lunes, 31 de diciembre de 2012

EL PELIGRO DE LOS ILUMINADOS

Todos los seres humanos estamos sujetos a muchas y variadas circunstancias que pueden alterar nuestras vidas, y siempre estamos temiendo que nos alcancen graves enfermedades, que nos veamos inmersos en catástrofes producidas por inundaciones, terremotos, incendios, crisis financieras, o, como dicen los ingleses, por actos de Dios, sobre los que no tenemos control, y que son imprevisibles, angustiosos y dañinos. Sin embargo, cuando repasamos la historia, y especialmente nos fijamos en lo acaecido en los dos últimos siglos, llegamos a la conclusión de que no hay nada para el género humano que sea tan terrible, devastador, incomprensible, doloroso y destructor de cuerpos y almas, como la aparición en nuestras vidas de esos seres iluminados, que creyéndose en posesión de la verdad absoluta, de una insuperable capacidad de mando y liderazgo, y de unas ideas excepcionalmente buenas para sus conciudadanos, o para su ego, dan rienda suelta a su ciega ambición y soberbia, desoyen los consejos de los seres prudentes, pisotean las leyes, y se lanzan a la desquiciada aventura de llevar a la práctica sus equivocadas ideas y deseos, sin tener en cuenta el tremendo dolor, daño y sufrimiento que pueden sembrar a su alrededor.

Como iluminados que dejaron una profunda huella en la historia, más por el daño que hicieron que por las grandezas que ellos esperaban conseguir y no lograron, cabe citar a Napoleón y a Hitler, que, en su tiempo, tuvieron muchos seguidores, aunque éstos no supieron ver al principio que aquellas ideas y doctrinas que estaban apoyando los iban a llevar a una tremenda catástrofe.



Napoleón, con sus grandes victorias y terribles derrotas, llevó la muerte y la desolación a casi toda Europa, y aunque Francia lo tenga ahora como un héroe, los franceses de su época, posiblemente, habrían preferido llevar una vida humilde y en paz, pero las exaltadas ideas de su emperador sólo les trajeron miseria, dolor, penalidades y muchos, muchos cadáveres, además de la indignidad de la derrota definitiva en Waterloo y el destierro de Napoleón a Santa Elena y su muerte allí, en mitad de la nada. Su gloria fue efímera, pues a los 45 años ya estaba preso, y su vida muy corta, ya que al fallecer tenía solamente 51 años. Su sueño se desvaneció, y su derrota fue total, terrible, y humillante, que es lo que, al final, les suele ocurrir a los iluminados.

Hitler, que también encandiló a muchos alemanes con sus ideas, pues era una nación que había perdido ya una guerra, y tenía grandes deseos de remontar aquella derrota y sus consecuencias, pregonó en sus discursos y panfletos la supremacía de la raza aria, el pangermanismo, la expansión territorial, el odio a judíos, marxistas, eslavos y personas supuestamente inferiores, formó, adiestró y disciplinó, quizá, el mayor y más poderoso ejército que había existido hasta entonces, y en 1939 invadió Polonia, que fue la causa del comienzo de la II Guerra Mundial, y durante un par de años y, como hizo el corso Napoleón, ganó muchas batallas, aunque pronto, después de sus éxitos iniciales, probó el amargo sabor de las derrotas, hasta la total destrucción de la poderosa máquina de guerra alemana. La gloria de Hitler también fue efímera, pues en menos de seis años todas sus ideas, doctrinas y expectativas de grandeza se colapsaron, y también su vida fue corta, pues cuando le alcanzó la catástrofe militar final y tuvo que optar por el suicidio sólo tenía 56 años. Sin embargo, durante tan corta vida, lejos de encumbrar a Alemania al puesto de preeminencia que tiene hoy, hundió a la nación germana en la miseria y el horror y escribió en la historia mundial la página más dramática, sangrienta y terrible de todos los tiempos, una página que muchos europeos hemos vivido y aún recordamos.



Para acabar con las catástrofes de la guerra, las naciones europeas, al final de la II Guerra Mundial, acordaron terminar y olvidar las desavenencias y llegar a una unión de naciones, y actualmente ya tenemos un grupo que hemos llegado a denominar Unión Europea, aunque todavía nos queda un largo camino que recorrer hasta lograr la unión real y verdadera de todos los países que ansiamos la paz, el trabajo, el entendimiento, la concordia y el bienestar social. Quizá para alentarnos a seguir por ese camino de unión y buena voluntad la Unión Europea ha sido galardonada recientemente con el Premio Nóbel de la Paz.



