sábado, 31 de diciembre de 2011

VIVIR EN DEMOCRACIA

Hubo un poeta mejicano, llamado Francisco Alarcón de Icaza, que se enamoró de Granada, y dejó para la posteridad los versos más hermosos para ensalzar la belleza de la citada ciudad andaluza:

Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.

Y, efectivamente, Granada cristiana y mora, de monumentos grandiosos y montañas blancas y altivas, de historia y de leyenda, hay que verla y gozarla con la vista y el corazón. Por eso, el poeta mejicano aseguró que la ceguera era la gran desgracia de una persona que viviera en Granada. Posiblemente, aquel ciego oiría sus campanas, escucharía las palabras de la gente, el murmullo de las aguas del Darro y el Genil, sentiría en su cara la brisa fresca de la montaña y gozaría de los aromas y olores de sus flores, de sus árboles y de la tierra húmeda. Pero no podía ver Granada…

Recordando estos versos sobre Granada, se formaron en mi mente otros versos que también entrañan la pena de no tener, de no ver y de no vivir lo que tanto hemos ansiado y deseado. Y mis versos quedaron así:

Dame paciencia, Señor,
para aguantar la desgracia
y soportar el dolor
de vivir en democracia.

Lo que se expresa en mis versos puede parecer una barbaridad, pero no es menos cierto que la democracia la recibimos, en su día, con una aureola de rutilante belleza, grandes virtudes, libertad bien entendida, igualdad para todos, futuro prometedor, bienestar material y serenidad espiritual, pero todo esto, con el paso del tiempo, y la equivocada gestión de buena parte de nuestros gobernantes, ha ido perdiendo brillo y ahora la democracia ya no es tan hermosa y deseada como cuando terminó la dictadura. Por eso, en estos tiempos se habla de regeneración democrática, para volver a vivir las bondades y virtudes perdidas, que, contrariamente a lo que le ocurría al ciego, que no podía ver Granada porque sus ojos no se lo permitían, nosotros no podemos sentir la democracia porque nuestro corazón y nuestra mente, que no nuestros ojos, no están llenos e inundados de los valores democráticos que tanto soñamos.

Ayer, el nuevo Gobierno dictó normas y reformas para intentar mejorar nuestra situación económica y financiera, y quizá todo se haya hecho con la mejor buena fe e intención. No obstante, subyace un error que ensucia la democracia: Los problemas los tenemos que pagar todos, los inocentes y los culpables, y posiblemente en mayor medida los inocentes, esos que se denominan la clase media, que no crearon los problemas, pero que los sufrieron y los siguen sufriendo. Y los culpables existen, y todos sabemos o intuimos quiénes son, pero nadie se atreve o quiere juzgarlos. Parece que no todos somos iguales ante la ley.

Los jubilados van a tener una mísera subida del 1%, y habrá que decir que menos da una piedra. Pero yo sí quiero decir que hace dos días fui a comprar una caja de leche desnatada y había tenido una subida del 4%. Es la leche que compran muchos jubilados, y seguirán apareciendo muchas otras subidas, y los inocentes viviremos en una constante pérdida del poder adquisitivo y, además, pagando los desmanes de los culpables.

Luis de Torres

31 de diciembre de 2011

domingo, 25 de diciembre de 2011

CONFIANDO EN EL FUTURO

Ya tenemos nuevo Presidente del Gobierno y también los Ministros que deberán llevar adelante la regeneración y el orden en la democracia, la economía, las finanzas, el entramado social del trabajo y las prestaciones, y la dignidad y moralidad que enriquezcan nuestras vidas, ya que el anterior gobierno socialista, con sus equivocadas políticas progresistas, había dejado reducidas a escombros todas estas cuestiones, llevando a la mayor parte de la ciudadanía a un estado de desgracia colectiva, de insatisfacción, de dolor y de incertidumbre.

La llegada del partido conservador la deseábamos muchos españoles y, afortunadamente, la conseguimos, porque estábamos viviendo en la angustia y el oprobio de la desquiciada política socialista, y teníamos que salir de tan nauseabunda situación si queríamos respirar aire puro.

Ahora ya hemos conseguido un gobierno con otro color y con otros modales, pero no quiero pronunciarme sobre sus bondades, capacidades, conocimientos, o espíritu de lucha, porque todo esto se nos irá desvelando con sus acciones y con el correr del tiempo. Simplemente, doy la bienvenida a todos sus miembros, porque todos, en principio, llegan con la aureola de la honradez y del buen hacer.

