y toda esta reflexión la hago porque la bajada del interés de las Letras del Tesoro a 12 meses, en relación con la anterior subasta del mes de septiembre, fue del 0,975%, que es el resultado de restar al 4,298%, que fue el interés medio de septiembre, el 3,323%, que ha sido el interés medio de la subasta del 15 de octubre.
Pero mientras los ahorradores, o compradores de Letras del Tesoro, que generalmente somos personas prudentes, recibimos esta mala noticia, el Tesoro Público, que aceptó peticiones en la subasta de octubre por valor de € 4.866.780.000, se benefició de un menor gasto por intereses de € 47.451,105. ¡Y aún nos dijeron que a los ciudadanos no nos iba a costar ni un céntimo las ayudas que diera el Estado!
Y este disgusto no termina aquí, ya que, hoy mismo, se nos anuncia otra posible bajada de los tipos de interés. ¿Cuántas otras calamidades nos pueden azotar por no haber puesto coto a tiempo a eso que llaman el liberalismo económico, pero que yo llamaría la dejación de funciones de control lógico de los gobiernos?
28 de octubre de 2008

Luis de Torres

domingo, 19 de octubre de 2008

¿QUIÉN SE ACUERDA DE LOS AHORRADORES?

Estamos viviendo una época de cambio, de convulsiones financieras, de alarma, de posible transformación de los sistemas políticos, de pánico en las bolsas de valores, y, en definitiva, de CRISIS, esa palabra que tanto tiempo estuvo esquivando nuestro gobierno pero que, en definitiva, tuvo que aceptar ante el evidente colapso de buena parte de la economía.

Después empezaron a surgir las reuniones, las discusiones, las ideas, lógicas o disparatadas, los acuerdos y los pactos, para ver si se ponía remedio a tanta calamidad, y, si mal no recuerdo, la primera medida que se adoptó y se llevó a la práctica fue la bajada de los intereses, y, además, de común acuerdo entre europeos y norteamericanos, y en vez de reducir el interés en un moderado 0,25, los dirigentes de uno y otro lado del Atlántico decidieron dar un hachazo del 0,50 al tipo de interés básico que se tenía en aquel momento, e incluso se mencionó la posibilidad de seguir en el próximo futuro con más bajadas del precio del dinero.

Las grandes mentes pensantes financieras creyeron que ésta era una buena medida, pero quizá se precipitaron en sus juicios porque este recorte en el tipo de interés, que puede ser bueno indudablemente para determinados sectores, actividades o colectivos, es, al mismo tiempo, malo y perverso para otros grupos, e inadecuado económica y políticamente. En efecto, cuando la inflación desborda todas las previsiones, sigue en ascenso y no se sabe cuándo va a terminar esta tendencia, siempre habíamos sabido que una importante medida de contención era la subida de los tipos de interés. Ahora, sin embargo, cuando la inflación es uno de nuestros grandes azotes se toma la decisión equivocada. ¿O es que antes nos estaban enseñando mal las lecciones de macroeconomía?

Pero aparte de que nos hayan dado las lecciones bien o mal, hay otra circunstancia de la que ningún político habla, quizá porque esté prohibida en los altos niveles en que se mueven, o posiblemente porque no convenga airearla. Me refiero a que la bajada de intereses es lesiva para cientos de miles de pequeños ahorradores que, como laboriosas hormiguitas, van ahorrando céntimo a céntimo unos cuantos euros para tener siempre una reserva para lo que pueda pasar. Estos ahorradores se encuentran entre los trabajadores, funcionarios, pensionistas, jubilados, etc., que formamos un enorme colectivo de ciudadanos con escasos ingresos, pero que deseamos rentabilizar en lo posible nuestros pequeños ahorros, los cuales son bienvenidos por bancos y cajas, por el pasivo barato pero importante que les aportan. Pero ahora los políticos, que tanto hablan de que los ciudadanos no tendremos que pagar ni un céntimo para arreglar la crisis, con la bajada de intereses nos han convertido en los primeros en tener que aportar parte de nuestros exiguos rendimientos, pues no tenemos duda de que tanto bancos como cajas de ahorro y hasta el propio Tesoro Público se apresurarán a bajar los intereses en todos los depósitos dinerarios y productos financieros.