Sin embargo, esa unión que estamos persiguiendo con tanta tenacidad desde hace más de 65 años, no la desea un grupo de españoles ubicado en la parte oriental del antiguo reino de Aragón, que ahora conocemos como Cataluña, pues ha surgido un político iluminado, que, como otros anteriores, está en contra del orden establecido, y, con el apoyo de sus incondicionales, pretende independizarse de España, que es su patria, y navegar en solitario y como apátrida por aguas procelosas, en busca de una gloria inalcanzable, pues las aventuras basadas en desvaríos, en el incumplimiento de las leyes, en el egocentrismo y en la supuesta superioridad de una raza o etnia, sólo pueden llevar a la confrontación con el resto de los españoles, con el consiguiente daño y sufrimiento para todos, y si los levantiscos catalanes no cejan en proclamar y exigir los derechos que se arrogan, pero que no tienen, podrían traernos la desgracia de tener que utilizar la fuerza, y entonces la bandera española tendría que desfilar escoltada por las armas, y éstas amparadas por nuestra Constitución. Podría ocurrir que, como les sucedió a Napoleón y a Hitler, la gloria catalana fuera efímera o inexistente, el daño causado grande y doloroso, y la derrota final, como colofón a tanta insensatez, humillante y terrible.

Luis de Torres

29 de diciembre de 2012

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL DOLOR DE LOS DESAHUCIOS

Últimamente estamos recibiendo verdaderos torrentes de noticias duras, desagradables y penosas, relativas al enorme número de personas que, en España, pierden su vivienda por no haber podido pagar su hipoteca y haberse decretado su ejecución y salida a subasta del bien hipotecado.

Cuando se piensa en la tragedia que se produce en una familia que pierde su vivienda, que se encuentra en la calle, que no tiene una salida posible a su terrible situación, y que ni las autoridades, ni los bancos, ni la sociedad le ofrecen alternativa alguna que mitigue su desgracia, porque todo se hace de acuerdo con la ley, la sangre se hiela en nuestras venas y nuestro corazón se encoge de dolor y de impotencia, y quizá en nuestra mente se revuelva y nos hiera aquel dicho, lógico y sensato, de “no querer para nadie lo que no quieras para ti”.

Pero ¿qué hemos hecho para que esta desgraciada epidemia de los desahucios se haya instalado en España de forma tan aterradora? Desgraciadamente, no hay una sola respuesta para esta pregunta, porque las causas son varias, entre las que se cuentan la ineptitud de muchos políticos, la ambición y desatino de muchos banqueros, el incumplimiento de los deberes de algunas instituciones, la incultura, la ignorancia y el afán desmedido de enriquecimiento de algunas personas, y el derrumbamiento de una época de ficticia prosperidad.
 
Ahora se están elevando voces que se quejan de la Ley Hipotecaria que da lugar a tanta desgracia, y piden que se modifique esta ley para hacerla más humana y más justa, pero, aunque quizá se deba mejorar la citada ley, y yo deseo que se haga, no debemos olvidar que buena parte de la actual situación se debe, en mayor medida, al incumplimiento de normas y conductas ya establecidas desde hace mucho tiempo, de no haber sido rigurosamente cumplidores los obligados a regirse por las “buenas prácticas bancarias”, que las olvidaron para adorar y encandilarse con las “equivocadas y peligrosas prácticas especulativas”, a la dejación, por parte de los responsables del Banco de España, de sus claras e inexcusables obligaciones de seguimiento y control del mundo financiero, y a la atonía, la despreocupación, la conveniencia, la ineptitud, o la falta de capacidad gestora y visión de la realidad de los gobernantes socialistas, que durante los últimos años de su permanencia en el poder dedicaron más tiempo, esfuerzo y palabrería en sacar adelante leyes disparatadas y detestables, que iban en contra de las leyes naturales, en vez de encauzar las finanzas, la economía y la actividad industrial y comercial por el camino recto, para así evitar la hecatombe que estamos sufriendo.

Aunque ahora el propio partido socialista pida la reforma de la Ley Hipotecaria, al contemplar la miseria que nos ha traído su política progresista, hemos de recordar que muchas hipotecas se concedieron durante la bonanza del negocio inmobiliario que se vivió en las últimas legislaturas socialistas, pero nadie del gobierno frenó la locura financiera que se estaba desarrollando, ni nadie pidió que se reformara, modificara o, incluso, derogara la Ley Hipotecaria. Y de aquel vacío en el buen hacer político, del que nadie quiere ser responsable, vinieron las penas, las angustias, los lamentos y los odios de muchos españoles que ahora no tienen casa, ni un humilde refugio donde cobijar sus maltrechas vidas, ni fuerzas para seguir luchando.
 