Por ello, desde la confianza que inspiran a muchos españoles, les quiero pedir que tengan en cuenta en la gobernabilidad de nuestra patria las siguientes acciones:

Que destierren de la política la memez de la paridad y que siempre tengan en cuenta que los cargos de importancia los deben ostentar los mejores, sin considerar el sexo ni las matemáticas elementales.
Que deroguen cuanto antes las leyes criminales e indecentes que nos dejó el anterior Gobierno.
Que no se dejen convencer por el victimismo lacrimoso de los separatistas, que lo único que pretenden es que se les considere a mayor nivel que el resto de los españoles.
Que se anulen o supriman todos los caprichos caros, innecesarios y hasta ilegales de algunas autonomías.
Que se prohíba anteponer las leyes de los Gobiernos regionales a las leyes, decretos, órdenes y normas del Gobierno central.
Que se rescaten transferencias cedidas a las autonomías, que deben ser competencias exclusivas del Estado español.
Que se advierta a las autonomías que la transgresión de las leyes estatales puede dar lugar a la suspensión de la autonomía, como está establecido en la Constitución española.
Que se reformen dos leyes muy importantes: La ley electoral para que las minorías no puedan convertirse en árbitros y dirigentes de la política nacional, y la ley penal para que los delitos en España se castiguen con rigurosidad, sin beneficios penitenciarios, y hasta con cadena perpetua efectiva.
Que se investiguen las causas y los causantes de todo el desastre económico y financiero que tenemos como herencia del anterior Gobierno, y si se llegare a conocer los causantes, que se les juzgue y se les castigue como corresponda según nuestras leyes.


Espero que, a partir de ahora, España y los españoles vayamos por el buen camino y que pronto alcancemos el nivel de bienestar que ya tuvimos en el pasado y que, asimismo, nuestra querida patria ocupe en el concierto internacional el puesto que le corresponde por su historia, su capacidad, su cultura y su espíritu de lucha.

Luis de Torres

25 de diciembre de 2011













lunes, 12 de diciembre de 2011

DESUNIÓN Y DESORDEN



En estos últimos tiempos, los ciudadanos de a pie, esos que no tenemos cargos políticos, ni una situación económica desahogada, ni caminamos por el fango de la especulación y el engaño, y que sólo ponemos interés en nuestras familias y en nuestro trabajo (si es que lo tenemos) o en el cobro puntual de nuestras menguadas pensiones, no entendemos lo que pasa a nuestro alrededor, ni por qué todas las naciones tienen problemas, de mayor o menor importancia o cuantía, pero problemas al fin, ni cómo es posible que sea tan difícil llegar a acuerdos entre todos los afectados para enderezar las economías, las finanzas, los gastos y los ingresos, dotar de solidez a las monedas y encauzar todas las actividades por el camino recto.

Comienzo con este preámbulo porque el pasado sábado, 10 de diciembre de 2011, los Jefes de Estado o de Gobierno de 26 países de la Unión Europea firmaron un acuerdo de integración fiscal en la Unión Europea, con la excepción del Reino Unido y la provisionalidad de unos pocos países que tenían que consultar con sus parlamentos o con sus ciudadanos, y este importante documento me llevó a pensar que, por fin, los gobernantes europeos se habían dado cuenta que todos íbamos por un mal camino, pues en vez de dirigirnos a la meta marcada en un principio, que hablaba de unión total, incluida la unión política, seguíamos con nuestras disputas, desavenencias y derechos nacionales, olvidando que la unión hace la fuerza y la desunión lleva al fracaso y a la derrota.

La situación límite a que habíamos llegado nos ponía a todos, a los fuertes y a los débiles, a los que queríamos los Estados Unidos de Europa y a los llamados euroescépticos, en una tesitura muy peligrosa, pues ya se adivinaba, con mucho temor y preocupación, que se llegara a la ruptura de la Unión Europea, que se perdiera todo el trabajo de cohesión y ensamblaje de tantos años y que, dentro de este desastre, se colapsara el euro y, con nuestra moneda, las finanzas y las economías.

Parece que el mencionado acuerdo, a pesar de sus iniciales debilidades, que las tiene, ha sido un paso importante para salir de este agobiante desorden que estábamos viviendo, aunque es lógico pensar que, aún en el mejor de los casos, el orden, la prudencia y la disciplina tardarán en establecerse plenamente dos o tres años más. Ahora, sin embargo, este esperanzador acuerdo fiscal nos sigue recordando que la desunión sigue viva en la Unión Europea y que el egocentrismo está todavía implantado en el alma de algunos europeos. Me refiero a la auto exclusión del acuerdo que ha protagonizado el representante del Reino Unido, que ha roto la exigencia de unanimidad para tomar determinadas decisiones y que ha obligado al resto de países a utilizar la fórmula de “acuerdos intergubernamentales” para poder firmar el acuerdo de integración fiscal.

