sábado, 12 de abril de 2014

LA INMIGRACIÓN QUE NO CESA

Durante los últimos tiempos estamos asistiendo a una continua y sistemática llegada de personas procedentes de países africanos que, reunidas en territorio marroquí, intentan penetrar en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla para alcanzar Europa, integrarse en la misma, y lograr una vida mejor que la que tenían  en sus países de origen.
Pero no solamente en España tenemos ese problema, pues también los italianos están sufriendo ese ilegal y desmesurado acoso con la arribada a la isla de Lampedusa de cientos de inmigrantes procedentes de las costas africanas, que buscan, como ocurre con Ceuta y Melilla, poner pie en tierra europea, con la equivocada idea de que llegan a una especie de paraíso donde hay sitio para todos. Y puede ser que vean el territorio europeo como una zona de felicidad, abundancia, riqueza, trabajo bien remunerado y asistencia social, sanitaria y educacional de primer orden, si todo eso lo comparan con el nivel de vida que se da en muchos países africanos, pero los europeos, los que hemos vivido, trabajado y luchado durante generaciones para dar forma a la actual Europa, sabemos que también aquí y ahora existen dificultades, que el trabajo está siendo escaso, que la pobreza se deja ver en algunos sitios y que nuestros jóvenes, a pesar de su buena formación académica, ven el futuro con preocupación. Tenemos un alto índice de paro que no es estacional sino, desgraciadamente, estructural, y va a ser muy difícil corregir esta angustiosa situación si seguimos con la apatía democrática de no tomar medidas drásticas que cambien el rumbo de la actual tendencia.

La llegada masiva de inmigrantes, que se presentan en nuestras fronteras como invasores, pues ni los hemos llamado, contratado o solicitado como mano de obra necesaria en los países europeos, la debemos cortar inmediatamente porque el mercado del trabajo en España, y también en el resto de Europa, no tiene vacantes para absorber miles de personas, cualificadas o sin cualificar, que pretenden instalarse en la gran patria común que llamamos Unión Europea, pero si se llegaran a crear puestos de trabajo en el próximo futuro, tales oportunidades deberían estar reservadas a los europeos, pues no podemos olvidar que en España y en el resto de Europa, en mayor o menor medida, según los países, también tenemos unos índices de paro preocupantes.
Asimismo, las invasiones de personas procedentes de países que no están integrados en la Unión Europea nos enfrentan a otros problemas no esperados ni deseados, que nos pueden ocasionar daños, temor, inquietud, desasosiego y gastos. En primer lugar, debemos citar las enfermedades que puedan transmitirnos los inmigrantes procedentes de territorios al sur de la zona templada, tales como el ébola, el dengue u otras patologías que son contagiosas, pues aunque puedan parecernos personas sanas a su llegada, podría ocurrir que estuvieran incubando la enfermedad, que la desarrollaran una vez en Europa y que, consecuentemente, pudieran transmitirla a europeos sanos sin defensas para tales enfermedades. 

Descartando, de momento, el peligro en potencia de las enfermedades, nos encontramos con hechos reales que se producen cuando los invasores se convierten en atacantes violentos que intentan derribar vallas, defensas y puertas, sin importarles el daño material que puedan hacer, además del daño personal que, en ocasiones, causan a los agentes de la policía española a los que hacen frente con palos, piedras, botellas y otros objetos que utilizan con agresividad y saña con tal de entrar en territorio europeo. Y, además de sufrir esas entradas ilegales, violentas y tumultuosas, les tenemos que acoger, facilitar ropa, comida, alojamiento, cuidados sanitarios, transporte y otros servicios, y todo ello pagado con los impuestos de los españoles, pues nos vemos desamparados por nuestras propias leyes o por directivas comunitarias y no se pueden llevar a cabo las llamadas “devoluciones en caliente”, que sería lo lógico, porque un invasor, aunque se le aplique el nombre de inmigrante, tendría que ser expulsado de forma inmediata por el mismo sitio que entró de forma ilegal, violenta y agresiva.

En España tenemos una larga historia de invasiones, y aquella que comenzó en el año 711 nos costó casi 800 años para poderla rechazar, además de la pérdida, a lo largo de tantos años, de miles de vidas, y de padecer infinitos estragos en pueblos y campos, saqueos, batallas perdidas, compatriotas esclavizados y mucho temor, sufrimiento, angustia y pobreza. Afortunadamente, algunos reyes cristianos pusieron todo su valor, decisión, hombres y medios para acabar con el yugo que nos impusieron los almorávides, los almohades y los benimerines, que, en sucesivas oleadas, pretendían llevar sus conquistas hasta más allá de los Pirineos, y aquellos reyes medievales, en el año 1.212, al mando de Alfonso VIII, hicieron frente a los poderosos y renovados contingentes de almohades africanos, y en la batalla de Las Navas de Tolosa pusieron fin, con una gran victoria, a la expansión musulmana.
Sin embargo, la decadencia del imperio almohade llevó al poder en el norte de África a la dinastía de origen bereber de los benimerines, que también tuvieron apetencias de hacerse con la península ibérica, pero que, cuando cruzaron el estrecho de Gibraltar, se encontraron con las fuerzas conjuntas de castellanos y portugueses que en el año 1.340, y en la batalla del Salado, derrotaron a las tropas agarenas. Tuvieron que pasar todavía más de 150 años hasta que los Reyes Católicos conquistaron Granada, y pusieron fin a la dinastía nazarí y a los reinos musulmanes en la península ibérica.

Volviendo a la actual invasión de personas procedentes de África, que por tierra o por mar intentan penetrar en territorio español, para instalarse en nuestra patria, o como primer paso para alcanzar otros países de la Unión Europea, no debemos olvidar la historia que vivimos europeos y africanos en los siglos XIX y XX, especialmente en   este último, cuando casi todos los territorios africanos eran colonias, protectorados, dependencias o provincias de países europeos, que llevaron la civilización occidental a África e introdujeron mejoras en la vida y costumbres de sus habitantes, a pesar de lo cual se tachó a los europeos de explotadores, invasores, tiranos, opresores, corruptos, ladrones y otras lindezas, y aunque no hay que descartar que, en algún caso, la presencia de los europeos quizá fue poco edificante, tampoco debemos olvidar que en la revolución independentista subyacía la idea de que, con gobiernos autóctonos y libres de los atropellos y abusos de los europeos, los ciudadanos africanos vivirían mejor, se repartiría más equitativamente la riqueza del país, y todos habrían entrado en un paraíso político de bienestar, tranquilidad y felicidad.

¿Dónde está ahora aquel edén soñado por los africanos? ¿Y por qué debemos admitir ahora en nuestros países a los descendientes de aquellas personas que nos expulsaron de la tierra africana de mala manera, y nos obligaron a volver a nuestra patria amargados y empobrecidos?

España ha sufrido muchas invasiones. No dejemos que prospere ninguna otra, porque los guerreros medievales ya no existen.

Luis de Torres


11 de abril de 2014

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