Sí, la Ley Hipotecaria debe modificarse, pero también las conductas de los hombres, sean banqueros o políticos, funcionarios o profesionales libres, trabajadores o empresarios, porque la situación actual se gestó porque muchos españoles dejaron la línea recta para caminar por la sinuosa vía que, ¡vana ilusión!, podría llevarles a El Dorado.

La posible reunión de socialistas y conservadores para encontrar una solución justa y equitativa para todas las partes, pero, sobre todo, para terminar con los dolorosos desahucios, no va a ser tarea fácil, porque muchas escrituras de hipoteca, aunque hayan gozado de la legalidad, tendrán, quizá, cláusulas abusivas y condiciones que estarán lejos de la justicia y la ecuanimidad que deben tener actos jurídicos que tanto pueden afectar a las personas.

Por ello, me atrevo a citar algunas condiciones que deberían aparecer en las hipotecas, que no se tuvieron en cuenta en el pasado reciente, y que pueden mejorar notablemente estas operaciones financieras:

-Que la tasación del inmueble, que se deberá hacer con estricta sujeción a los valores inmobiliarios reales y justos de ese momento, sea inamovible a lo largo de la vida de la hipoteca, no pudiéndose admitir el caso de una nueva tasación si el banco tiene que ejecutar la hipoteca.

-Que el inmueble hipotecado tiene que ser la única garantía real que tenga el banco en el supuesto de falta de pago de las cuotas establecidas, por lo que no pueden existir, ni exigirse, garantías complementarias de ningún tipo.

-Que la hipoteca que se conceda no podrá ser superior al 70% del valor de tasación, considerando, naturalmente, que la tasación se ha efectuado correctamente.

-Que en el caso de que el deudor no pueda hacer frente a sus obligaciones hipotecarias, el banco no ejecutará la hipoteca y se limitará a aceptar la fórmula conocida como “dación en pago”; es decir, entrega de la vivienda o inmueble en pago de todas las deudas.

-Que una vez que el banco reciba el inmueble como dación en pago vendrá en la obligación de conceder a la persona que ha entregado su vivienda, si ésta lo solicitare, un período de tiempo, no inferior a tres años, para seguir ocupando su vivienda como arrendatario, previo pago de un alquiler mensual que no excediera del 50% del valor de los alquileres que existan en el mercado para igual o parecida situación, calidad y superficie.

Luis de Torres














lunes, 29 de octubre de 2012

PREMIO NOBEL PARA LA UNIÓN EUROPEA


PREMIO NOBEL PARA LA UNIÓN EUROPEA

Cuando me enteré, a partir del día 12 de octubre de 2012, que la Unión Europea había sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz, me quedé perplejo y me pregunté ¿Por qué se ha tomado esta decisión? Y después de meditar durante un buen rato sólo hallé una respuesta que estuviera en consonancia con la concesión del premio: Si la paz se puede considerar como la ausencia de la guerra, hay que admitir que, afortunadamente, desde hace ya algunas décadas, en la mayor parte de los países que conforman la Unión Europea ya no se oye el estruendo de los cañones, ni el brutal estallido de las bombas cuando, después de desprenderse del vientre de los aviones, alcanzan su objetivo, ni se ven las llamaradas de los edificios incendiados y convertidos en escombros, ni se escuchan los alaridos, lamentos y llantos de los heridos, ni los campos y colinas de la bendita madre tierra, ni sus arroyos y sus ríos, se tiñen de rojo con la sangre de los soldados y civiles muertos, la mayoría en la plenitud de su vida, destruida y rota por la insensatez y locura de los hombres. Si es por todo esto, habrá que dar la bienvenida al Premio Nobel de la Paz, pues la guerra de la destrucción y de la muerte ya no ensombrece nuestras vidas. Pero la paz es algo más que la ausencia de la guerra.

Ahora, cuando ya tenemos lejos la última hecatombe bélica, miles de personas en nuestra querida Europa no tienen la paz espiritual, mental y material que cabría esperar que se tuviese en tan extenso territorio,  cuando ya se ha desterrado del mismo la costumbre de resolver por las armas las desavenencias de los pueblos. Desgraciadamente, la falta de trabajo, la desigualdad entre países, los vaivenes a que está sujeta la moneda principal de Europa, que también afectan a las monedas de otros países no integrados todavía en el Euro, las discrepancias entre los políticos, su dudosa honradez en algunos casos, el incierto futuro que se vislumbra para las nuevas generaciones, la continuada invasión de inmigrantes, la crisis económica y financiera que forjaron, consintieron o no supieron corregir a tiempo  algunos gobiernos ineptos, corruptos, ambiciosos o egoístas, y otras desmesuras y equivocaciones, han traído a muchos europeos la inestabilidad, la preocupación, el sufrimiento, la angustia existencial, y hasta la pobreza y el llanto. Y este panorama dista mucho de ser la consecuencia de la paz.

