domingo, 3 de noviembre de 2013

LA INJUSTA JUSTICIA

Siempre he considerado que los jueces se crearon para impartir justicia en su estado puro, teniendo en cuenta que los hombres no nos hemos comportado, a lo largo de la historia, con honestidad, bondad, honradez, dignidad y muchas otras virtudes que se derivan del bien y se oponen al mal, y que desde Caín y Abel la raza humana se debate entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto y lo justo y lo injusto, tanto si tomamos como modelo las enseñanzas religiosas o divinas, las leyes naturales, las leyes de los hombres, o los usos y costumbres que se fueron estableciendo. Y, consecuentemente, siempre hemos tenido que llegar a la misma conclusión: la necesidad de tener hombres buenos, consejos de ancianos, o jueces versados en leyes, que guiados por el deseo de poner orden, ser ecuánimes, y de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, pusieran fin a las disputas, a las desavenencias, a los abusos y a los actos delictivos, y castigaran a los culpables y protegieran a los inocentes o a las víctimas.

Sin embargo, estoy viendo que estas normas tan elementales, encaminadas a preservar el bien, el buen hacer y la concordia entre todas las gentes, y que, además, éstas sepan y no olviden que el mal se castiga y que el bien honra y enaltece al que va por el camino recto, parece que no se están cumpliendo en todas las ocasiones, y lo más grave es que el incumplimiento procede en muchos casos del comportamiento equivocado, erróneo o desacertado de los que juzgan la falta o el delito, unas veces por insuficiencia de celo o estudio del caso y otras por exceso de pureza jurídica o interpretación de las leyes.

Hace unos días, muchos españoles quedamos anonadados y profundamente irritados cuando recibimos la noticia de la injusta sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que, aunque los jueces que la dictaron estimen que su decisión estaba ajustada a derecho, las personas que tenemos una idea de la justicia en estado puro la tenemos que rechazar, porque se beneficia al malhechor y se humilla a las víctimas y a todas las personas que estamos al lado de los inocentes.

Resulta inconcebible que un tribunal de justicia, llamado de Derechos Humanos, defienda, por encima de otra consideración moral o lógica, los supuestos derechos de libertad que tienen los asesinos y malhechores de la peor ralea por delante del derecho supremo a la vida, y a su preservación y disfrute, que tenemos todas las personas. Si los jueces que han tomado tan equivocada decisión, se han basado solamente en las leyes que han elaborado los políticos, son jueces que han olvidado las leyes naturales y, por tanto, no son dignos de ocupar tan alta magistratura. Cuando alguien cae en la miseria moral de quitar la vida a uno o varios de sus semejantes, y lo hace con todos los agravantes posibles, y sin ningún eximente, los jueces tendrían que ser los primeros en castigar con el máximo rigor a tan abyecto sujeto y desposeerle de los derechos que están por debajo del sagrado derecho a la vida.

La nefasta sentencia del citado tribunal internacional, aparte de irritar, indignar y encolerizar a la mayoría de los españoles, ha ofendido y humillado a los magistrados del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, que ya habían juzgado la doctrina Parot y la consideraban ajustada a derecho, o intrínsecamente justa, o concordante con la norma que estipula que la pena se debe aplicar en función del delito cometido.

El gobierno español, por tanto, conociendo que los más altos tribunales de justicia de nuestra nación ya se habían pronunciado y habían sancionado positivamente la doctrina Parot, no debía admitir, ni consentir, ni acatar, por muchos argumentos jurídicos que nos quieran imponer, sean o no de supuesto obligado cumplimiento, la injusta sentencia del tribunal internacional, porque el pueblo español, que ostenta la soberanía absoluta en cuestiones relativas a nuestra patria, rechaza la infame sentencia internacional, y, además, cuenta con las decisiones del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, que, en ambos casos, están claramente opuestas a la malhadada sentencia del tribunal de Estrasburgo.

No obstante, aparte de todo lo dicho anteriormente, no debemos olvidar que los delitos más graves y abyectos no están debidamente castigados en España, y vemos que muchos delincuentes, que habiendo cometido crímenes atroces, salen de la cárcel varios años antes de haber cumplido su sentencia, simplemente por el hecho de que en nuestra legislación existen los beneficios penitenciarios, que nunca tendrían que haberse creado.
Por ello, el actual gobierno, para evitar en el futuro tantas injusticias, tendría que derogar el actual Código Penal, por estar obsoleto y contener normas, límites y concesiones que se apartan de la justicia real, y promulgar un nuevo código que abarque todos los delitos, sean de sangre o de otro tipo, y que no contemple límites de edad ni de tiempo en prisión, ni beneficios penitenciarios, ni redenciones de pena, ni reinserciones en la sociedad, sino el cumplimiento íntegro de la sentencia, y que ésta se ajuste en tiempo y características al delito cometido.

España tiene que dejar de ser un paraíso para los delincuentes, y este gobierno tiene la posibilidad, con su mayoría absoluta, de poner orden en esta justicia que parece proteger en mayor medida al delincuente que a la víctima.

Luis de Torres


2 de noviembre de 2013

jueves, 17 de octubre de 2013

LA PAZ Y EL REDOBLE DEL TAMBOR

Paz. Palabra bendita y sublime que nos trae la tranquilidad y el sosiego, que nos hace olvidar la guerra, y que después de las contiendas y las disensiones nos ofrece la reconciliación y la concordia.

