El
año 2014 se está contagiando de las desgracias que aparecieron en Europa el año
1914, cuando los gobernantes occidentales, llenos de orgullo, prepotencia,
reivindicaciones, pactos y alianzas y ansias imperialistas, pero con escaso
sentido común y sin pensar en el futuro y en el bienestar de sus ciudadanos, se
lanzaron a un belicismo insensato que cubrió casi toda Europa de dolor,
angustia, destrucción y muerte.
Ahora,
100 años después de aquella catástrofe, estamos viendo aparecer negros
nubarrones que amenazan tormenta, que se están moviendo de este a oeste, pero
que no pueden traer la siempre beneficiosa lluvia para los campos, pues son
nubes que ensombrecen la mente de los hombres y les privan de la sensatez y la
prudencia.
Después
de la desaparición de la Unión Soviética en el año 1991, que fue seguida de la
declaración de independencia de diversos países que estuvieron integrados en la
URSS, ahora estamos viendo con asombro y preocupación cómo Ucrania, que fue
junto con Rusia y Bielorrusia uno de los tres países que acordaron la
disolución de la citada Unión Soviética, se ha metido en un extraño laberinto
donde una parte de sus habitantes quieren unirse a Rusia, otros prefieren
acercarse a la Unión Europea, y quizá algunos, o muchos, posiblemente más
sensatos y menos influidos por razas, etnias, o ideas políticas, sólo desean
seguir siendo ciudadanos de una Ucrania en paz, sin desavenencias y en armonía
con el resto de sus compatriotas.
Lo
malo de esta situación es que los ánimos se calientan, cada uno quiere imponer
su razón sin tener en cuenta la razón de los otros, se pierde el sentido de la
patria común, la bandera que se ondea es la de las etnias, se fraccionan los
territorios y, finalmente, se llega al enfrentamiento armado y la sangre borra
la palabra paz.
Hasta
hace poco, los españoles y, posiblemente, muchos otros europeos, no estábamos
acostumbrados a ver, leer, o escuchar en los medios de comunicación los nombres
de determinadas localidades ucranianas, a pesar de que algunas, como Yalta y
Odesa, tuvieron un gran protagonismo en la pasada historia europea, pero ahora
nos encontramos con suma facilidad con los nombres de Crimea, Sebastopol,
Donetsk, Slaviansk, Kiev, etc. Y en cuanto a los habitantes, también nos están llenando nuestra mente de términos
como pro-rusos o pro-europeos, descartando la mejor palabra posible:
Ucranianos.
Esa
sangre que se ha derramado en Ucrania, y que puede seguir derramándose, nos
traerá muchas desgracias a todos los europeos, si no se busca la concordia, el
entendimiento, la comprensión y la unión pacífica de los pueblos, y se dejan
atrás las desavenencias, las revanchas, las amenazas y la fuerza de las armas.
Ya tuvimos bastante destrucción, sufrimiento, dolor y muerte en el pasado siglo
XX. Las naciones occidentales debemos evitar los enfrentamientos, pleitos y
odios derivados de las ideas políticas o religiosas, de las razas o etnias, de
la expansión territorial, del paso por las rutas marítimas, del control de las
materias primas y de cualquier otra circunstancia que altere el orden
establecido. La paz tiene que estar siempre en primer plano. Jamás en un
degradante y peligroso segundo plano.
Luis
de Torres
15
de abril de 2014
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