Durante
los últimos tiempos estamos asistiendo a una continua y sistemática llegada de
personas procedentes de países africanos que, reunidas en territorio marroquí,
intentan penetrar en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla para alcanzar
Europa, integrarse en la misma, y lograr una vida mejor que la que tenían en sus países de origen.
Pero
no solamente en España tenemos ese problema, pues también los italianos están
sufriendo ese ilegal y desmesurado acoso con la arribada a la isla de Lampedusa
de cientos de inmigrantes procedentes de las costas africanas, que buscan, como
ocurre con Ceuta y Melilla, poner pie en tierra europea, con la equivocada idea
de que llegan a una especie de paraíso donde hay sitio para todos. Y puede ser
que vean el territorio europeo como una zona de felicidad, abundancia, riqueza,
trabajo bien remunerado y asistencia social, sanitaria y educacional de primer
orden, si todo eso lo comparan con el nivel de vida que se da en muchos países
africanos, pero los europeos, los que hemos vivido, trabajado y luchado durante
generaciones para dar forma a la actual Europa, sabemos que también aquí y
ahora existen dificultades, que el trabajo está siendo escaso, que la pobreza
se deja ver en algunos sitios y que nuestros jóvenes, a pesar de su buena
formación académica, ven el futuro con preocupación. Tenemos un alto índice de
paro que no es estacional sino, desgraciadamente, estructural, y va a ser muy
difícil corregir esta angustiosa situación si seguimos con la apatía
democrática de no tomar medidas drásticas que cambien el rumbo de la actual
tendencia.
La
llegada masiva de inmigrantes, que se presentan en nuestras fronteras como
invasores, pues ni los hemos llamado, contratado o solicitado como mano de obra
necesaria en los países europeos, la debemos cortar inmediatamente porque el
mercado del trabajo en España, y también en el resto de Europa, no tiene
vacantes para absorber miles de personas, cualificadas o sin cualificar, que
pretenden instalarse en la gran patria común que llamamos Unión Europea, pero
si se llegaran a crear puestos de trabajo en el próximo futuro, tales
oportunidades deberían estar reservadas a los europeos, pues no podemos olvidar
que en España y en el resto de Europa, en mayor o menor medida, según los
países, también tenemos unos índices de paro preocupantes.
Asimismo,
las invasiones de personas procedentes de países que no están integrados en la
Unión Europea nos enfrentan a otros problemas no esperados ni deseados, que nos
pueden ocasionar daños, temor, inquietud, desasosiego y gastos. En primer
lugar, debemos citar las enfermedades que puedan transmitirnos los inmigrantes
procedentes de territorios al sur de la zona templada, tales como el ébola, el
dengue u otras patologías que son contagiosas, pues aunque puedan parecernos
personas sanas a su llegada, podría ocurrir que estuvieran incubando la
enfermedad, que la desarrollaran una vez en Europa y que, consecuentemente,
pudieran transmitirla a europeos sanos sin defensas para tales enfermedades.
Descartando,
de momento, el peligro en potencia de las enfermedades, nos encontramos con
hechos reales que se producen cuando los invasores se convierten en atacantes
violentos que intentan derribar vallas, defensas y puertas, sin importarles el
daño material que puedan hacer, además del daño personal que, en ocasiones, causan
a los agentes de la policía española a los que hacen frente con palos, piedras,
botellas y otros objetos que utilizan con agresividad y saña con tal de entrar
en territorio europeo. Y, además de sufrir esas entradas ilegales, violentas y
tumultuosas, les tenemos que acoger, facilitar ropa, comida, alojamiento,
cuidados sanitarios, transporte y otros servicios, y todo ello pagado con los
impuestos de los españoles, pues nos vemos desamparados por nuestras propias
leyes o por directivas comunitarias y no se pueden llevar a cabo las llamadas
“devoluciones en caliente”, que sería lo lógico, porque un invasor, aunque se
le aplique el nombre de inmigrante, tendría que ser expulsado de forma
inmediata por el mismo sitio que entró de forma ilegal, violenta y agresiva.
En
España tenemos una larga historia de invasiones, y aquella que comenzó en el
año 711 nos costó casi 800 años para poderla rechazar, además de la pérdida, a
lo largo de tantos años, de miles de vidas, y de padecer infinitos estragos en
pueblos y campos, saqueos, batallas perdidas, compatriotas esclavizados y mucho
temor, sufrimiento, angustia y pobreza. Afortunadamente, algunos reyes
cristianos pusieron todo su valor, decisión, hombres y medios para acabar con el
yugo que nos impusieron los almorávides, los almohades y los benimerines, que,
en sucesivas oleadas, pretendían llevar sus conquistas hasta más allá de los
Pirineos, y aquellos reyes medievales, en el año 1.212, al mando de Alfonso
VIII, hicieron frente a los poderosos y renovados contingentes de almohades
africanos, y en la batalla de Las Navas de Tolosa pusieron fin, con una gran
victoria, a la expansión musulmana.
Sin
embargo, la decadencia del imperio almohade llevó al poder en el norte de
África a la dinastía de origen bereber de los benimerines, que también tuvieron
apetencias de hacerse con la península ibérica, pero que, cuando cruzaron el
estrecho de Gibraltar, se encontraron con las fuerzas conjuntas de castellanos
y portugueses que en el año 1.340, y en la batalla del Salado, derrotaron a las
tropas agarenas. Tuvieron que pasar todavía más de 150 años hasta que los Reyes
Católicos conquistaron Granada, y pusieron fin a la dinastía nazarí y a los
reinos musulmanes en la península ibérica.
Volviendo
a la actual invasión de personas procedentes de África, que por tierra o por
mar intentan penetrar en territorio español, para instalarse en nuestra patria,
o como primer paso para alcanzar otros países de la Unión Europea, no debemos
olvidar la historia que vivimos europeos y africanos en los siglos XIX y XX,
especialmente en este último, cuando
casi todos los territorios africanos eran colonias, protectorados, dependencias
o provincias de países europeos, que llevaron la civilización occidental a
África e introdujeron mejoras en la vida y costumbres de sus habitantes, a
pesar de lo cual se tachó a los europeos de explotadores, invasores, tiranos,
opresores, corruptos, ladrones y otras lindezas, y aunque no hay que descartar
que, en algún caso, la presencia de los europeos quizá fue poco edificante,
tampoco debemos olvidar que en la revolución independentista subyacía la idea
de que, con gobiernos autóctonos y libres de los atropellos y abusos de los
europeos, los ciudadanos africanos vivirían mejor, se repartiría más
equitativamente la riqueza del país, y todos habrían entrado en un paraíso
político de bienestar, tranquilidad y felicidad.
¿Dónde
está ahora aquel edén soñado por los africanos? ¿Y por qué debemos admitir
ahora en nuestros países a los descendientes de aquellas personas que nos
expulsaron de la tierra africana de mala manera, y nos obligaron a volver a
nuestra patria amargados y empobrecidos?
España
ha sufrido muchas invasiones. No dejemos que prospere ninguna otra, porque los
guerreros medievales ya no existen.
Luis
de Torres
11
de abril de 2014