Esto es lo que queremos la mayor parte de los seres humanos: Paz y más paz, aunque para la desgracia de muchos, a veces aparecen algunos de nuestros semejantes que se inclinan más por las manifestaciones contra normas y leyes, por los tumultos populistas, por la intransigencia y el egoísmo, y también por las ideas surgidas del desvarío mental, y todo este conjunto de pensamientos y acciones pueden llevar a la ruptura de las relaciones humanas nobles, igualitarias y estables, donde se asienta la paz, y dar paso a la exaltación del enfrentamiento estúpido y a la guerra maldita y cruel.

Durante el pasado siglo XX tuvimos tantas guerras que los que las sufrimos en nuestras carnes o en la lejanía quedamos ahítos de horror, calamidades, hambre, muerte y desesperación. Queremos la paz y no podemos admitir que el siglo XXI siga el mismo camino que la anterior centuria, pues si nosotros vivimos entre penas, angustias y lágrimas, ahora deseamos que nuestros sucesores encuentren un mundo mejor donde reine la paz, donde no se oiga el fragor de la batalla y donde todo el esfuerzo se dedique a mejorar la vida y el entendimiento entre los pueblos.

Ahora, desgraciadamente, tenemos en nuestra patria unos españoles que tienen la pretensión de acabar con la paz, con la convivencia entre todos nosotros, y con la estructura política y social que nos dimos al llegar la democracia. Unos españoles que se olvidan del Artículo 2º, del Título Preliminar de la Constitución, donde se habla de “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, unos compatriotas que dicen no ser españoles, y que se convierten así en traidores a su patria, pues por mucho que nieguen la evidencia, y se aferren a su supuesto derecho a no querer ser españoles, seguirán siendo ciudadanos de una nación que se llama España.

Este problema, que tanta irritabilidad y rabia está produciendo entre la mayoría de los españoles, lo han originado algunos de los que se llaman catalanes, que se arrogan unas virtudes superiores a las que tenemos los demás y unos derechos que ellos mismos se han creado más allá de los que tenemos el resto de los españoles, para lo cual han distorsionado la historia y se han apartado de la solidaridad e igualdad que propugna la Constitución española.

Esos españoles que hablan de España y de Cataluña como si fueran entes distintos han tomado un derrotero que sólo puede llevar al precipicio del enfrentamiento fraternal, a la fractura de la paz, y al retroceso a tiempos pretéritos que regaron nuestra patria de lágrimas y sangre. Esos españoles que reniegan de su madre España han olvidado que griegos, cartagineses y romanos vinieron al territorio donde acababa el mundo conocido en la antigüedad, se asentaron en la parte oriental de la península ibérica, a lo largo del mar Mediterráneo, y comerciaron, y quizá se mezclaron, con las tribus ibéricas que poblaban entonces ese territorio español, y los romanos, que llegaron a dominar toda la península hasta el océano Atlántico, ya le dieron a la tierra conquistada el bello nombre de Hispania, además de dejarnos como regalo supremo el latín, del que luego surgieron las lenguas romances, como es el español.

Con la caída del Imperio Romano arribaron a Hispania los visigodos, después de haberse instalado durante algún tiempo en tierras actualmente francesas, y concedieron a Toledo la capitalidad del reino de la Hispania visigoda, que se mantuvo hasta la llegada de la invasión árabe en el año 711. Posteriormente, como los árabes no habían podido ampliar su conquista más allá de los Pirineos, los francos o carolingios se extendieron por tierras situadas al sur de la citada cordillera y al suelo conquistado le dieron el título de Marca Hispánica, que englobaba buena parte de la actual España catalana. Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta que el término Cataluña surgió en la Edad Media, probablemente después de la famosa batalla de las Navas de Tolosa, llegamos a la conclusión de que el topónimo Hispania, en las épocas romana, visigoda o medieval, se aplicaba en el territorio ocupado actualmente por Cataluña unos 1.300 años antes de que apareciera un movimiento que adoptara un nuevo nombre, de carácter regional, para la zona donde se asentaban los condados que emergieron a raíz de la Marca Hispánica.

Es obvio, por tanto, que la españolidad del territorio donde ahora se sitúa Cataluña no se puede discutir, y todas las personas que vivieron en el pasado, viven en el presente, y vivirán en el futuro en esa parte nororiental de España eran, son y serán portadoras del gentilicio español, lo mismo que los que habiten en el resto de España, sin distinción de comarcas, zonas o regiones, o si están a la vera del mar, a la sombra de las montañas, o en las llanuras mesetarias. Y cuando alguien dice que no quiere ser español, o no se siente español, habiendo nacido en España, y probablemente teniendo una ascendencia española de varias generaciones, suena más a majadería que a sensatez, pues es tanto como decir que no quiere ser europeo, pues España, continental e insular, forma parte de ese continente que llamamos Europa. Por tanto, nacer en España significa, en principio, ser europeo y español, y después catalán, castellano, murciano, etc. etc.