Y los humildes y sufridos pequeños ahorradores tendremos que seguir soportando la elevada inflación que se ha estado generando por los codiciosos de todo tipo y por la inactividad y abulia de los gobernantes, que no solamente no han sabido, no han podido, o no han querido cortar la desaforada especulación sino que, en muchos casos, se han subido al mismo carro y nos han abrumado con impuestos más allá de lo legal o razonable.
Dicen que el ahorro es una virtud, pero cuando la remuneración de este ahorro está por debajo de la inflación se convierte en una virtud agredida y maltratada y en una erosión continuada y destructora de las economías de los millones de pequeños ahorradores de los que nadie, economistas, o políticos, o financieros, parece acordarse.

19 de octubre de 2008.

Luis de Torres.

sábado, 13 de septiembre de 2008

AUSCHWITZ

Desde hace más de 60 años este nombre ha golpeado mi mente con adjetivos tales como ominoso, abominable, horrendo, terrible u odioso, pues a partir del final de la Segunda Guerra Mundial nos empezaron a llegar noticias sobre las actividades que los nazis estuvieron llevando a cabo en este campo de concentración y exterminio, que fue quizá el mayor en extensión, incluyendo Auschwitz II Birkenau, y también el mayor en horrores, dolor, desesperanza y muerte.

Nunca creí que pudiera llegar a pisar aquel campo de concentración, pues yo sabía que su puerta de entrada estaba coronada con la siguiente frase: ARBEIT MACHT FREI (El trabajo te hace libre), pero también había leído u oído que todo el que traspasaba aquella puerta jamás salía del campo. Sin embargo, en la pasada primavera me ofrecieron unirme a un grupo que iba a hacer un viaje a Polonia, y entre los lugares a visitar se encontraba Auschwitz. Acepté inmediatamente, pues siempre he tenido el deseo de conocer sitios y lugares donde se desarrolló la historia de la humanidad, y más aún si los acontecimientos se produjeron durante mi propia vida.

Y llegó el día de la marcha y de pisar tierra polaca, y tengo que decir que aquel viaje me llenó de satisfacción, pues visitamos varias ciudades y lugares importantes, aprendí algo más de la historia desgraciada del pueblo polaco, viví la veneración que aquellas gentes siguen sintiendo por el Papa Juan Pablo II, y me asomé al río Vístula, ese gran río que es la columna vertebral de Polonia. Hoy, sin embargo, no quiero hablar de mi viaje a Polonia, sino únicamente de mi visita al campo de concentración de Auschwitz.

Cuando llegamos a la entrada del campo, reconocí enseguida la frase que coronaba la puerta de entrada: Arbeit Macht Frei y la última palabra, Frei, que tiene resonancias de libertad, me pareció una sarcástica burla y un engaño para todos aquellos seres desgraciados que tuvieron la mala fortuna de cruzar aquella fatídica puerta, pues en vez de libertad tuvieron un inhumano cautiverio, trabajos forzados hasta la extenuación, hambre, sufrimiento y después, en la mayoría de los casos, la muerte en las cámaras de gas o junto al paredón de fusilamiento.

Comenzamos la visita. No sé si sentíamos temor, reverencia o aprensión, o si éramos conscientes de que en aquel lugar otros seres humanos como nosotros, con posibles ideas religiosas o políticas diferentes de las nuestras, pero capaces de amar, de gozar, de soñar y de luchar por el bien de su familia y de su patria, habían sido humillados, maltratados, despojados de su dignidad de personas, sin más identificación que un número y convertidos en la sombra de una vida rota y sin valor.

Creo que no nos dábamos cuenta de que aquellas calles, barracones, edificios de ladrillos rojos que albergaron diversas actividades, verjas que en su día estuvieron electrificadas, y hasta los árboles que daban sombra en algunas calles, fueron el infierno en la tierra para alrededor de 1.300.000 prisioneros, según las estadísticas a que tuvimos acceso.