Esta ausencia increíble del Reino Unido puede que esté fundamentada en varias cuestiones: En la pérdida de preeminencia entre las naciones europeas, puesto que ahora el Reino Unido ya no es la potencia económica de Europa, el recuerdo de su victoria sobre Alemania en la segunda guerra mundial y el liderazgo que la nación germana tiene actualmente en nuestro continente, la resistencia a dejar la libra esterlina que tan valiosa fue durante el imperio británico y como pétreo sostén de la supremacía de la City de Londres en las finanzas mundiales, la amistad inquebrantable con los Estados Unidos, superior a la que muestra con las naciones europeas, y “last but not least” (lo último pero no lo menor) el lema en francés que aparece al pie de su escudo “Dieu Et Mon Droit “ (Dios y mi derecho). Mientras los británicos lleven en su corazón esta frase en francés, que se remonta a varios siglos atrás, y no se desprendan de su orgullo, será muy difícil que se integren plenamente en la Unión Europea. Las demás naciones también tenemos nuestro orgullo nacional, porque, asimismo, poseemos páginas gloriosas en nuestra historia, pero ahora, sin olvidar nuestro pasado, estamos dispuestos a perder una parte de nuestra singularidad y de nuestra soberanía para integrarnos en una gran nación europea que se asiente en el orden, el trabajo, el entendimiento, el respeto mutuo y la paz, la bendita paz de los pueblos que ya no quieren la guerra para dirimir sus controversias.

12 de diciembre de 2011

Luis de Torres

martes, 22 de noviembre de 2011

EL FUTURO AZUL

Remedando a Federico García Lorca, que en su Romance Sonámbulo empezaba diciendo “Verde que te quiero verde”, yo también esperaba y deseaba un color y por mi mente bailaban los siguientes versos:

Azul que te quiero azul,
Que el rojo me está dañando,
Azul que te quiero azul,
Que el rojo me está matando.

y llegó el día glorioso en que el rojo se trocó en azul, y por España se extendió un manto con el color del cielo, sin nubarrones ni calimas, cuando el Partido Popular venció por mayoría absoluta en las elecciones del 20 de noviembre de 2011.

Habíamos pasado casi ocho años de problemas, dificultades, angustias, preocupaciones y colapso económico, y todo ello debido a la ceguera y a la incompetencia de un gobierno que solamente pensaba en asuntos intrascendentes que encajaban en esa política insensata y destructiva que se dio en llamar “progresista”, pero que, en la práctica, era una política regresiva, con la que se perseguía la demolición, el aniquilamiento y el exterminio de todos aquellos valores morales y nobles que habíamos recibido de nuestros antepasados, vinculados con la religión, la familia, el patriotismo, la unidad sin fisuras de los españoles, el orgullo de nuestra historia, la libertad, las costumbres, la educación, la urbanidad, el respeto a nuestros mayores, y muchas otras cosas que están en lo más profundo del acervo cultural y moral de la tradición española.

Los socialistas, que han sido un tremendo lastre para España, en parte por sus ideas y, especialmente, por su incultura y falta de sabiduría para gobernar una gran nación, nos han llevado a una situación de penuria y dificultad que será muy difícil desterrar. Sin embargo, su impericia y su discurrir por la izquierda en vez de ir por el camino recto, los han llevado a la catástrofe mayor de su historia reciente. En estas últimas elecciones, los socialistas, que parece que no quisieron darse cuenta del rechazo que habían recibido de la mayoría de los españoles en las votaciones municipales y autonómicas, pusieron en marcha la peor propaganda electoral posible, y así cosecharon el tremendo fracaso que ahora conocemos. Supongo que ya se habrán dado cuenta que seguir con sus mentiras e inexactitudes, con su demagogia barata, con la exposición contumaz sobre los peligros de la derecha y con el apoyo de personajes socialistas del pasado, que ya dejaron a España maltrecha y herida al terminar su mandato, no fue la mejor idea sino el mayor error que podían cometer.