Todo lo anterior nos lleva a considerar el actual revuelo independentista y secesionista de Cataluña como un ataque frontal a la unidad de España, como un rechazo a la vigente Constitución Española, y como un peligro serio que nos lleve a perder la paz que estamos disfrutando desde la terminación de la guerra civil española. Esta locura lacrimosa y quejumbrosa de una parte de los políticos catalanes, que engañan a sus conciudadanos y ofenden al resto de los españoles, está llegando a unos límites insoportables a los que hay que poner coto de forma inmediata. Ya no se puede seguir con el diálogo, la tolerancia, la concesión, la permisividad, o el cambalache político, pues ya tenemos sobrada experiencia de que por estos caminos no preservamos la integridad de España. La Constitución Española incluye las medidas que se deben tomar para corregir las alteraciones o los desvíos que se produzcan en las comunidades autónomas, pero los actuales gobernantes estatales parecen estar ajenos a algunas normas constitucionales, o temerosos de hacer la justicia que está demandando el pueblo español no independentista. Cuando se presenta la enfermedad hay que atajarla y vencerla con los fármacos que sabemos que son los adecuados para combatir la misma, y dejar a un lado las cataplasmas, el láudano, o el agua de rosas. Si el gobierno español no termina pronto con el desvarío catalán podría oírse en el cielo el redoble del tambor del ángel enfurecido, del que ya nos habló el escritor húngaro Lajos Zilahy.

17 de octubre de 2013

Luis de Torres

martes, 17 de septiembre de 2013

LA ESPAÑA QUEMADA

LA ESPAÑA QUEMADA

Durante los últimos días, los medios de comunicación nos han estado dando noticias muy desagradables, penosas y fuera de toda lógica. Me refiero a los continuos incendios forestales que aparecen sin cesar en diversas partes de Galicia, con focos de fuego aquí, allá o acullá, como si los demonios del infierno hubieran salido de sus ardientes cavernas para destruir con saña y desmedida furia los bosques, prados, sembrados, huertos, ganado, animales silvestres, aves, insectos, todo tipo de vida, y hasta la morada de los humanos, porque el fuego abrasador en proporciones gigantescas se convierte en el gran depredador y destructor de la naturaleza y del patrimonio del hombre. Sin embargo, la desgracia, el dolor, las lágrimas, y la desesperación que ocasionan los incendios forestales no son imputables a la cólera de los dioses celtas, ni al ansia de castigo de otras divinidades que hayan sido ofendidas por los gallegos, pues las meigas, los dioses mitológicos, u otros seres espirituales o inmortales, si existieran, no destruirían la vida sino que se unirían a la madre naturaleza y se complacerían en ver cómo ésta llenaba de belleza, de armonía, de luminosidad, de música, y de color todo cuanto nos rodea, para placer, gozo y disfrute de los humanos.

Resulta increíble que unas 16.000 hectáreas hayan resultado calcinadas en este verano de 2013 en Galicia, que es precisamente una tierra que se encuentra en la zona húmeda española, y donde la lluvia es la compañera habitual de los gallegos, mientras que en el sureste español, escaso de lluvias, semidesértico, donde la sequedad de la tierra es un azote endémico, la aparición de incendios forestales no sea ni habitual ni alarmante, a pesar de que todavía existen grandes masas forestales en muchas de sus montañas. Entonces, ¿Qué ocurre en España?

Dar una respuesta correcta y acertada en su totalidad quizá no sea fácil, pero posiblemente no estemos muy lejos de la verdad si aseguramos que buena parte de los incendios en tierras gallegas se deben a la aparición de los pirómanos, esos canallas que, por una razón u otra, que desconocemos, o simplemente por una estúpida y criminal sinrazón, no tienen reparos en destruir la naturaleza y poner en peligro la vida y hacienda de las personas. El daño que hacen con su desquiciada locura es de tal magnitud que ni su propia vida sería suficiente para pagar el delito cometido. Además, la propia justicia española, tan dada a proteger más al delincuente que a la víctima, por eso del purismo judicial, no parece que esté castigando con la dureza que procede a los que provocan los incendios, y de esta forma seguiremos sufriendo la pena, el dolor y la rabia de ver cómo se destruye la tierra española y no se toman las medidas tendentes a la fulminante erradicación de tan odiosa práctica.

16 de septiembre de 2013

Luis de Torres

domingo, 8 de septiembre de 2013

LAS ILUSIONES ROTAS

Ayer una gran mayoría de españoles recibió con sorpresa la noticia de la eliminación, en la primera ronda, de la candidatura de Madrid para ser la sede de los Juegos Olímpicos del año 2020, y buena parte de España, entre la incredulidad, la perplejidad y la extrañeza por tan inesperado resultado, no podía entender que una candidatura tan elogiada, tan alabada y tan profundamente respaldada por autoridades, deportistas, instituciones y personajes de gran talla y relieve, pudiera haber sido desbancada de forma tan rápida y despiadada.

No quiero caer en el chauvinismo y declarar que la candidatura de Madrid 2020 era la mejor, que las instalaciones presentes y futuras son y serían, asimismo, sobresalientes sobre las de otras candidaturas, y que el esfuerzo de Madrid ha sido superior al de las otras ciudades, pero tampoco puedo admitir la humillación que se nos ha hecho, porque pienso que, al menos, Madrid está al mismo nivel que las otras ciudades. Entonces, ¿por qué se eliminó a Madrid tan fulminantemente?