29 de octubre de 2012 

Luis de Torres 

domingo, 23 de septiembre de 2012

EL DESVARÍO CATALÁN


EL DESVARÍO CATALÁN

En mi anterior artículo, que titulé “Los equivocados caminos de España”, señalaba yo que la Constitución Española se había convertido en la Caja de Pandora, pues con su aprobación y puesta en vigor se desataron todos los males, desgracias y sufrimientos que ahora tenemos los españoles. Con la Constitución se rompió la unidad de España, y aunque los creadores de este importante documento posiblemente no pensaran en que el texto que estaban concibiendo pudiera desembocar en tanto desbarajuste como tenemos ahora, lo cierto es que no acertaron en su redacción, que no tuvieron visión de futuro, que no vislumbraron los enemigos que podíamos tener y que pensaron que todos éramos buenos y que nos íbamos a comportar como excelentes ciudadanos amantes de España.

Pero no solamente los Padres de la Patria se equivocaron, sino que buena parte de los españoles también incurrimos en el error y respaldamos con nuestros votos la Carta Magna, quizá porque pensamos que estaba bien hecha, y porque iba a ser buena para todos, aunque lo más probable es que la aprobamos porque no la habíamos leído, o sólo teníamos vagas referencias de su contenido, o porque todavía no estábamos avezados a los vericuetos de la democracia, por donde es muy difícil transitar.

Y ahora, cuando tenemos gravísimos problemas sociales, económicos y financieros, y casi todos los españoles estamos preocupados, taciturnos y dolidos por lo que nos está pasando, un gobierno autónomo español, que existe porque así lo autorizó la Constitución Española, pero que debe ajustarse a la misma, se quiere salir de la españolidad, abrazar la catalanidad e independizarse de España, alegando con inaudita arrogancia que la secesión que pretende este gobierno se deriva del deseo de los catalanes de no ser españoles, y de la mejora que tendría el pueblo catalán desligándose de España. Sin embargo, no se dice que los supuestos defensores de la independencia sólo representan un pequeño porcentaje del pueblo catalán, quizá no más del 20%, y que el restante 80% no es nacionalista y no se ha pronunciado a favor de la tan aireada y cacareada independencia, ni tampoco se mencionan los insufribles problemas que se derivarían de una Cataluña aislada y que recaerían sobre sus ciudadanos. Cataluña es ESPAÑA, una región más de nuestra patria, y de nada sirven esos carteles en idioma inglés que los antiespañoles ponen en algunos sitios, negando la españolidad de Cataluña, pues Cataluña, Catalunya o Catalonia  ha sido, es, y será siempre, España, Espanya o Spain.

Pero aparte de todas las anteriores disquisiciones, hemos de tener en cuenta que si la Constitución Española fue la causa de los actuales males, también en el citado documento se señalan las pautas a seguir cuando una Comunidad Autónoma quiera imponer su delirio, su fantasía, su quimera o su desatino, quebrantando las leyes españolas, y el Gobierno de la nación vendrá en la obligación ineludible de activar el Artículo 155, del título octavo, e incluso, si fuere necesario, activar, asimismo, el Artículo 8º, del título preliminar.

El Presidente del Gobierno español nos dice que está dispuesto a dialogar, y nos parece bien, pero siempre que el diálogo se tenga con todas las autonomías, que es tanto como decir con todos los españoles, pues todos debemos tener los mismos derechos y obligaciones, y ninguna autonomía, o región, o provincia, debe recibir un trato especial de favor, de complacencia, de reconocimiento singular de derechos, fueros, concesiones históricas o de otro tipo, y mucho menos para apaciguar las ilegales e insolidarias  pretensiones de los díscolos.

Luis de Torres

23 de septiembre de 2012  


sábado, 15 de septiembre de 2012

LOS EQUIVOCADOS CAMINOS DE ESPAÑA

Érase una vez un país que sufrió una larga, terrible y fratricida guerra civil, y sus habitantes deseaban que terminara la contienda con la esperanza de alcanzar un futuro mejor, pero, aunque la lucha terminó y el estruendo de las armas dejó de oírse, no se logró la total reconciliación entre hermanos, y se implantó un régimen dictatorial que agradaba a unos y molestaba a otros, y ese país, entre sufrimiento y esfuerzo, con alegría o con rabia, fue avanzando económicamente, se fue reconstruyendo, se hizo un hueco entre las naciones, y fue recuperando el tiempo perdido.
Sin embargo, a pesar de los muchos años de dictadura, con sus pros y sus contras, en aquel país seguía subyaciendo un ansia de libertad, de cambio, de aires nuevos y renovadas ideas, y un día la dictadura terminó, porque nada es eterno en esta vida, y aquellos seres pensaron que, por fin, entraban en un período que podría ser maravilloso.
¡El tiempo los desengañó! Buscando la felicidad se dieron de bruces con el dolor, las dificultades y el pesimismo. Aquel país se llamaba España.