Ahora, el nuevo gobierno que coja las riendas de España tendrá que hacer una profunda limpieza, derogar leyes abyectas que ofenden a muchos ciudadanos, suprimir enseñanzas de adoctrinamiento que coartan la libertad de las personas, enderezar las relaciones internacionales para mejorar la posición de España en el mundo, dejar sin efecto la llamada Alianza de Civilizaciones, que nada bueno nos ha traído o nos puede traer, regular o anular las donaciones, subvenciones y otros dispendios que no tienen sentido, que no proporcionan a nuestro país ningún beneficio, y que erosionan gravemente a nuestro erario, modificar la ley electoral para que las minorías no se puedan erigir en árbitros y señores de la política nacional y, asimismo, introducir en el código penal nuevas normas que endurezcan las penas, se determine el cumplimiento íntegro de éstas, y se anulen los beneficios penitenciarios.

Lo que pasará en el próximo futuro no lo sabemos. Sí conocemos que la tendencia política en nuestra patria va a cambiar, y eso lo celebramos y aplaudimos; confiamos en el buen hacer de los nuevos gestores y les deseamos el mayor éxito, pero, sobre todo, esperamos que sus acciones nos traigan a los españoles la esperanza, la felicidad, la alegría, el trabajo y la paz, que no tuvimos en los pasados años.

22 de noviembre de 2011

Luis de Torres




miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO?

Si echamos la vista atrás y nos remontamos a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, podemos encontrarnos con que los europeos, y, principalmente, los políticos europeos, ya estaban pensando en crear algunos mecanismos de unión entre los pueblos que tanto habían sufrido con la guerra, con la pretensión y el deseo de que un desastre tan horrible, sangriento, destructivo, disparatado y sin sentido, como la contienda mundial, no se volviera a repetir, y los primeros pasos se dirigieron a evitar que Alemania no pudiera fabricar armas de guerra, y este pensamiento dio lugar a la fundación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), con lo que se pretendía que el carbón, visto como energía, y el acero, como principal materia prima para fabricar armas, estuvieran controlados, regulados y gestionados por algunos países que seguían temiendo a Alemania. En aquellos momentos, por tanto, parece que todavía no existía la idea de crear una Europa unida, aunque Winston Churchill, poco tiempo después de terminar la II Guerra Mundial, ya pedía que se unieran los países europeos, posiblemente como una forma de buscar la paz duradera.

Posteriormente, y cuando el sueño de unir a los países europeos empezó a tomar forma, no sé si pensando en el poderoso sistema norteamericano, como alianza contra la teórica amenaza del comunismo, que se asentaba al este de las principales naciones europeas, o por ambos supuestos, el caso es que se llegó al entendimiento de firmar el llamado Tratado de Roma, que fue el primer paso firme hacia la creación de los Estados Unidos de Europa, que ahora llamamos Unión Europea, después de pasar por otro tramo anterior con el nombre de Comunidad Económica Europea, la cual fue creciendo a lo largo de varios años, mediante la autorización para que se incorporaran paulatinamente otros países que habían solicitado la entrada, y, teóricamente, después de haber cumplido unos requisitos que, en el fondo, exigían que la situación de cada nuevo miembro fuera de suficiente nivel para equipararse a los que ya estaban dentro del club europeo, y así formar una unión de naciones que fuera homogénea en la mayor medida posible, aunque después se ha comprobado que aquellos buenos y prudentes propósitos han fracasado y que ahora, con gran temor y preocupación, se observa que el enorme vehículo de la soñada Unión Europea ya no avanza por una buena carretera asfaltada sino por un pedregal bordeando farallones, acantilados o despeñaderos.

Grecia, una de las naciones que más quebraderos de cabeza está dando, entró a formar parte del grupo en 1.981, lo que supone que ya en aquella época se consideraba que la nación de los helenos, que había sido cuna de la civilización europea, maestra de los pueblos occidentales, y la más adelantada de su tiempo en las ciencias, las artes, la política, las letras, etc. era una candidata válida y cualificada para unirse al club europeo, pero, desgraciadamente, aquella apreciación basada quizá en la grandiosa historia griega y en el poderío de su marina mercante en la última mitad del pasado siglo, ha resultado en un total fiasco, y ahora la Grecia del Partenón, de Fidias, de Pericles, de Homero, de sus dioses y sus héroes mitológicos, y de tanta belleza, emoción y cultura que hemos recibido y asimilado de su civilización, está hundida, desprestigiada y llorando su propia tragedia griega. Su actual situación, donde la desesperanza, la ira, la traición, y el sufrimiento son penas comunes en el pueblo griego, habría encontrado en Sófocles suficiente material trágico para escribir una gran tragedia, a pesar de que en este caso los oráculos no habían predicho tal cúmulo de desgracias.