Siguiendo las instrucciones de nuestra guía polaca, fuimos entrando en varios edificios y nos dimos de bruces con los recuerdos que dejaron tantas víctimas de aquella época de locura, de ambición de conquista, de imposición de unos grupos humanos sobre otros y de venganza de un pueblo que ya tenía en su historia la pérdida de una guerra mundial. La gran nación alemana quiso ganar con las armas lo que habría podido obtener, sin lucha y sin dolor, sin sufrir ni hacer sufrir a otros, poniendo en movimiento su poderosa industria, su capacidad intelectual, su laboriosidad y tesón y su bien organizado comercio, el liderazgo europeo y la prosperidad para su pueblo, como así ha ocurrido últimamente, cuando las guerras quedaron desterradas de Europa occidental y los odios entre contendientes fueron sepultados, ojalá que para siempre, en el pozo del olvido.

Entramos en los edificios que ahora se han convertido en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, y lo que fue un lugar de horror y muerte ahora es un sitio que atrae a miles de turistas, aunque estoy seguro que todos los que hemos traspasado la fatídica puerta lo hemos hecho con respeto, con recogimiento y hasta con devoción, sintiendo en nosotros mismos un poco de aquel sufrimiento que las víctimas dejaron impregnado en aquellas paredes y en aquel ambiente. Nadie, estoy seguro que nadie, hizo la visita con alegría o desinterés.

Pisando escaleras, salas y naves, las mismas que pisaron las víctimas, nos enfrentamos con innumerables recuerdos que dejaron los prisioneros, todos ellos depositados detrás de unas grandes cristaleras para aislarlos de los visitantes. Según pasábamos de una sala a otra, podíamos leer la clase y cantidad aproximada de artículos que se habían recogido de los barracones, celdas u otras dependencias, y el resumen de todo aquello era estremecedor:
Más de 80.000 zapatos, muchos de ellos de niños pequeños, alrededor de 3.800 maletas, de las cuales más de 2.000 llevaban el nombre o la firma de su propietario, alrededor de 12.000 ollas u otros enseres de cocina, alrededor de 40 kilos de gafas, unas 460 prótesis, 570 uniformes de los prisioneros, más de 500 prendas de ropa civil o de uso ceremonial de los judíos y, quizá, una de las cosas más escalofriantes era una montaña de pelo humano, con un peso estimado de más de dos toneladas, que fue cortado a las mujeres que habían ingresado en el campo, con el propósito de que sirviera de materia prima para hacer tejidos con los que confeccionar prendas de vestir, como parece que ya se hizo con otras cinco toneladas que se habían mandado a los telares. También, muestras de los tejidos y de las prendas estaban expuestas en aquella sala.

Ahítos de horror salimos de aquellos edificios para llegar a otros sitios que aún nos iban a causar mayor dolor y tristeza. Bajamos a unos sótanos donde estaban las celdas de castigo, algunas de las cuales eran tan pequeñas que el prisionero sólo podía permanecer de pie, o caído en el fondo de aquel estrecho antro como una marioneta rota y sin vida. Quizá salimos de allí con el corazón oprimido de angustia, para llegar enseguida a otro punto donde sólo se olía a muerte, aunque también a flores. Era una enorme pared de hormigón, junto a una tapia de ladrillo rojo que unía dos grandes edificios que formaban un gran patio interior. Era el patio de las ejecuciones y el muro de hormigón era el paredón de los fusilamientos. Al pie de aquel siniestro muro se encontraban cientos de flores que cada día depositan personas que rinden tributo a todos los que allí dejaron su sangre caliente y su cuerpo estremecido, mientras que sus almas liberadas se elevaban al cielo que habían soñado.

Después nos fuimos cabizbajos y pensativos hacia otro lugar de barbarie. Las cámaras de gas, donde comenzaba a moverse la maquinaria del exterminio en masa. Allí llevaban a todos los prisioneros que no eran aptos para trabajar: personas enfermas, ancianos, mujeres embarazadas y niños, y, al parecer, con el engaño de que tenían que entrar en las duchas, después del viaje que los había llevado al campo de concentración, los hacían desnudarse y entrar en la nave de exterminio. En el techo de aquella sala se podían ver pequeños cuadrados que se conectaban con el suelo del piso superior, y cuando la nave estaba totalmente cerrada, los nazis dejaban caer por aquellos huecos latas repletas de un producto químico llamado Zyklon B que, al contacto con el suelo, emitía el gas letal que llevaba una muerte lenta a todos los que allí estaban. Después, y como colofón de aquella acción criminal, los cadáveres se incineraban en los hornos crematorios.