No sé las razones que se tuvieron en cuenta para llevar a la práctica la desafortunada eliminación de Madrid en la primera votación, pero sí creo que las ideas políticas y religiosas, la influencia de algunos lobbies, la afinidad o desacuerdo entre naciones, y alguna otra circunstancia, pudieron introducir alteraciones o modificaciones en el resultado final. No hay que olvidar que las votaciones en el seno del COI, mediante voto secreto, dan al funcionamiento de esta institución un halo de oscurantismo, que algunos pueden considerar beneficioso, pero que otros lo entendemos como falta de transparencia, apertura y comunicación. Asimismo, la primera y nefasta votación donde sólo obtuvimos 26 votos nos descubrió que tenemos más enemigos que amigos, y que también fuimos víctimas de la traición de algunos que, supuestamente, nos iban a ayudar.

Quiero dejar constancia que la culpa de la eliminación no la tiene nadie, repito, nadie, de las muchas personas que trabajaron para sacar adelante la candidatura olímpica, porque estoy seguro que todos pusieron de su parte su mejor saber y entender y que lo hicieron con ilusión, entrega y esfuerzo.

Y finalmente quiero pedir a las autoridades de Madrid, las actuales y las futuras, que se olviden durante algún tiempo de presentar su candidatura para organizar unos Juegos Olímpicos, a menos que en el futuro se modifiquen las normas del COI y exista mayor claridad en la designación de la ciudad aspirante. Mientras tanto, estoy seguro que Madrid y el resto de España seguirán logrando éxitos deportivos no sujetos a votaciones absurdas. Soy español y madrileño, por mis venas corre sangre madrileña de varias generaciones y deseo lo mejor para Madrid y para el resto de España.. Las Olimpíadas, según parece, no son lo mejor…

viernes, 26 de julio de 2013

PISANDO LOS CAMINOS DE LA HISTORIA

Se suele decir que la primavera la sangre altera y cuando llegó el mes de mayo me asaltó el deseo de ver otros horizontes y dejar en algún sitio de nuestro mundo un trocito de mi vida, que es lo que me ocurre cuando voy de viaje, porque los nuevos paisajes se quedan en mi mente y yo dejo mis recuerdos, o un poquito de mi alma, en las tierras, pueblos, caminos o mares que me ofrecen su belleza, su encanto, su sorpresa, o su historia.

Y esto, en grado superlativo, es lo que me pasó en el mes de mayo, cuando tomé la decisión de hacer un crucero con mi esposa por Grecia, las islas del mar Egeo y las tierras del Asia Menor, pues, aparte del placer que se experimenta navegando sin problemas ni dificultades en un barco que contaba con todas las comodidades posibles, las excursiones o salidas que hicimos en islas y tierra continental superaron con mucho mis mejores expectativas, y mi aventura, sin esperarlo, dejó de ser un viaje de placer para convertirse en un encuentro feliz con la cultura, la historia, las leyendas y los mitos de la antigüedad, así como con la difícil, complicada y perseguida labor que llevaron a cabo los apóstoles de Cristo, aunque también, afortunadamente, este trabajo llegó a ser hermoso y fructífero, como los tiempos posteriores nos han demostrado.

En un viaje anterior, hace ya varios años, me dediqué a visitar sitios históricos de especial relevancia, todos ellos situados en tierras griegas, en la Hélade, cuando en esta parte oriental del mar Mediterráneo se desarrollaba una gran civilización de la que se aprovecharon aquellos pueblos que conocimos como romanos, galos o celtíberos, pues los hombres que habían logrado los avances culturales, fueran atenienses, dorios, aqueos o griegos, se dedicaron a ensanchar su mundo  haciendo viajes en sus frágiles embarcaciones, siguiendo probablemente la línea de la costa europea, hasta arribar al estrecho de Gibraltar, que quizá para ellos fue llegar a las Columnas de Hércules o al Jardín de las Hespérides. De cualquier forma, aquellos viajes que, sin duda, tenían principalmente un carácter comercial, aportaron importantes beneficios culturales a los pueblos que iban visitando.

En aquel primer viaje descubrí la Acrópolis, el Partenón, las Cariátides, Delfos, Micenas, la tumba de Agamenón, la Argólida, Corinto, el cabo Sunión y muchos otros lugares, y, además, y para mi sorpresa en aquellos tiempos, supe que el Apóstol San Pablo estuvo predicando el cristianismo entre las gentes que habitaban Corinto y que parte de aquellos corintios dejaron de ser gentiles para convertirse en cristianos nuevos, por obra y gracia de aquel apóstol andariego que llevaba en su zurrón de peregrino la luz del Espíritu Santo.

Ahora, en mi segundo viaje, he tenido muchas satisfacciones de diverso tipo, como después explicaré, pero, en principio, quiero decir que, de nuevo, pisé los caminos que, en su tiempo, recorrió San Pablo predicando la doctrina cristiana, y este nuevo encuentro con el apóstol se produjo en la legendaria ciudad de Éfeso, donde el templo de Artemisa se convirtió en una de las siete maravillas del mundo antiguo, y los servidores y cuidadores de aquella extraordinaria construcción de mármol, y del culto a la diosa, los llamados Curetes, dieron nombre a la larga y grandiosa vía que forma la columna vertebral de Éfeso, y donde, según mi imaginación, San Pablo convenció a los efesios que dejaran el culto a Artemisa, o a otros dioses greco-romanos, y abrazaran la doctrina cristiana.