España ingresó en el selecto club europeo en 1.986, después de varios años de paciente espera, porque, en principio, no éramos una nación con suficientes credenciales como para codearnos con las que ya estaban dentro del grupo, pero, olvidando aquel pasado, y mirando al futuro, creo que la mayoría de los españoles recibimos de buen grado y con alegría la incorporación a la Comunidad Económica Europea, de la que obtuvimos importantes ayudas para mejorar nuestras infraestructuras, aparte de haber logrado un mejor puesto en el plano de nuestras relaciones internacionales.

Después, con mayor o menor fortuna, fueron pasando los años y España fue logrando avances, viviendo en democracia, aunque sin tener una conciencia plena de su significado, y pensando que estábamos moviéndonos hacia un futuro mejor. Llegó el siglo XXI, del que esperábamos grandes cosas, pero pronto despertamos con horror de nuestro sueño con la llegada del euro, esa nueva moneda que nos hacía más europeos y que, supuestamente, iba a reforzar nuestra economía y nuestras finanzas. ¡Craso error! El euro nos trajo una catástrofe económica, pues, casi de la noche a la mañana, nos encontramos sumidos en una inflación escandalosa, ya que los pícaros y otros desaprensivos asimilaron cien pesetas a un euro y se produjo una subida de precios, de facto, de aproximadamente un 60%, debido a ese cambio asignado a la peseta para la conversión a euros de 166,386 pesetas por cada euro. Y lo grave es que el gobierno no hizo nada, repito, nada, para cortar tajantemente aquel desorbitado abuso, ni tampoco se preocuparon de arreglar el problema los siguientes gobiernos. Mientras tanto, trabajadores, funcionarios, jubilados y pensionistas perdieron su poder adquisitivo y los dirigentes estatales, que, a partir del 2004, eran socialistas, siguieron sin acordarse del gravísimo daño que estaban sufriendo las clases bajas y medias. Habían encontrado una nación que todavía estaba en razonable buena condición y prefirieron seguir la senda de lo fácil y no meterse en un berenjenal que podía traerles problemas y disgustos. Sin embargo, la dejación que hicieron de hacer justicia en asuntos tan importantes como controlar y moderar la inflación, reprimir la especulación, vigilar y evitar las operaciones financieras de alto riesgo, regular y encauzar las hipotecas, y otras situaciones de desequilibrio que se estaban dando en el sector bancario, trajo a España la debilitación de la economía, las dificultades de las empresas, el desamparo y angustia de los trabajadores y un panorama de frustración y desesperanza.

Y por si no fuera suficiente la cantidad de problemas que habíamos generado dentro de nuestra patria, para añadir el insulto a la herida, como suelen decir los anglosajones, nos llegaron nuevas desgracias de ultramar, y empezaron a hablarnos de quiebras de sociedades financieras norteamericanas, de bonos basura, de calificación de la deuda soberana de los países, de prima de riesgo, y de otras lindezas, y siempre haciéndonos ver y saber que todas estas desgracias estaban en las entretelas de nuestra economía y que afectaban a todos los españoles.

No obstante, estas alarmantes noticias que, desgraciadamente, ya nos están dañando más de lo esperado, fueron negadas una y otra vez por el gobierno socialista, que seguía instalado en su ineptitud y en su crónico inmovilismo. Con el tiempo, nuestros gobernantes tuvieron que admitir que algo iba mal, o muy mal, en nuestro país, pero ya era demasiado tarde para cambiar la tendencia. Por otro lado, la injerencia de varias agencias de clasificación de riesgo, radicadas en los EE.UU., que no tendrían que haberse erigido en árbitros de la economía europea, dando publicidad a las supuestas o reales debilidades financieras de varias naciones, incluida España, para poder hacer frente al endeudamiento que tenían, desestabilizó todos los sistemas financieros y creó un enorme malestar y preocupación en todos los países, no sólo en los que, teóricamente, estaban en peor situación, sino, asimismo, en aquellos que tenían mayor fortaleza, pero que temían que se produjera un cataclismo en la zona euro.