La historia nos dice que cerca de 1.100.000 personas perdieron la vida en Auschwitz, de las cuales alrededor de 1.000.000 eran de raza judía.

No obstante, en todo este relato de terror también se nos ofreció una muestra de justicia.
En una pequeña explanada rodeada de árboles, apartada de los barracones y naves, donde la Gestapo tenía sus instalaciones, se alza un pequeño cadalso, preparado para un ahorcamiento, y cerca de él existe un tablero con el mismo texto en polaco, inglés y hebreo, cuya traducción es la siguiente:

El primer comandante de Auschwitz, SS-Obersturmbannführer, Rudolf Höss, que fue juzgado y sentenciado a muerte después de la guerra por el Tribunal Supremo Nacional Polaco, fue ahorcado aquí el 16 de abril de 1947.

Cuando salí de Auschwitz y dejé a mi espalda la puerta con el ominoso letrero “Arbeit Macht Frei” me sentí como si una mano divina me hubiera liberado de aquellas torturas.
Yo sí había salido de Auschwitz. Yo sí era de nuevo un hombre libre.

10 de septiembre de 2008

Luis de Torres

¿ES REALMENTE SOCIAL EL SOCIALISMO?

A mediados de agosto recibí la revista Newsweek del 11.08.08, a la que estoy suscrito, y, como de costumbre, comencé a hojearla para leer los títulos de los artículos, pues confieso que nunca leo la totalidad de los textos, como me ocurre con otras publicaciones, sino solamente aquellos artículos o editoriales que tienen para mí un interés especial o destacado, y aquel día me encontré en el índice de asuntos mundiales esta frase lapidaria: British Labour makes the rich richer (Los laboristas británicos hacen más ricos a los ricos). Me sorprendió sobremanera esta aseveración, pues siempre he creído que el socialismo tendía a elevar la condición económica y social de los trabajadores; es decir, de los humildes y de los pobres. Comencé a leer aquel artículo y pronto me encontré con otra frase terrible: After 11 years of Labour, the gap between the wealthy and the poor is as large as ever (Después de 11 años de Laborismo, la brecha entre los ricos y los pobres es mayor que nunca). Me quedé anonadado. ¿De verdad estaba ocurriendo en el Reino Unido semejante barbaridad? ¿Es que todavía no se habían eliminado las desigualdades que existían en el siglo XIX cuando la Revolución Industrial?

Seguí leyendo el artículo, pero no vislumbré ninguna mejora para el próximo futuro. Después reflexioné y me di cuenta de que también en España estábamos teniendo un fenómeno parecido al británico. Aquí y ahora también los ricos eran más ricos y los pobres éramos más pobres. Estoy seguro que en la filosofía socialista no figura ninguna doctrina, ni norma, ni condición, ni instrucción, ni comportamiento, que haga pensar que se debe proteger al rico aunque sea en detrimento del pobre. Sin embargo, la situación y los hechos en el socialismo que vivimos españoles y británicos nos dicen lo contrario, que algo está fallando, o está equivocado, o se está haciendo mal, pues, muy a pesar de los que militamos en el bando de los pobres, observamos que los ricos son más ricos y los pobres sabemos que somos más pobres.

27 de agosto de 2008

Luis de Torres

LAS GOLONDRINAS DE LA ALCAYNA

Durante muchos años mi casa de La Alcayna se adornaba con la presencia de mis hijos, y algún tiempo después, para aumentar la belleza y la gloria de aquel rincón, llegaron mis nietos, que trajeron felicidad y alegría tanto a padres como a abuelos.
Mis nietos crecieron y se acostumbraron a vivir y a corretear a la sombra de los árboles, cerca de los arbustos, de las plantas trepadoras y de las flores, y a jugar con un perro y con un gato, o a escuchar el croar de alguna rana en el pequeño estanque. También disfrutaban de la sombra del porche donde descansaban o leían, hacían sus deberes escolares, o se entretenían con esas infernales máquinas de jugar que creo que llaman consolas, que es una palabra que a mí me recuerda una mesa con cajones adosada a una pared y no un artilugio electrónico.