Y no solamente fue San Pablo el apóstol que dejó una profunda huella en Éfeso, pues también otro apóstol, en este caso San Juan Evangelista, tuvo su morada en la gran ciudad greco-romana del Asia Menor, y, según la historia, acompañado de la Virgen María, para cumplir el deseo, la recomendación, o la súplica que Cristo hizo a San Juan desde la cruz, cuando, en su agonía, dijo a su discípulo: “Ahí tienes a tu madre” Y para evitar las persecuciones que los cristianos sufrían en Jerusalén, San Juan llevó a la Virgen a vivir en una casa en las cercanías de Éfeso, donde María llevó una vida humilde y tranquila hasta su muerte, o hasta su elevación a los cielos.

Pero Éfeso también guardaba para mí otras agradables sorpresas, pues, por mi condición de español y amante de la historia de España, me maravilló ver dos monumentos que llevaban el nombre de dos famosos emperadores romanos nacidos en la hispánica Itálica (cerca de la actual Sevilla): Una de estas construcciones es la llamada Fuente Trajano (La Ninfeo) y la otra es la que ostenta el nombre de Templo de Adriano, y ambas todavía conservan cierta grandeza marmórea a pesar de haber sufrido a lo largo de muchos siglos el desgaste y la devastación que ocasionan el tiempo, las invasiones y el vandalismo. Aparte de estos monumentos, en Éfeso quedan innumerables restos de otras importantes construcciones, como la Biblioteca de Celso, el Odeón y el Gran Anfiteatro, pero, sobre todo, el visitante que se extasía con la grandeza, la magnificencia, el arte, y el exquisito trabajo que se ve por todas partes, se siente, al mismo tiempo, dolorido, melancólico y envuelto en una abrumadora tristeza, cuando en su lento deambular por lo que queda de aquella excelsa ciudad, se siente acompañado por todas partes por miles de toneladas de piezas de mármol, que, en su día, formaron parte de las columnas, los basamentos, las paredes, los arcos, los suelos, las inscripciones, los peldaños y otros elementos utilizados en las construcciones, que ahora descansan inmóviles en el gran cementerio urbano que ocupa la zona donde antaño existía una ciudad jónica llena de vida y de belleza: Éfeso.

Y si nos vamos en busca de las bellezas naturales, ésas que se formaron como resultado de los movimientos tectónicos, la actividad volcánica, y, en general, la tumultuosa e inestable vida de nuestro planeta y la incansable actuación de la atmósfera y de las aguas, nos encontraremos con el valle fluvial que se inundó, según nos dicen los geólogos, cuando el nivel del Mediterráneo subió y las aguas llegaron a conectar con un gran lago que ahora conocemos como el Mar Negro y que después, con el devenir de los tiempos, el valle inundado, que atrajo a sus riberas a muchos grupos humanos, se le acabó bautizando con el solemne nombre de estrecho del Bósforo, que los hombres venimos utilizando como frontera política, para determinar que en la parte oriental de esta lengua de agua se encuentra Asia y en la parte occidental se halla Europa, aparte de que este canal natural une el mar Negro con el mar de Mármara, y para que nuestro asombro no tenga fin, este pequeño mar interior nos obsequia al sur con otro maravilloso valle inundado, de no menos de 70 kilómetros, que en la Grecia clásica se conocía como el Helesponto y que después, como resultado de que en sus orillas se encontraba la ciudad frigia de Dardania, cambió su nombre y ahora lo conocemos como el estrecho de los Dardanelos, que es la maravilla natural que nos lleva al encantado reino del mar Egeo, donde el mar y la tierra insular forman un hermoso maridaje, y las aguas no dejan de abrazar la tierra y ésta no deja de asomarse al mar.

No sé qué nombre es más sonoro y hermoso, si Helesponto o Dardanelos, pero cualquiera de estas palabras trae a mi mente la belleza de una lengua culta, que dejó atrás los lenguajes guturales y monosílabos que se fueron formando en la prehistoria, y, últimamente, durante mi viaje por Grecia y Asia Menor, he encontrado otra palabra vinculada al grandioso valle inundado que también merece mi admiración. Esta palabra es Çanakkale y es el nombre de la provincia turca y también de la ciudad que se considera la más importante de los Dardanelos.

Navegar por este legendario estrecho con las aguas en calma, el aire luminoso, la brisa suave y cálida y el cielo azul, lleva a la mente y al espíritu a los tiempos mitológicos, de dioses y héroes, y a recordar a Homero, pues el regalo supremo de los Dardanelos es poder contemplar a muy corta distancia, en la parte asiática,  cuando se une el estrecho con el mar Egeo, la costa donde arribaron las naves aqueas para rescatar a la esposa de Menelao. En esa costa estuvo Troya y personajes históricos o legendarios como Aquiles, Agamenón, Helena, Paris, Héctor, y los otros muchos que aparecen en la Ilíada…

Mi viaje no fue un crucero de placer. Fue un grandioso y emocionante encuentro con la historia y la cultura.

25 de julio de 2013 

Luis de Torres


   


  


martes, 18 de junio de 2013

PREFERENTES

Palabra ominosa, que provoca temor y angustia, que parece salida del averno para castigar a las personas inocentes, y que da la sensación de estar en contra de su propio significado, pues, como adjetivo, se nos dice que este vocablo se define como “tener preferencia o superioridad sobre algo”, que lo interpretamos en un sentido positivo; es decir, que lo preferente es mejor que lo ordinario, lo normal o lo general.