Así las cosas, los europeos estamos estupefactos al contemplar que países como Irlanda, Portugal, Grecia y ahora Italia están en serias dificultades, y que la lista de naciones que también pueden unirse a las ya citadas, como son España, Austria, Bélgica, Francia, etc., cuya solvencia puede ponerse en entredicho, nos lleva a una terrible pregunta: ¿Qué políticos han accedido al gobierno a lo largo y ancho de nuestra querida Europa? Parece obvio que si las personas que nos gobiernan hubieran sido elegidas entre hombres y mujeres bien cualificados para ejercer sus cargos, y, por supuesto, honrados, honestos, prudentes, comedidos, íntegros, razonables, justos, y sin más deseo que llevar a sus pueblos por el buen camino del trabajo, del entendimiento y de la paz, estamos seguros que ahora no nos encontraríamos en tan oscura y dura situación.

Y si todas esas virtudes y condiciones se dan en todos nuestros gobernantes, o en buena parte de ellos ¿Por qué están apareciendo tantas fisuras en la vida económica y financiera de las naciones? Habrá que buscar las causas y corregirlas y, si existe delito, castigarlo. Los europeos queremos trabajo, orden y paz. No podemos caminar por la senda de la preocupación, la desesperanza o la miseria.

Luis de Torres

16 de noviembre de 2011









miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿AYUDA HUMANITARIA?

¿AYUDA HUMANITARIA?

El pasado domingo, 6 de noviembre de 2011, los españoles recibimos la terrible noticia de que un compatriota nuestro había muerto en tierra afgana al recibir un disparo procedente de unos supuestos guerrilleros talibanes.

Lo de menos es saber quién disparó el proyectil asesino que segó la vida joven del sargento primero Joaquín Moya Espejo, porque lo grave, lo desesperante y lo insensato es que los soldados españoles estén en Afganistán para morir estúpidamente en una guerra que no tiene ningún sentido para nosotros y en la que estamos metidos porque así lo han querido nuestros políticos, no sé si por algún interés noble o razonable, que lo dudo, o simplemente espurio, o porque formamos parte de eso que, en general, se llama la geopolítica occidental.

Cualquier razón subyacente que quiera justificar nuestra presencia en Afganistán con soldados, material de guerra y bagaje militar es un despropósito, y aún más cuando a los españoles se nos viene diciendo que España no acude para luchar en una guerra sino para prestar ayuda humanitaria. Y mientras seguimos metidos en este peligroso laberinto de violencia, los soldados españoles, por una causa o por otra, siguen muriendo, y la cifra de bajas que ya estamos contabilizando creo que está acercándose al centenar. ¿Por qué en Afganistán no se ha tomado la decisión de retirar las tropas como se hizo, incomprensiblemente, en Irak?

Actualmente, hasta los estadounidenses, cuya nación es la principal implicada en esta guerra, quieren marcharse de allí, donde ya han tenido 1.786 muertos y más de 14.000 heridos, donde están gastando ingentes cantidades de dinero, y porque se están dando cuenta de que, después de 10 años de guerra, la situación no mejora, no se logran objetivos, y no creen que su nación salga victoriosa de tan larga y costosa contienda.

Los españoles no queremos que la tierra afgana, ni ninguna otra, se tiña de rojo con la sangre de nuestros compatriotas. Tampoco queremos padres, esposas e hijos que lloren la pérdida tan brutal e inesperada de un ser querido.

Gloria y descanso en paz para Joaquín Moya Espejo y todos nuestros caídos.

Luis de Torres

8 de noviembre de 2011

viernes, 4 de noviembre de 2011

DANICA CAMACHO

Según nos dicen los medios de comunicación, Danica Camacho es una niña que acaba de llegar al mundo en la ciudad de Manila, en Filipinas, y no sé quiénes, si su familia, los que ayudaron en el alumbramiento, las autoridades filipinas, o los dirigentes de alguna organización de tipo estadístico, familiar o demográfico, han declarado que esta niña es la que alcanza la cifra de 7.000.000.000 (Siete mil millones) en el recuento de la población humana. Asimismo, se ha publicado que, en distintos lugares, también han reivindicado que otros bebés son los que tienen el derecho de ostentar el citado número.

A mí me da igual a qué bebé se le otorga esta distinción, que, en principio, es muy difícil de dar y de acertar, pues son muchos los niños que están llegando a nuestro planeta al mismo tiempo y en diferentes latitudes y longitudes. Lo que a mí sí me importa es el imparable crecimiento de la humanidad, pues parece que no nos damos cuenta de que vivimos en un mundo finito, que es el único que tenemos, que no sabemos que exista otro que nos pueda acoger, a pesar de los millones de cuerpos celestes que tenemos a nuestro alrededor, en los cuales quizá haya vida, o la hubo, o pueda haberla en el futuro. No sé si algún día podremos desentrañar ese tremendo misterio sobre la posible vida fuera de nuestro mundo. Quiero creer que sí la habrá, pues no deseo caer en la vanidad de pensar que somos únicos en la vastedad universal.