Pero un buen día de primavera, y quiero recalcar que ese día fue bueno y venturoso, aparecieron en el porche de mi casa unos pajarillos, que pronto identificamos como golondrinas, que se pusieron a trabajar con tesón y destreza en la construcción de un nido de barro junto a un ángulo recto del porche y muy cerca del techo. Me quedé asombrado de lo pronto que escogieron el sitio, o cómo habían detectado aquel lugar que quizá tenía todas las características que aquellos pájaros necesitaban, pues, además de que aquella esquina les daba un cobijo perfecto, el material para la construcción lo tenían a unos pocos metros, en los bordes del pequeño estanque de mi jardín donde la arcilla estaba húmeda y podían recoger, una tras otra y sin descanso, pequeñas bolitas de barro, que eran los ladrillos con los que construían el cuenco del nido.

Pronto, aquellas golondrinas laboriosas, sin planos ni compases, sin reglas y sin cálculos aritméticos, terminaron su obra arquitectónica, cuya construcción debían tener grabada genéticamente en su diminuto cerebro, o en su ADN, sin tener que pasar por ninguna universidad ornitológica, y después de comprobar con sus pequeños cuerpos que aquel cuévano de barro podía contener holgadamente a sus crías, iniciaron el proceso de reproducción de la especie y la hembra depositó sus huevos en el fondo de su rústica casa y seguidamente comenzó a incubarlos. No sé si el macho también colaboraba en la tarea de dar calor a los huevos, o solamente se afanaba por traer comida a la madre, pero, en cualquier caso, llegó otro día maravilloso en que empezamos a ver cinco bolitas de peluche, cada una con un gran pico que, al abrirse, mostraba una gran caverna roja que era la señal de que allí, y no en otro sitio, los padres tenían que depositar las proteínas que habían obtenido durante sus vuelos.

Los progenitores continuaron incansablemente con su tarea de cazar todos los insectos que volaban en su zona y diligentemente llevarlos a sus crías que, al verlos llegar, se alborotaban, abrían sus bocas al máximo, y con sus gritos pedían la comida que les haría crecer y convertirse en un futuro cercano en aves capaces de volar y también de procurarse su sustento. Este ir y venir, este trabajo de cazar y alimentar a sus pequeños, se hacía durante el día, pues al llegar la noche los padres, quizá extenuados, aunque posiblemente contentos de ver su nido rebosante de vida, se quedaban a descansar sobre unos farolillos que hay en el porche o sobre los barrotes superiores de la reja de una ventana, pero siempre vigilantes de su emergente familia.
Este período de alimentación continuada y diurna quizá duró 2 ó 3 semanas y llegó el día en que los polluelos se llenaron de plumas y asomaban con descaro y valentía sus cuerpecillos sobre el borde del nido, sabedores, tal vez, de que pronto podrían emprender el vuelo y acometer la gran empresa de emigrar hacia el sur y recorrer cientos o miles de kilómetros, en varias etapas, de duración irregular, para llegar al final de su viaje a algún paraíso africano y gozar durante meses del gran festín insectívoro que encontrarían en la sabana, en la selva, en las inmediaciones de ríos o lagos, o en los extensos territorios semidesérticos al sur del Sahara, y volarían ahítos de libertad, de fuerza, de calor y de alegría, aunque también expuestos a los peligros que esconde la naturaleza salvaje, llena de belleza y de vida, pero también de terror y de muerte, donde los seres se catalogan entre predadores y presas, y la supervivencia depende de las habilidades físicas o del mayor o menor desarrollo de los sentidos y del instinto de cada especie.

