Todos los días, para nuestra desgracia, los medios de
comunicación nos abruman con las desagradables noticias del elevado índice de paro
que tenemos en España, que se complementan con los encontronazos dialécticos de
los políticos, pues mientras unos nos aseguran que el paro está bajando y que
vamos por el buen camino, otros se obstinan en decir que el empleo no se
recupera, que no se ponen en práctica las llamadas políticas activas de empleo,
y que el gobierno nos está engañando.
En realidad, lo que ocurre es que ningún partido, sea de un
color o de otro, defienda unas ideas u otras, podría resolver a corto plazo el
gravísimo problema del paro, porque esta lacra ha llegado a nuestras vidas por
el cúmulo de errores políticos que se han ido produciendo en el mundo
occidental a lo largo de las últimas décadas, que no solamente afectan a
nuestro país sino a muchos otros países que también luchan por salir del
cenagal en que estamos metidos.
En la segunda mitad del siglo XX, una vez que se hubo dejado
atrás la horrorosa contienda mundial que tanto daño causó a la humanidad, los
políticos de entonces, quizá con buena voluntad, pero posiblemente con poca
visión de futuro, comenzaron a pensar en planes, reuniones, asociaciones,
tratados, acuerdos, etc. para levantar la economía de las naciones, reconstruir
lo destruido, mejorar la industria, el comercio, la agricultura, la ganadería,
las comunicaciones y la distribución, y todo aquello que nos condujera al
estado del bienestar dentro de una paz general y consolidada, de la que tan
necesitados estábamos todos. Sin embargo, aquellos políticos se equivocaron, u
olvidaron algunos detalles importantes, y sus esfuerzos no nos trajeron la
Arcadia Feliz.
Como resultado de aquellas primeras consultas y reuniones, en
1947 comenzó a gestarse en La Habana el GATT (General Agreement on Trade and
Tariffs) o Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles, que fue suscrito en sus
inicios por 23 países, entre los que no se encontraba Alemania, ni tampoco
España, por cuestiones meramente políticas, y en 1948 se inició la andadura
para reactivar las economías de los países firmantes sobre la base de la
reducción paulatina de los aranceles, según el principio de reciprocidad, y el
alejamiento de la doctrina imperante en aquella época, fundada en el
proteccionismo.
Durante más de dos décadas la reducción de aranceles pareció
tener éxito, pero a partir de 1970 las reducciones alcanzaron niveles tan bajos
que en los países occidentales se empezó a pensar en buscar fórmulas de
protección a determinados sectores económicos que se estaban enfrentando a una
mayor competencia en los mercados, pero, según parece, no se lograron
soluciones satisfactorias y las cosas siguieron por el mismo camino hasta el
año 1994 en que se acordó reemplazar el GATT por la OMC (Organización Mundial
del Comercio), que comenzó a funcionar en enero de 1995 con 123 países
asociados.
Aquellas ideas del libre comercio, del desarme arancelario y
del fin del proteccionismo no fueron tan buenas como se había pensado, porque
con el paso del tiempo se observó que se había roto el equilibrio entre las
naciones y que no todas se estaban beneficiando de las medidas que,
supuestamente, eran buenas para todas las economías.
Aparte de los tratados que pretendían homogeneizar el
comercio internacional, aplicando tasas, impuestos, aranceles, normas
antidumping u otras medidas, dentro del principio de reciprocidad, no parece
que se tuvieran en cuenta otras circunstancias que subyacen siempre en la
economía de las naciones, pues si no hay igualdad en factores como sueldos y
salarios, existencia o no de seguridad social, cotizaciones a la misma si está
implantada, subvenciones estatales, fiscalidad, horarios laborales y otras
posibles normas que incidan sobre el desarrollo empresarial, se llega a una
disparidad de precios en los productos a exportar, que se transmite al producto
importado, aunque el arancel que se aplique sea igual para el vendedor como
para el comprador.
Esta situación asimétrica se está dando desde hace muchos
años y todavía no se ha corregido, ni parece que se vaya a corregir a corto
plazo. Actualmente, muchos países asiáticos pueden producir sus artículos a
precios muy por debajo de los que se dan en los países occidentales, y los
aranceles con que están gravados, si es que existen, no equilibran la
desigualdad de origen.
En España, donde no tenemos capacidad para producir artículos
a muy bajo coste, estamos sufriendo la competencia de los países asiáticos y el
mercado español está saturado de artículos de importación que están desplazando
a las posibles producciones españolas similares o iguales a las que nos llegan
del extranjero, y así, poco a poco, pero irremediablemente, estamos perdiendo
cuota de mercado, que se traduce en cierre de empresas, desánimo para abrir
nuevas industrias, y dificultad para reducir el paro, y esto último no es
imputable en su totalidad a la acción política de los partidos, pues todos, de
una u otra ideología, se encontrarían con el mismo problema estructural que
tenemos ahora, derivado de unas políticas económicas equivocadas, o poco
afortunadas, que han llegado a la vida de los españoles por nuestra pertenencia
a la Unión Europea, y por habernos adherido al Euro, y, además, por si esta
situación no fuera suficiente desgracia, por la corrupción casi generalizada que
nos ha traído la democracia y por las políticas progresistas de la izquierda
que han destruido buena parte de los valores morales.
Por tanto, hay que hacer una limpieza profunda y punitiva de
la corrupción que nos rodea, hasta que no quede ni rastro de esta gran
vergüenza nacional, se debe pedir a la Unión Europea que trate de modificar la
política arancelaria internacional para estar más cerca del proteccionismo que
de las normas del GATT o de la OMC, y que no se autoricen importaciones de
artículos fabricados en origen bajo normas laborales e industriales que estén
muy por debajo de las occidentales en cuanto a la remuneración y protección de
los trabajadores y la calidad del producto ofertado. Si no queremos o no
podemos modificar las leyes, normas y tendencias que están estrangulando
nuestra economía, el paro seguirá siendo una maldición durante mucho tiempo, y
ojalá que me equivoque.
Luis de Torres