Danica Camacho y los miles de bebés que estén naciendo estos días tendrán la suerte y el privilegio de conocer un mundo con tal diversidad de vida, de paisajes, de fuerzas naturales, de materiales, de colores, de comportamientos, de luces, sombras y oscuridad, que sus sentidos quedarán ahítos de asombro ante tanta belleza y maravilla, de difícil comprensión para sus jóvenes mentes, sin darse cuenta, de momento, que ellos forman parte importante y destacada del milagro de la vida.

Sin embargo, ese crecimiento exponencial del género humano está creando tal tensión o presión sobre los recursos de nuestros planeta que, si no lo remediamos, llegará algún día, no excesivamente lejano, que la vida en nuestro mundo se colapsará, primero con la desaparición de muchas especies, tanto terrestres como marinas, porque habremos ido destruyendo su habitat, y después nosotros, los causantes del desequilibrio natural, que en nuestros insensatos deseos de crecimiento y conquista, habremos ido poniendo en el camino de la vida barreras, obstáculos, restricciones, modificaciones, abusos y todo tipo de alteraciones y aberraciones en aras de una supuesta mejora en la calidad de vida, sin darnos cuenta, debido a nuestra ceguera e insensatez, que estábamos galopando hacia la destrucción de nuestro hermoso mundo.

Los siete mil millones de habitantes a que hemos llegado nos deben llevar a una serena reflexión: no debemos seguir por esta senda de crecimiento, pues aunque ahora el mundo es capaz de producir suficientes alimentos para todos, nos encontramos con que existen muchas zonas donde la población pasa hambre, donde escasea el agua potable, donde la educación y la cultura son de escasa significación, y donde las condiciones de vida son deplorables. Al mismo tiempo, estamos asistiendo, a nivel mundial, al saqueo de los mares, a la desaparición paulatina de los bosques y de la tierra fértil, y a la contaminación del aire. Incrementar la población humana no parece la mejor idea para cuidar de nuestro mundo y de las especies que lo pueblan. Si queremos lo mejor para nuestros hijos y nietos, y para los que vengan después, hemos de regular la natalidad con normas, costumbres o leyes que mantengan un equilibrio entre nacimientos y fallecimientos y se atenúe ese disparatado crecimiento que tenemos ahora. Y que conste que en ese equilibrio no deben intervenir las guerras, ni las epidemias, ni el aborto. Si un nuevo ser humano llama a la puerta de la vida, ésta debe abrirse de par en par. Por eso, desde aquí damos la bienvenida a este mundo a Danica Camacho y a todos los bebés que siguen naciendo.

Luis de Torres

3 de noviembre de 2011

lunes, 31 de octubre de 2011

GOBERNANZA, INFLACIÓN Y OTRAS DESGRACIAS

Estoy observando desde hace poco tiempo que algunos políticos y, asimismo, ciertos periodistas, se han acostumbrado a utilizar la palabra “gobernanza”, en lugar de gobernación o gobernabilidad, que han sido vocablos más comunes en la jerigonza de la clase gobernante, y aunque gobernanza figura en el Diccionario de la Lengua Española, tengo la sospecha de que los usuarios de tan poética y hermosa palabra, que rima con danza, lontananza, andanza, romanza, bonanza y holganza, y con alguna otra palabra de igual o mayor belleza que no me viene ahora a la mente, no se han detenido a conocer la acepción principal que da la Real Academia Española a la palabra “gobernanza”, vinculada a la acción de gobernar. Y dice así: “Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía.”

Si los políticos hubieran tenido el conocimiento profundo de lo que significa la citada palabra habrían dejado de incluirla en sus discursos, porque no hay nada tan dispar y lejano entre sí como lo que sucede en la vida de los españoles y lo que propone o propugna la palabra gobernanza. Para nuestra desgracia, los políticos que rigen los destinos de España, no sólo no han logrado el desarrollo económico, social e institucional, sino que nos han sumido, que es lo único que parece que saben hacer, en la crisis económica, en el marasmo social, moral y laboral y en el desequilibrio y fragmentación del Estado. Gobernanza sí, cuando se persigue y se logra lo que indica el significado de la palabra, pero cuando ésta se usa como adorno, decoración, o supuesto culturalismo en un discurso, no.