Y llegó la democracia, que es una palabra que suena muy bien cuando llega a nuestros oídos, pero que ha engendrado muchas de nuestras desgracias y penas, porque este sistema político nos venía grande y no supimos o no quisimos asimilarlo. Enseguida comenzamos a pensar en una nueva Constitución, porque existían ansias de homogeneizar España, de abrir las puertas a un futuro justo y prometedor, y se buscaron mentes preclaras para que dieran forma al documento que habría de regir con honestidad, justicia, libertad, unidad y equidad la vida de todos los españoles, pero tal documento, que se llamó la Carta Magna, como prueba de su excelsitud e importancia suprema, fue el causante de gran parte de nuestras desdichas, pues se convirtió en la caja de Pandora, de la que salió la fragmentación, la desunión, y la debilidad de España, y también otros demonios de variada clase y calaña.

Esa situación de ruptura de España sigue adelante, pues ni se ha hecho nada para corregirla ni parece que se quiera hacer, porque son tantos los intereses creados, las situaciones de privilegio, las ansias de poder y las ideologías que se mueven en los territorios autonómicos, que de nada sirve que la gran mayoría de españoles quiera que se vuelva al poder central, mientras los políticos sigan exaltando las virtudes del sistema autonómico, que es bueno para ellos pero dudosamente aceptable y beneficioso para la mayor parte de los ciudadanos.

Con el sistema estancado en la confrontación de ideas, llegaron los políticos arribistas con la bandera del progresismo, que no hizo otra cosa que destruir los ideales nobles y los valores ancestrales que habían regido, con armonía, dignidad y decencia, la vida de las generaciones pasadas, y que éstas nos legaron como tradicionalmente había ocurrido siempre.

La progresía no nos trajo felicidad, excepto a aquellos que la ensalzaban, la arropaban y la practicaban, y como consecuencia de muchos errores, equivocaciones y desvaríos que se dieron a través del tiempo del imperio progresista, los cimientos de España, no solamente morales, sino también económicos y financieros, se fueron deteriorando, hasta el extremo de que la estabilidad de nuestro país, en todos los órdenes, llegó al borde del colapso. Y España, cansada, dolida y desesperada, lanzó un profundo grito a los cuatro vientos, pidiendo un cambio, y, por fin, se celebraron elecciones, y la progresía tuvo que dejar paso al conservadurismo, y muchos, muchísimos españoles, pensaron que su futuro sería mejor, que sus vidas tendrían colores más atractivos y que la oscuridad que habían sufrido desaparecería con la llegada de una nueva luz. Pero se equivocaron, porque España todavía no estaba preparada para la democracia en estado puro, porque el gobierno olvidó que el primer paso a dar en la nueva legislatura era el conducente a instalar la justicia, que adolecía de falta de rigor y, en muchos casos, estaba mal administrada. Sin embargo, las medidas que se empezaron a tomar ahondaron aún más la fragilidad de la justicia, pues los problemas que tenía y todavía tiene España, no los crearon, ni los trajeron, ni los causaron los trabajadores, los funcionarios, la clase media, o las personas ajenas a la fiebre política o las ansias de poder y beneficio económico, sino que todas nuestras desgracias se gestaron en otros niveles y puestos de mando, y en la laxitud con el cumplimiento de las leyes, de las normas y del derecho natural, y ahora, con gran sorpresa y malestar, los españoles que quisieron cambiar de políticos, y dieron su voto, con alegre y abrumadora mayoría, a los que creían que iban a ser los salvadores de la maltrecha España, se han encontrado con la terrible realidad de que los inocentes están pagando los desmanes de los culpables, mientras éstos viven en el cómodo limbo del olvido feliz. Porque hubo políticos, banqueros, especuladores, manipuladores y corruptos, que no siguieron el camino recto, que atendieron preferentemente a su beneficio personal y no al general de los españoles, y que su incorrecto y doloso comportamiento fue la causa de las desdichas y angustias que estamos padeciendo.