Sin embargo, los creadores de las participaciones, obligaciones, acciones u otro tipo de documentos, enmarcados en la llamada ingeniería financiera, adornaron sus productos con un adjetivo atrayente y sugestivo, pero nefasto, terrible, e inmoral en su realidad, y así surgieron las participaciones preferentes o cualquier otro engendro similar, que, lejos de ser preferenciales en un sentido positivo, sólo llevaban en sus entrañas la preferencia para poder abusar, engañar, defraudar y estafar impunemente a los honrados inversores, de manera que parte del dinero entregado fuera a parar a los bolsillos de los creadores de tan funesto producto que, en apariencia, era legal, pero que en el fondo era de una injusticia manifiesta porque los inversores tenían una pérdida de difícil justificación e improbable recuperación.

Ahora estamos viendo cómo miles de ciudadanos están manifestándose contra las entidades que comercializaron los engañosos productos financieros, y también contra las autoridades políticas y financieras que nada hicieron para evitar el monumental atraco, que, para mayor escarnio, se centraba en los humildes y medianos ahorradores que, poco a poco, año tras año, y con enorme tenacidad, iban arañando unas pesetas, o unos euros, a sus quizá menguados ingresos para contar en el ocaso de sus vidas con un fondo que les pusiera a cubierto de imprevistos, o que complementara una posible raquítica pensión de jubilación.

Pero, además de estos ahorradores maltratados y ultrajados por los desaprensivos creadores y comercializadores de las participaciones preferentes, y, asimismo, desprotegidos por las autoridades políticas y financieras, que nada hicieron en el pasado, y poco están haciendo en la actualidad, en este diabólico asunto existen otras víctimas que se convirtieron en cómplices del pseudo-legal delito, quizá de forma inocente o, lo más probable, porque fueron obligados a entrar en el fraudulento juego. Nos referimos a los empleados de las cajas de ahorro y bancos que, siguiendo las severas instrucciones de sus superiores sobre la consecución de objetivos, no tuvieron más remedio que convencer a muchos ahorradores, de bajo o medio nivel, de las supuestas bondades del nuevo producto y, por tanto, de la conveniencia de trasladar sus fondos a esta nueva forma de inversión, ocultando, por supuesto, los riesgos que se podían correr, riesgos que, posiblemente, hasta algunos de estos empleados desconocían. En definitiva, una maligna, desgraciada y nebulosa actuación que se extendió por toda España, causando un daño terrible a miles de españoles, daño que todavía no se ha solucionado, y que no sabemos si algún día llegará a tener un final feliz, pero lo que sí sabemos es que, por ahora, ningún culpable ha ido a la cárcel, el dinero defraudado se ha volatilizado y los engañados, víctimas inocentes de todo este montaje, están viviendo entre la angustia, la desesperanza y el rencor hacia esta democracia tan apartada de la justicia.

Luis de Torres

2 de mayo de 2013

miércoles, 17 de abril de 2013

CAMINANDO POR LA DESILUSIÓN



Fuimos muchos los españoles que, casi ahogados por las pestilentes vaharadas que se desprendían de las infames disposiciones que aprobaban los políticos progresistas, decidimos ir a las últimas elecciones generales con el firme propósito de llevar al poder a un partido que pusiera orden en España, que barriera toda la legislación que va contra el sentido común, las buenas costumbres y las leyes naturales, y que la justicia actuara con presteza, energía e imparcialidad contra todo tipo de delincuencia y contra los que incumplen las normas establecidas en nuestra Constitución. El propósito que nos marcamos infinidad de españoles salió adelante y las urnas ofrecieron al Partido Popular una victoria con mayoría absoluta, que les daba la posibilidad de gobernar con holgura, cumplir con sus promesas electorales, y dar la debida satisfacción a sus electores.

Pero he aquí que los políticos que llegaron al poder, una vez pasado el primer momento feliz, el fervor, la vehemencia y las alharacas correspondientes a su victoria, empezaron a olvidarse de sus promesas electorales, no sabemos si fue porque el peso que habían asumido era demasiado oneroso, porque no tenían claro por donde debían empezar, porque querían moverse con cautela y prudencia, o porque la Unión Europea les había impuesto obligaciones que trastocaban el orden a seguir en sus planes de gobierno.

Por una causa o por otra, lo cierto es que los electores no encontrábamos justificación a la laxitud que estábamos observando en el quehacer del gobierno y ahora nos hallamos mohínos, disgustados, descontentos y malhumorados porque la masiva confianza que depositamos en el Partido Popular no se ha visto correspondida como todos esperábamos, y el futuro que contemplamos no lo vemos ni con nitidez ni con esperanza, y ojalá que estemos equivocados en nuestra percepción del presente y del porvenir.
Todavía tenemos en nuestra mente asuntos de suma importancia que, lejos de haber sido resueltos, están paralizados, u olvidados, o colocados al final de la lista de todas las acciones gubernamentales, o guardados en el polvoriento y reseco cajón de las promesas incumplidas, que todos los gobiernos suelen utilizar, sin que les importe un bledo el posible enfado de sus electores.

Hace muy poco tiempo, parte de la ciudadanía española se manifestó a favor de la vida, que es tanto como recordar a nuestros gobernantes que se hace necesario derogar ya, en su totalidad, sin más demora, la infame ley de la interrupción voluntaria del embarazo, que va contra las leyes naturales y contra la justicia en estado puro, porque no se puede considerar un derecho de la mujer que ésta pueda decidir la privación de la vida a su hijo no nacido, ni tampoco ninguna persona tiene el derecho a colaborar o intervenir en un aborto provocado.

