martes, 25 de enero de 2011

ESTANFLACIÓN

Por si los españoles no tuviéramos ya suficientes desgracias y pesares en este año que acabamos de estrenar, ahora nos obsequian con una palabreja tan desconocida y desagradable que ni siquiera aparece en el Diccionario de la Lengua Española. Sin embargo, haciendo investigaciones hemos sabido que el engendro salió del mundo financiero anglosajón, mediante la unión de dos palabras inglesas: “stagnation” (estancamiento) e “Inflation” (inflación), con cuyo maridaje se designa, con bastante buen acierto, la situación que se da en España actualmente, en donde estamos asistiendo a un prolongado estancamiento de la actividad económica y, al mismo tiempo, a un incremento de la inflación, que es, posiblemente, la peor combinación que se puede dar en cualquier economía, pues es tremendamente dañina, afecta a empresas y, sobre todo, a los trabajadores, jubilados y pensionistas y, además, es muy difícil de corregir a corto plazo, especialmente cuando los gobiernos practican las llamadas políticas progresistas, que, en España, tendríamos que declarar como políticas regresivas o destructivas.

El caso es que el año 2011 ha comenzado con malos augurios y nada nos hace pensar que se produzcan mejoras que alivien la mala situación que nos han traído los especuladores, los banqueros, los políticos y los ambiciosos de todo tipo y condición, que, recluidos en sus seguros refugios, están echando toda la basura que han producido hacia los más débiles, para que éstos sean los que limpien y reparen con su esfuerzo y sus lágrimas el sucio y resquebrajado panorama español.

Desde siempre, los humanos hemos asociado la palabra oro con riqueza, bienestar y poder, hemos buscado el dorado metal por todos los rincones del mundo, y los estados y los codiciosos lo han atesorado como la forma más importante de crear seguridad económica. En definitiva, la palabra oro es fuerte, dorada, rutilante, bienhechora, soñadora y poderosa. Sin embargo, desde hace algunos meses, nos estamos encontrando por las cuatro esquinas de nuestros pueblos y ciudades, a lo largo y ancho de la doliente España, anuncios, letreros, rótulos y otras formas publicitarias que nos informan que alguien quiere comprar oro, especialmente esas joyas, suntuosas o no, hermosas o humildes, que casi todos los españoles tenemos en nuestros hogares, y que siempre contienen algo del brillante metal. Estos anuncios nos muestran la horrible cara de la situación económica que padecemos, el semblante de la penuria, la miseria y el dolor que están sufriendo muchos de nuestros compatriotas, porque cuando una mujer tiene que vender o empeñar sus pequeñas joyas, que quizá tengan, como suele ocurrir, un gran valor sentimental, algo en nuestra patria está yendo mal, muy mal. Los compradores del oro, que son muchos, saben lo mal que estamos los españoles, y quieren hacer su negocio, pero el gobierno, cómplice de la terrible situación actual, no lo sabe, o lo que es peor, no lo quiere saber.

Dentro de la estanflación asistimos con gran alarma a la elevación de precios de muchos artículos, suministros y servicios, debido en parte a la acción del gobierno, que nos obsequió al comienzo del año con varias subidas, encabezadas por la electricidad, después de la subida del Impuesto sobre el Valor Añadido. En parte, también, al incremento del precio de los carburantes, que tienen un tremendo efecto multiplicador y cuya subida alcanza, asimismo, a muchos artículos y servicios, a pesar de lo cual, estamos seguros que las compañías petroleras obtendrán beneficios más abultados que con una materia prima barata, y, por último, la subida de los cereales y otros productos agrarios, donde, al parecer, ha surgido un importante movimiento especulativo. Como ejemplo que puede ilustrar la situación con los cereales, podemos decir que al asomarse a nuestras vidas el año 2011, en una gran superficie muy conocida nos hemos encontrado con que el precio del pan de los humildes, ése que no tiene semillas, aditivos, cortes, o envolturas especiales, ha subido un 16,67%. Y, mientras tanto, los funcionarios siguen sufriendo recortes en sus salarios, los jubilados tienen congeladas sus pensiones, algunas de las ayudas sociales han pasado de pequeñas a no existir, y el número de parados permanece a unos niveles de angustia y extrema preocupación.

El gobierno nos dice que se están tomando las medidas correctas para salir de la crisis, pero mucho nos tememos que sigan siendo palabras huecas, pues no olvidamos que, al principio, se negaba la existencia de la crisis, se llamaba antipatriota al que alertaba del problema que estábamos generando, y, finalmente, se tuvo que admitir lo evidente. Ahora, también niegan la existencia de la estanflación, pero la odiosa combinación que se da en esta horrible palabra, la tenemos entre nosotros: Hay una inflación aceptada del 3%, aunque quizá sea mayor, y nuestra economía está arrastrándose penosamente, está perdiendo puestos en el concierto mundial, y no se ve, por ningún sitio, cómo se puede recuperar.
Como decían los romanos: “Que los dioses nos sean propicios”.