Quizá el nuevo gobierno quiera desterrar la corrupción, enderezar España, equilibrar las finanzas, actuar con equidad y honradez y no salirse nunca del camino recto, pero no solamente hay que tener buenas intenciones y planes bien estudiados y madurados de actuación a corto, medio o largo plazo, y, por supuesto, honradez, sino que también se debe tener una idea clara de las prioridades de nuestra nación, de lo que es urgente y de lo que puede esperar, de las promesas hechas y todavía incumplidas, de dar los pasos precisos con energía, con valor, con rigurosidad, y con pulso firme, sin componendas ni debilidades, sin tener en cuenta el amiguismo, el corporativismo o las ideas políticas, religiosas o de otro tipo. La Justicia es una dama que tiene los ojos vendados, pero el fiel de la balanza que sostiene nunca se inclina a un lado o a otro. El gobierno debe cambiar de rumbo: el delincuente es el que tiene que pagar por sus errores, y en los últimos tiempos en España han proliferado los delincuentes, y muchos siguen sueltos porque nadie los persigue. Y también se promulgaron en España leyes abyectas,. injustas o contrarias a las leyes naturales, y el gobierno se sigue olvidando que en el Diccionario de la Lengua Española existe el verbo “derogar”, que no se debe arrinconar sino utilizar, que no se debe dejar enmohecer sino abrillantar.


Luis de Torres

viernes, 4 de mayo de 2012

UN CERO A LA IZQUIERDA

Recientemente dejamos atrás, por fin, un gobierno socialista que nos dio más disgustos, y nos trajo más penas, que satisfacciones y alegrías, aunque de estas últimas no recuerdo si hubo alguna, aunque quizá sí la hubo, pero mi mente no la retuvo, posiblemente por ser pequeña, de poca importancia, o de escasa relevancia para nuestras vidas.

Sin embargo, sí me ha quedado la nefasta impronta del poco valor que teníamos, y que seguimos teniendo, los ciudadanos para nuestros gobernantes, tanto los que estuvieron anteriormente, como los que están ahora, pues los sueños, deseos, creencias, esperanzas y necesidades que ocultábamos los votantes en nuestra alma, o almacenábamos en nuestro corazón, y que anhelábamos escribir y transmitir en nuestro voto cuando fuéramos a las urnas para elegir a nuestros dirigentes, no se tuvieron en cuenta, ni antes como, desgraciadamente, pudimos comprobar, ni ahora, cuando observamos, con alarma, que el camino se está torciendo, pues, al parecer, nuestras ideas o no encajan en el pensamiento de los políticos, o éstos las apartan a un lado como si fueran un estorbo o un pecado inconfesable para el mundo de la política, y las legislaturas van transcurriendo, y siguen moviéndose, exclusivamente, por la senda que interesa a los gobernantes y a sus adláteres, sea ésta acertada o equivocada para el pueblo.

Digo esto porque entre la lluvia diaria de noticias que nos alborozan, aburren o irritan, se ha colado de nuevo una palabra que siempre me causa preocupación y malestar anímico: Reinserción. Se refiere, por supuesto, a la eventual reinserción social de personas que están cumpliendo una condena judicial, pero no sé a qué viene remover ahora este asunto cuando existen cosas mucho más importantes y necesarias de atención por parte de los gobernantes, en estos malhadados tiempos de crisis, de falta de trabajo y de convulsiones económicas y financieras.

Me gustaría que nuestros políticos dedicaran unos minutos a leer lo que dice el Diccionario de la Lengua Española sobre el verbo “reinsertar”, del cual se deriva la palabra “reinserción”, que es lo siguiente: “Volver a integrar en la sociedad a alguien que estaba condenado penalmente o marginado”, y esta definición deja claro que la reinserción se debe hacer cuando la persona haya dejado atrás la condena penal o la marginación.

Traer ahora a la palestra política la cuestión de la reinserción de personas que todavía están cumpliendo condena no tiene ninguna justificación, pero sí introduce en la vida de muchos españoles la sospecha de que se quiera alterar la justicia, que es algo que no estaba en la mente de los votantes que auparon al poder al partido que nos gobierna actualmente.

Los que hayan tenido la desafortunada idea de airear el vocablo reinserción tendrían que recordar que el Tribunal Constitucional ha reiterado, en varias ocasiones, que el artículo 25.2 de la Constitución Española no contiene un derecho fundamental, sino un mandato al legislador para orientar la política penal y penitenciaria y facilitar la vida en libertad cuando se haya cumplido la condena.