Aunque era previsible, al final de la primavera o quizá al comienzo del verano, me di cuenta de que el nido estaba vacío y pensé que mis amigas las golondrinas habían emprendido la migración al amanecer, sin ningún adiós, dejando solamente la soledad del nido y las manchas de sus excrementos sobre el terrazo rústico del porche.
Pero me equivoqué, porque al día siguiente volvieron y los jóvenes ocuparon su nido y los padres su atalaya en el farolillo. Y así ocurrió durante tres o cuatro días más, hasta que su ausencia se hizo patente, su vuelo raudo desapareció y su canto dejó paso al silencio. Me pareció que aquellos últimos días habían sido de entrenamiento de los pájaros jóvenes, hasta que los padres decidieron que había llegado la hora de la gran aventura.

Me los imaginé volando hacia el sur, cruzando el mar, y posándose en tierra africana para descansar y alimentarse, para después seguir adelante, guiados por el sol o Dios sabe por qué fuerza, hasta llegar a su destino, que sin duda ya era conocido por los padres, y que las crías que hacían el viaje por primera vez grabarían en sus pequeñas mentes. Busqué un mapa de África y me imaginé una ruta sobre Marruecos, Argelia, Mauritania, Malí, Burkina Faso (antes Alto Volta), Togo, Benin (antes Dahomey), Nigeria, Camerún, Gabón, etc., hasta llegar al corazón de África, y envidié la capacidad de las golondrinas para hacer tan largos recorridos sin más ayuda que su propia vitalidad. Lo más probable es que mi ruta estuviera equivocada, pues las golondrinas nada saben de las fronteras marcadas por los hombres, ni de los nombres que damos a los territorios, pero cualesquiera que fueran los caminos, deseé a las golondrinas murcianas y a sus padres una feliz travesía, una estancia agradable en tierras africanas y mucha suerte para eludir los peligros, y me quedé con la oculta esperanza de que el próximo año volvieran a su nido, que les estaría esperando bajo el porche de mi casa.

Pasaron los meses. Vino un nuevo año y con él otra primavera. Comencé a ver los brotes tiernos de un verde claro de las primeras hojas. En el pequeño estanque, los adormecidos restos de las plantas acuáticas parecieron despertar y moverse, se empezaron a formar las grandes hojas flotantes de los nenúfares y entre las mismas asomaron tímidamente los primeros capullos de las hermosas flores blancas teñidas de rosa, y otro día feliz y venturoso contemplé el regreso de las golondrinas. ¡Habían vuelto todos, padres e hijos!, o así me lo imaginé, pero lo más sorprendente es que algunos de aquellos pajarillos comenzaron a construir otro nido en el ángulo opuesto al primer nido, mientras que otras golondrinas aumentaban el tamaño del nido del año anterior.

Y volvió a producirse el mismo milagro de la reproducción. Dos parejas de golondrinas incubaron cinco huevos en cada nido, y pasado un corto período de tiempo, vi cinco cabecitas con cinco grandes gargantas rojas en cada nido pidiendo alimento a sus progenitores.
Crecieron todos, mancharon aún más el terrazo del porche, y estuve pendiente de su marcha pues quería verlos partir y desearles buen viaje. Un día, casi al amanecer, me levanté para comprobar si aún estaban en los nidos, en la reja o en el farolillo, pero ya habían desaparecido. Salí fuera del porche, me di cuenta de que los primeros rayos de sol estaban acariciando las copas de los árboles y me quedé maravillado. En las ramas altas de un chopo caduco y sin hojas estaba un grupo de golondrinas, todas calladas y quietas, con sus cabecitas dirigidas al sur, quizá calentándose para emprender el largo viaje, la gran y misteriosa epopeya de sus vidas. Las conté y eran dieciocho. No me cuadraban las cuentas. Había más de las que yo esperaba. Pensé que iba aumentando el censo de las golondrinas murcianas y me alegré. Esperé algún tiempo, y después, obedeciendo a alguna señal que yo desconocía, todas levantaron el vuelo, les deseé todo lo mejor, y se perdieron en el cielo. Me quedé, como un año antes, con la esperanza de volverlas a ver cuando de nuevo la primavera estallara de vida, si es que mis menguadas fuerzas me regalaban unos meses más de existencia bajo el sol.


