domingo, 14 de diciembre de 2008

DERECHOS HUMANOS

El día 10 de diciembre de 1.948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y ahora se cumplen 60 años de la aparición en nuestras vidas de tan importante documento y, naturalmente, los medios de comunicación se han hecho eco de la efeméride y han comentado las bondades y aciertos de la declaración, su importancia para la humanidad, y también su falta de cumplimiento en algunos países o en determinados casos.

No hay duda de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos constituyó un hito sin precedentes en la historia y civilización del género humano, pues aunque algunos grupos humanos habían elaborado leyes que mejoraban la convivencia entre los hombres, nunca se había llegado a aglutinar en una sola norma una serie de anhelos y deseos del género humano, que necesitaba desterrar muchas injusticias, atropellos y humillaciones que había estado sufriendo durante siglos bajo la tiranía y la opresión de quienes tenían el poder, la fuerza, las armas, o la riqueza, o como consecuencia de leyes que sólo se hacían para favorecer a determinados grupos. No en vano, en el Preámbulo de la Declaración se dice, entre otras cosas: “..el menosprecio de los derechos humanos ha originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad..”

Sin embargo, con la perspectiva que nos dan los 60 años de aplicación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y considerando que en algunos casos sólo ha sido puesta en práctica parcialmente, o no tenida en cuenta, se observa que la citada norma, que, sin duda, se hizo con la mejor buena voluntad de los hombres que la crearon, no quedó completa para que la humanidad supiera qué podía recibir y que tenía que dar. En efecto, únicamente se habla de los derechos y libertades que se nos deben respetar, pero nada se dice de las obligaciones que todos tenemos que observar y cumplir, en justa política de reciprocidad: recibir y dar.

Si no me equivoco, en toda la citada Declaración sólo se cita la palabra “obligaciones” en el artículo 10, que dice: “..toda persona tiene derecho a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal para la determinación de sus derechos y obligaciones..” pero de este párrafo no parece derivarse ninguna obligación real, de la misma manera que sí se declaran derechos y libertades reales los que se detallan en la mencionada norma.

Alguien podrá argumentar que las obligaciones de los ciudadanos vienen impuestas por las leyes, que deben ser cumplidas, pero de igual manera se puede argüir que también los derechos y libertades se encuentran en las leyes, y, sin embargo, se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que quizá, según mi forma de pensar actual, habría quedado mejor llamándose la Declaración Universal de las Obligaciones y los Derechos Humanos. Y como todavía hay seres que no respetan los Derechos Humanos, ni siquiera el más importante, como es el derecho a la vida, habría que ir pensando en incluir un nuevo artículo en el que se advirtiera que quien no hubiera respetado, de forma clara y demostrable, los derechos humanos de los demás, no podría invocar, solicitar o pedir que se respetaran sus propios derechos humanos. Es, simplemente, una cuestión de justicia recíproca.
14 de diciembre de 2008
Luis de Torres

sábado, 6 de diciembre de 2008

¿CONSTITUCIÓN O INTOLERANCIA?

En los últimos días hemos conocido dos sucesos que han levantado un gran clamor entre una buena parte de los ciudadanos españoles: La negativa de colocar una placa en algún lugar del Congreso de los Diputados en recuerdo de la monja española María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, que había nacido en un inmueble de Madrid cuyo sitio está ocupado ahora por las dependencias del Congreso y, por otra parte, la sentencia del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 2, de Valladolid, que ordenaba retirar los crucifijos de un colegio público, alegando conculcación de derechos fundamentales consagrados en los artículos 14 y 16.1 de la Constitución Española.

En ambos casos se observa la implantación de la política progresista del actual gobierno, que muchos españoles la entendemos como la política destructora de las tradiciones, costumbres, religiosidad e historia de nuestra patria. A la monja María Maravillas Pidal, con la colocación de la placa, no se la quería recordar por el simple hecho de haber nacido en un determinado sitio de Madrid, sino porque había dejado una huella en nuestra historia reciente por su buen hacer entre las gentes de su época, y este reconocimiento se quería plasmar en el sitio donde nació, como se hace en otras muchas ciudades de todo el mundo, donde se recuerda que algún ciudadano sobresaliente nació, vivió o murió en aquel lugar.

Y en cuanto a la retirada de los crucifijos, algunos políticos, y también algún juez, siguen confundiendo aconfesional con laico, pues en el artículo 16.3 de nuestra Constitución se dice: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”; es decir, el Estado Español será “aconfesional”, que no laico, pues si lo fuere, no se podría haber incluido en el citado artículo 16.3 lo siguiente: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.” Esta obligación explícita que tiene el Estado Español anula y deja sin efecto el supuesto estado laico.

También parece que los políticos olvidan la historia, no solamente de España sino de toda Europa y de los países que recibieron la cultura, la lengua, las costumbres y la influencia de los europeos. Y esa historia europea, tal y como la conocemos ahora, aunque a algunos no les guste, se forjó con el cristianismo, sea éste ortodoxo, católico o protestante, y los europeos debemos sentirnos orgullosos de haber forjado una cultura que ha dejado una impronta imperecedera en todo el mundo; cultura que se generó con las ideas y la moral que trajo la religión cristiana, después del colapso del imperio romano. Sin embargo, el cristianismo, como doctrina superior a las que había tenido anteriormente la humanidad, no quiso destruir sino incorporar a su cultura lo bueno que habían tenido otras civilizaciones, especialmente la greco-romana, y asimiló avances tan importantes para los europeos como el latín y el griego, el derecho romano, la arquitectura, el teatro, las artes, etc., logrando un sincretismo que, con el paso de los siglos, dio forma indestructible a la Europa cristiana que ha llegado hasta nuestros días, que debemos conservar para nuestro bien y el de las generaciones futuras.

Los que quieren ir por el camino del laicismo y el relativismo, e imponer estas creencias al resto de la humanidad, sólo lograrán la desunión de los pueblos, el enfrentamiento fraternal y el malestar espiritual y material de las personas, porque las raíces cristianas están tan profundamente establecidas que será muy difícil desarraigarlas, y si el desarraigo llegara a producirse, quizá nos enfrentáramos al desastre, el desorden y el caos.

Por el camino que vamos me asusta pensar que algún iluminado, en nombre del laicismo, además de quitar los símbolos religiosos de escuelas y centros públicos, cayera en la cuenta de que también había que quitar el numeral correspondiente al año, porque la cifra tiene una derivación claramente religiosa y cristiana, puesto que no hay que olvidar que los años los contamos a partir del nacimiento de Cristo.
6 de diciembre de 2008
Luis de Torres