Ahora tenemos asuntos más apremiantes que necesitan la urgente atención de nuestros gobernantes, pues aunque sean precisas las reformas, ajustes, subidas de impuestos, recortes y modificaciones, que nos tienen en vilo y nos están haciendo perder la tranquilidad, que nadie se olvide que todos los problemas que tenemos son imputables a políticos, especuladores inmobiliarios y financieros, corruptos de toda clase y ralea, administradores públicos manirrotos, dirigentes de instituciones y asociaciones que no cumplieron con sus obligaciones, responsables de una inmigración descontrolada, y, por supuesto, pícaros, que en España nunca nos han faltado. Todos ellos son culpables, y a todos se les debe perseguir, detener, y juzgar, y que paguen por todo el daño que han causado.

Afortunadamente, somos muchos más los españoles que hemos seguido el camino del trabajo, del esfuerzo y de la honradez, y no merecemos que todo el peso de las reformas caiga, mayoritariamente, sobre nosotros, los inocentes, por lo que pedimos al gobierno que en sus decisiones tenga en cuenta siempre, y sin titubeos, el trasfondo del problema, y que aplique la justicia que esperábamos todos sus votantes.

Si así no se hiciere, tendremos la misma sensación que nos inculcó el socialismo: Los ciudadanos somos para los políticos “un cero a la izquierda”.

3 de mayo de 2012

Luis de Torres

viernes, 2 de marzo de 2012

TODOS ESTAMOS INDIGNADOS


Desde la pasada primavera, si mal no recuerdo, se empezó a conocer que en España se había creado un grupo de personas que tenían como denominador común la palabra “indignados”; es decir, seres humanos de diversas procedencias, creencias religiosas, ideas políticas, formación cultural y cualificación laboral, que se estaban aunando o asociándose para quejarse ante el gobierno por la falta de trabajo, por la desaparición de muchas empresas y por el crecimiento imparable y terrorífico del colectivo de parados. En los prolegómenos de este movimiento se hablaba de asociación pacífica, sin violencias ni algaradas, pero más adelante ya empezaron a surgir brotes de agresividad, provocación, insultos, injurias, y, en general, modos de actuación que se alejaban de las formas pacíficas y correctas de expresar un descontento por la mala situación que se estaba viviendo, con gran preocupación, en toda España.

En meses posteriores, después de que el partido socialista sufriera sendas y sonadas derrotas electorales en los comicios locales, autonómicos y generales, se introdujo en el malestar de los españoles una inquietante zozobra política, pues el desastre socialista trajo a este partido importantes pérdidas de puestos de trabajo, de subvenciones, de poder, de popularidad, de prestigio y de mantenimiento de sus ideas progresistas, al mismo tiempo que en la mente socialista se había desarrollado súbitamente una patología neuronal que los médicos denominan amnesia. En efecto, el socialismo no parecía reconocer sus fracasos electorales, ni quería acordarse que la mayoría de los españoles había dejado de confiar en los políticos que habían ostentado el poder durante los casi ocho años anteriores a su fracaso.

Después llegó el Decreto-ley sobre la reforma laboral, y los ánimos de socialistas y seguidores de grupos de izquierdas se calentaron hasta rozar la histeria, pues todo en este decreto era malo, incorrecto e injusto, y, por tanto, había que destruirlo mediante disturbios en la calle o denuncias en los tribunales. Dudo mucho que los seguidores de esta perturbación se hayan leído el mencionado decreto, pues es largo, farragoso, denso y aburrido, aparte de que esté ajustado a derecho y tenga la aureola jurídica que se merece. Confieso que yo solamente he leído algunos pasajes de este documento, y no puedo dar ninguna opinión objetiva del mismo, y prefiero esperar, como deberíamos hacer los españoles, a que transcurran unos meses y la experiencia nos diga si se están logrando los objetivos de la ley o si, por el contrario, esta reforma está lejos de haber dado, aunque sea parcialmente, los frutos que se esperaban de la misma.

Últimamente, en Valencia también hemos tenido manifestaciones, que, aunque se nos diga que eran quejas justas de los estudiantes que no tenían calefacción en sus aulas, no parece haber ninguna duda de que, asimismo, se infiltraron grupos radicales de izquierdas con ánimo de soliviantar a las masas contra el gobierno actual, con el desgraciado resultado de que se produjeron duros enfrentamientos entre los manifestantes y la policía.

Estas revueltas que azotan el suelo patrio parecen ser el patrimonio exclusivo de los autodenominados “indignados”, pero cualquiera que examine con detenimiento, con ecuanimidad y sin pasión partidista, todo lo que ha estado sucediendo en la vida española durante los últimos tiempos, llegará a la conclusión de que todos, repito, todos los españoles, excepto quizá los que están encaramados en lo alto de la sociedad, estamos indignados, enojados, enfadados, irritados, molestos y hasta desesperados, por los muchos males, calamidades, recortes salariales, presión fiscal, pérdida de beneficios sociales, destrucción de empleo, aumento de la pobreza, y otros demonios, como consecuencia de la degradación que nos trajeron algunos políticos, banqueros, especuladores, corruptos, y demás personajes de mala condición  salidos de la picaresca española.