También hay que derogar la ley de los matrimonios entre personas del mismo sexo, porque las uniones matrimoniales tienen, en su base, la continuación de la especie humana, y de ahí que el matrimonio sea la unión legal, civil o religiosa, o ambas, de un hombre y una mujer. Las uniones de personas del mismo sexo no pueden cumplir con la ley natural de la continuidad de la especie humana, y, por tanto, su unión debe tener otro nombre u otra consideración civil.

No podemos olvidar tampoco que el anterior gobierno socialista derogó el Plan Hidrológico Nacional por cuestiones meramente políticas o partidistas, y con esta insensata actuación gubernamental se cometió una tremenda injusticia, ya que se condenó a una gran parte de España a seguir sufriendo la sed endémica de siglos, aumentada en los últimos tiempos debido a la mayor demanda de agua para una creciente población, para la industria, y para la agricultura, y esta situación de carencia se consintió deliberadamente a pesar de que la España húmeda contaba con excedentes hídricos, como está ocurriendo ahora que, debido a las importantes precipitaciones de agua y nieve, no sólo se han colmado varios pantanos y posiblemente se hayan recuperado muchos acuíferos, sino que, además, y por un exceso de agua, se han inundado varias localidades y se han anegado campos de cultivo con pérdida de las cosechas.

Por todo lo expuesto, también urge que se active nuevamente el Plan Hidrológico Nacional y que se llegue a la interconexión de cuencas, en el entendimiento de que los caudales a trasvasar sean los sobrantes que se produzcan en determinadas cuencas, esos volúmenes de agua que pueden causar daños en unas zonas, y que su desvío en ciertos momentos a otras tierras sedientas pueden aliviar la tradicional falta del codiciado y necesario líquido elemento.

Quedan otras cosas pendientes de resolución u ordenación, y será necesario promulgar nuevas leyes, o modificar y reestructurar leyes que ya fueron aprobadas, pero que tienen graves defectos, mas estos asuntos, de momento, los dejamos para comentarios futuros.

jueves, 21 de marzo de 2013

AHORRADORES EN PELIGRO




La noticia se difundió con rapidez. Los grecochipriotas, esos seres que también pertenecen a la Unión Europea, por habitar la parte griega de la isla, desvinculada de la parte norte turcochipriota, iban a ser víctimas, más allá de toda lógica, de la locura y el despropósito, tanto de los dirigentes de esa mal llamada y malhadada Unión Europea, como de las autoridades chipriotas, que se están viendo obligadas a tomar decisiones injustas para intentar salir de la precaria situación financiera en que se encuentran.

La proposición que tanto revuelo causó en el ámbito europeo no era otra que gravar a los depósitos dinerarios con un impuesto o tasa, de tipo variable, en función de los saldos de las cuentas, con objeto de obtener unos ingresos que pudieran equilibrar, en cierta medida, la falta de liquidez del estado chipriota y, además, cumplir con las exigencias de las autoridades europeas, derivadas de la posible concesión de un préstamo de unos 10.000 millones de euros.

Este asunto, visto desde la frialdad de los tecnócratas financieros, parece aceptable y correcto, pero cuando se examina bajo la óptica de la ética, la lógica, la justicia y el derecho consuetudinario, no sólo en Chipre sino en la mayoría de las naciones, es un asalto inconcebible al orden establecido, un saqueo, un atraco y cualquier otra cosa que se pueda decir con relación a la injusticia, la imprudencia y la incompetencia de los gobiernos.

Tradicionalmente, y desde hace mucho tiempo, el dinero que se depositaba en una cuenta bancaria, a la vista o a plazo, era intocable, y nadie, aunque se tratara de banqueros o autoridades, podía disponer de ese dinero que, además de tener un dueño legal, se le suponía un origen lícito, honrado y correcto. Es más, los saldos que aparecían en las cuentas tenían hasta el carácter teórico de “sagrados”, por la inviolabilidad que se les atribuía.

Ahora, sin embargo, las autoridades que debían velar por el orden y el buen gobierno son las que cometen las trapacerías y abusos que dañan a los ciudadanos, sean éstos buenos o malos, cumplidores o defraudadores. ¿Dónde está la justicia? Si algunas personas ostentan la propiedad de depósitos que, supuestamente, tienen un origen ilícito, las autoridades son las llamadas a perseguir esas prácticas delictivas, porque es inaceptable que para corregir un problema que, posiblemente, fue causado por gobernantes, banqueros o especuladores incompetentes, ambiciosos o corruptos, los ciudadanos honrados tengan que cargar con una culpa que no tienen.

El impuesto o tasa que se pretende poner a los depósitos bancarios puede equipararse a una epidemia, porque las personas ven en esta desquiciada proposición un peligro de contagio, y que lo que ahora sufren los chipriotas pueda alcanzar a otras naciones europeas, por mucho que se nos diga que los demás estamos exentos del peligro, porque nuestras economías y finanzas no se parecen a las de Chipre. Una vez que se ha cometido una tropelía, los ciudadanos que estamos inmersos en la misma entidad política supranacional podemos estar, o ya estamos, alarmados y temerosos de que alguien quiera también implantar la ilegal quita en algún otro territorio de nuestra inestable Europa.

En tiempos pretéritos, aunque todavía cercanos, el ahorro se consideraba como virtud, que podía incluirse entre las virtudes cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, pero ahora ha dejado de ser virtud para convertirse en pecado capital, similar a la avaricia, y, por tanto, merecedor de ser castigado. ¡Qué cosas tan infames nos ha traído la democracia!