Murcia, 25 de agosto de 2008

Luis de Torres

sábado, 2 de febrero de 2008

LA CONFABULACIÓN DE LOS CODICIOSOS

A principios de este siglo XXI, la mayoría de los españoles pensaba que el futuro sería mejor cuando llegara el euro, esa nueva moneda que se nos presentaba como un portento de virtudes, de poder, de bienestar y de unión entre los pueblos. La peseta con la que vivimos tanto tiempo, a través de monarquía, república, guerra civil, dictadura y democracia, era débil, vieja, caduca y sin futuro. Y con una alegría insensata e imprudente dimos la bienvenida al euro y despedimos a la peseta sin demasiada pena, aunque la recordamos todavía porque nuestra mente se desarrolló con esa moneda para poder comprender y asimilar el valor de las cosas.

No hay duda de que el euro lo crearon los hombres, esos que dirigen los destinos de las naciones, después de hacer innumerables cálculos cabalísticos, para dar a la nueva moneda un valor equiparable, en cada nación, al peso que tenía en cada estado la moneda que iba a fenecer.

Sin embargo, a juzgar por los hechos que se han venido desarrollando, y admitiendo que los creadores del euro pusieron toda su buena fe, candidez y prudencia, parece como si aquellos señores hubieran destapado, sin querer, la caja o el ánfora de Pandora, dejando que salieran grandes males para la humanidad, como son la codicia, la ambición, el egoísmo, la corrupción, etc., pues nadie podrá negar que la llegada del euro fue la coyuntura que vieron muchas personas para dar rienda suelta a su codicia y a su ambición, sin considerar que a sus conciudadanos los iban a convertir en víctimas de sus maquinaciones. Pronto, sin embargo, tanto trabajadores como funcionarios, así como pensionistas y jubilados, se dieron cuenta con horror de que los artículos que valían antes, por ejemplo, 100 pesetas, valían con la nueva situación un euro, y esta transmutación de valores se aplicaba sin ningún pudor en prácticamente todos los productos, servicios, contratación de trabajos, etc., y de esta manera los precios sufrieron en un corto período de tiempo un aumento entre el 50% y el 65%. Algunos llamaron a este fenómeno “el redondeo”, pero su verdadera denominación tendría que haber sido “el atropello, el abuso y el fraude”

Y como dicen que las desgracias nunca vienen solas, la codicia infectó a muchos sectores, en vista de la pasividad de las autoridades, y todos los ciudadanos que dependen de un sueldo o de una pensión vieron cómo sus ingresos se iban quedando más y más pequeños, o cómo resultaba casi imposible adquirir una vivienda con las desorbitadas subidas de precio que se estaban dando en la construcción. Y para justificar la desenfrenada codicia de todos los que se habían confabulado para hacerse millonarios en poco tiempo, se argumentaba que el petróleo había subido mucho, y eso era verdad, pero nadie decía que el petróleo lo pagan caro otros países, y, a pesar de ello, no habían alimentado la codicia en el mismo grado que los españoles.

Después, nos enteramos que con los cereales se estaba fabricando biodiesel, que podrá ser muy ecológico, pero que, de momento, no nos ha traído ningún beneficio y sí más problemas. Como faltan cereales, la especulación, o, como algunos dicen, la ley de la oferta y la demanda, ha subido el precio de los productos básicos, como el pan, la leche, la carne, los derivados lácteos, los productos que se elaboran con harinas, y otros muchos que se han cobijado bajo el paraguas del alza generalizada. Los sufridos ciudadanos, esos que no venden nada, y que dependen de sueldos o pensiones, se han encontrado con más subidas, que van desde el 14% al 26%, sin que tengan ni la más remota posibilidad de que sus ingresos se equiparen a sus gastos básicos.
Mientras tanto, los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. ¿Y qué hacen las autoridades, además de nada, para corregir esta situación? Pues eso, nada. Es preferible, según parece, que la codicia y la ambición anden sueltas y no se las encierre, como antes estaban, en aquella mitológica caja o ánfora de Pandora.