Lo que ocurre es que todos los “indignados” no siguen la misma línea de actuación: unos se decantaron por los disturbios y las algaradas, con razón o sin razón, mientras que otros, también “indignados”, tanto o más que los anteriores, prefirieron formar parte de un grupo de indignados silenciosos y pacíficos, que, actuando con energía, decisión y legalidad, y depositando su voto en las urnas, dieron un vuelco a la política española, con la esperanza de salir de las malas prácticas de gobierno, de la crisis y del malestar general.

Esperemos que el verde esperanza que pusimos en las urnas nos traiga mejores tiempos.

1 de marzo de 2012

Luis de Torres

sábado, 4 de febrero de 2012

EN LA ENCRUCIJADA DE LA GLOBALIZACIÓN

Las muchas leyes y normas que tenemos ahora y que son de aplicación a los alimentos que podemos encontrar en los supermercados, tiendas, y hasta en puestos de venta de escasa categoría, me han creado una especie de adicción mental que me lleva a buscar en los envases de los productos que se consumen en mi casa las características más destacadas de cada alimento, tales como kilo calorías, porcentajes de grasas, de hidratos de carbono, de azúcares, de sodio, y de otros componentes, aditivos, pesos brutos, netos o escurridos, fecha de envasado, fecha máxima o preferente de consumo, y origen de la materia prima, sin llegar a meterme, afortunadamente, en el intrincado camino de la trazabilidad, de la materia prima modificada genéticamente, o de los híbridos.

Quizá sea correcto que nos interesemos por la composición de los alimentos que consumimos, pues éstos tendrán una incidencia muy importante en nuestra salud, pero este punto de vista, que es digno de tenerse en cuenta, no debe distraer nuestra atención de otro aspecto que tiene una gran relevancia en la economía de nuestra nación. Me refiero al origen de los productos que adquirimos, pues conviene saber si son nacionales o extranjeros.

Hace unos días, estando con mi esposa en un supermercado, me entretuve en examinar unas bolsas de legumbres que atrajeron mi atención, y siguiendo mi inveterada costumbre de examinar los datos que aparecen impresos en los envases de los productos, me encontré con la sorpresa, para mí desagradable, de que todas aquellas legumbres no habían sido cosechadas en España, sino en países del continente americano, y siguiendo con mi curiosidad me encontré lo siguiente, con referencia al origen de aquellas legumbres:

Alubias blancas: Argentina
Alubias pintas y negras: USA
Lentejas: USA y Canadá
Garbanzos: USA y Méjico.

Me quedé pensando, y según mis recuerdos y mis andanzas por el suelo patrio, en Zamora y Salamanca se cosechan buenos garbanzos, así como excelentes lentejas en Tierra de Campos, y en cuanto a las alubias, existen pueblos y comarcas que presumen, y con razón, de cosechar en sus tierras buenas, y hasta buenísimas, alubias de distinto tamaño, color y textura, por lo que es justo mencionar a La Bañeza, Astorga, Benavente, Segovia, La Granja de San Ildefonso, el Barco de Ávila y Asturias. Y ¿cómo no voy a recordar la exquisita fabada asturiana, que he comido en distintos lugares asturianos?, o, asimismo, ¿cómo no va a venir a mi mente el rotundo y tonificador cocido maragato, cuyos componentes se toman en orden inverso a lo establecido en otras zonas, y que en ocasiones he gozado en los pueblos de la leonesa Maragatería?

Sin embargo, aparte de las reflexiones que he hecho de las legumbres españolas y del aprecio que tengo por ellas, lo que más me molesta y me duele es que ahora, como consecuencia de la globalización, de la práctica desaparición de las barreras arancelarias, de los acuerdos comerciales internacionales, de la capacidad de producción en otras zonas, de la disparidad de precios, o de otras razones que no conozco, los productos españoles han perdido su supremacía en nuestro país, han sido relegados a la trastienda del comercio de la alimentación, y mucho me temo que esta situación esté causando pesar, desasosiego y daños económicos a muchos de nuestros compatriotas del interior peninsular. Y lo malo, lo profundamente terrible, es que también otros productos españoles, de la alimentación o del vestido, del calzado o de la industria, o de otros sectores, están sufriendo el imparable y nefasto avance de la globalización, que nuestras autoridades no han sabido, o no han podido, o no han querido, regular en defensa de los intereses españoles.

Luis de Torres

4 de febrero de 2012.