Menos mal que el Parlamento de Chipre ha rechazado el plan para gravar los depósitos bancarios. Ojalá que logren su propósito. Los restantes europeos se lo agradeceríamos.



Luis de Torres



20 de marzo de 2013





jueves, 7 de febrero de 2013

¿ESTAMOS DE VERDAD EN DEMOCRACIA?


 
En la reciente historia de España, hemos conocido dos dictaduras, y aunque la primera fue la de Primo de Rivera, y posiblemente queden pocas personas adultas que la hayan vivido, si es que todavía queda alguna, la segunda, la tan denostada, criticada, censurada y odiada de Franco la hemos conocido y soportado, con placer o con disgusto, muchas personas que todavía estamos aferradas a la vida, y que tenemos capacidad para emitir un juicio comparativo en relación con la actual forma de gobierno que llamamos democracia.   

Sin meternos a analizar las bondades, atropellos, errores o aciertos de aquellos años posteriores a la guerra civil española, pues esto lo dejamos para los historiadores neutrales, aquella forma de gobierno tenía un nombre claro y rotundo: dictadura, y todos sabíamos dónde estaba el poder, qué podíamos esperar de aquella situación de duración indeterminada, cómo teníamos que comportarnos los ciudadanos, y qué castigo podríamos recibir si infringíamos las leyes de aquella época.

Ahora, desgraciadamente, no sabemos cómo se llama la forma de gobierno que guía nuestras vidas, aunque nos dicen que lleva el título de democracia, pero cuando me asomo al diccionario veo que éste nos da las siguientes acepciones, aparte de informarnos que se trata de una palabra derivada del griego: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno” y “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Estas dos acepciones se ajustan a lo que deseamos los españoles, pero me queda la tremenda duda de que no se están aplicando en nuestra democracia. Es cierto que los ciudadanos vamos a las urnas y votamos al partido que goza de nuestras preferencias, pero después no vemos que se hagan realidad nuestras ideas, las que defendimos con nuestro voto, aunque nuestro partido se haya alzado con la victoria electoral. Entonces empezamos a pensar que se ha alterado la etimología de la palabra democracia, y que, en la práctica, ha desaparecido la primera mitad del vocablo; es decir, “demo”, que significa pueblo, y ha permanecido “cracia”, que significa dominio o poder. Entonces, ¿qué tenemos ahora? Sólo se me ocurren tres palabras que no están validadas por la Real Academia Española de la Lengua. Estas palabras son: Partidocracia, Politocracia y Oligocracia, y los españoles estamos sufriendo las consecuencias del trasfondo de alguna de las citadas palabras, y no solamente ahora sino desde hace muchos años.

Hago estas disquisiciones preliminares porque los ciudadanos estamos asistiendo últimamente a unas luchas encarnizadas entre los partidos políticos, donde parece que es más importante defender la composición del grupo, las ideas del partido, y el poder de éste, que la vida, el bienestar, el trabajo y la felicidad de las personas, que están convertidas en espectadores a los que hay que adoctrinar, o lanzarlos a la calle a vociferar y a crear disturbios, según convenga a los políticos.

Los tan aireados papeles del Sr. Bárcenas, que todavía no sabemos si son correctos o falsos, o si se redactaron en una sola fecha o a lo largo de varias etapas, pues esta determinación la tendrán que hacer los Tribunales de Justicia, según las pruebas que se presenten y las investigaciones o indagaciones que se hagan en su día, han desatado una oleada de críticas, acusaciones, aseveraciones e insultos por parte de los partidos de izquierdas contra el gobierno conservador que está en el poder, sin importarles el daño que su actuación podía hacer a la economía española, y al prestigio de España en el concierto internacional, por no contrastar previamente la veracidad de los hechos en que basaban sus algaradas, que, además, no solamente alcanzaron las calles y plazas de las principales ciudades españolas sino que también se filtraron en las redes sociales, en los correos electrónicos y en buena parte de los medios de comunicación.

La verdad absoluta todavía no la conocemos, como ocurrió con otros escándalos que fueron apareciendo en el pasado, y que se están diluyendo en el tiempo porque ciertos políticos prefieren la oscuridad a la luz, y la manipulación interesada al orden y las leyes. Puede ser que el partido que ahora está en el gobierno haya cometido irregularidades, pero las pruebas que se exhiben, de momento, parecen muy frágiles, o quizá no tengan más adelante el carácter de pruebas, si se determina que son falsas, aunque eso ya lo investigarán y estudiarán los jueces, y, por tanto, en las primeras fases del problema, sin que exista un pronunciamiento de la justicia, hay que tener prudencia y mesura, y no crear violencia, manifestaciones incontroladas y acusaciones sin fundamento real, porque el espectador pacífico, ése que no toma la calle ni vocifera, puede pensar que las revueltas que contempla son el fruto de la rabia y desesperación de algunos políticos por haber perdido el poder y no encontrar el camino para recuperarlo. Tenemos derecho a vivir en una democracia justa, y a exigir que se eviten los alborotos y tumultos injustificados. Y que si alguien piensa manifestarse con acritud, dureza o violencia, más allá de las leyes, y sin hacer examen de conciencia, que recuerde esta frase: “El que esté libre de pecado o culpa que tire la primera piedra”.

 6 de febrero de 2013  

Luis de Torres