Abundando sobre lo indicado arriba en relación con la crisis económica que estamos sufriendo desde hace varios años, y que seguiremos sufriéndola durante más tiempo, aunque cambiemos de equipo de gobierno, porque el daño que se ha hecho a nuestra patria es de tal magnitud que serán necesarios muchos esfuerzos y muchos meses o años para recuperar el bienestar que estuvimos gozando en tiempos pasados, quiero referir un par de anécdotas, quizá de escasa relevancia dentro de la situación de miseria y dolor que estamos viviendo, pero que denotan que esta crisis se está cebando mayoritariamente con los más débiles, con los que estamos sujetos a las disposiciones gubernamentales, como es el caso de los funcionarios, jubilados y pensionistas.

En efecto, hace unos días me fui a cortar el pelo, y cuando llegó el momento de pagar, el peluquero, con muy buena educación y esbozando una sonrisa, me dijo que el precio del servicio había sido incrementado en un 10%, que tuve que pagar, aunque de mala gana. Un par de días después estuve comprando en un supermercado unos tarros de cristal de humildes y nutritivas legumbres y me encontré con otra desagradable sorpresa. ¡Estos alimentos de primera necesidad habían subido de precio un 11% aproximadamente! Me quedé pensativo. ¿Qué estaba pasando? Funcionarios, obreros, pensionistas y jubilados no solamente no manteníamos nuestro anterior poder adquisitivo, sino que vivíamos bajo el temor de nuevos recortes y estrecheces. Y ahora, para colmo de desdichas, además de los castigos que nos está infligiendo el actual gobierno antisocial, también los comerciantes y los que tienen profesiones libres han decidido meter la mano en nuestros extenuados bolsillos para reforzar los suyos. Y si los que todavía tenemos algún tipo de ingreso nos quejamos de la injusticia que estamos soportando ¿qué pensarán, gritarán o llorarán aquellas personas que están inmersas en esa insoportable tortura, de nuestros malhadados tiempos, que llamamos desempleo o paro? Los que estamos pagando la subida de los precios y el recorte de nuestros ingresos intentaremos equilibrar nuestra economía yendo a la peluquería algo más tarde que de costumbre, sin que nos importe demasiado que nuestra abundante o escasa cabellera la pongamos menos veces al año en manos del peluquero, y, en cuanto a las queridas legumbres, nos acostumbraremos a comer menos cantidad, que quizá sea bueno si pierden algún kilo los que están llenitos, y soportable si la delgadez de algunos se hace ligeramente más visible.

31 de octubre de 2011

Luis de Torres

martes, 24 de mayo de 2011

JUSTO CASTIGO A SU INEPTITUD

JUSTO CASTIGO A SU INEPTITUD

Ayer se celebraron las elecciones municipales y autonómicas en España y hoy, gracias a los avances tecnológicos, ya sabemos todos los ciudadanos quién ha ganado, quién ha perdido y quién ha empatado, y ello con todo lujo de detalles.

Los resultados que se han dado han supuesto un auténtico desastre para los socialistas, y esta hecatombe ha sido de tal magnitud que ni siquiera las personas que auguraban, quizá con toda razón, que la caída del PSOE era segura e irremediable, llegaban en sus previsiones a niveles tan bajos. Incluso, había un cierto temor entre algunos de los españoles que deseaban fervientemente el tropiezo socialista, que esta formación política se recuperara a última hora, no sólo por la presión que se estaba haciendo a los ciudadanos en las convocatorias multitudinarias y en los mensajes que lanzaban varios medios de comunicación, sino, también, por las consecuencias que se podían derivar de las concentraciones de jóvenes bajo el lema del 15-M.

Sin embargo, ni todo el ambiente de inquietud, zozobra, desobediencia a las leyes, y creciente indignación, socavaron la firme decisión de los españoles de depositar en las urnas sus ideas y sus deseos de cambiar una situación insostenible de continuos errores, de penuria, de angustia, de hundimiento y de desesperanza, así como tampoco las palabras altisonantes, pero huecas, las frases recias e hirientes, pero sin valor, las miradas penetrantes, pero frías, los gestos altaneros de cabeza, brazos y manos, estudiados para impresionar, pero vanos e inservibles, y las mentiras, tergiversaciones, insultos y descalificaciones, pero carentes de sensatez, de los políticos socialistas, penetraron en la mente y en el corazón de los españoles, que se mantuvieron estoicamente firmes, y que no se acobardaron para proclamar, con claridad y educación, sin algaradas ni revueltas, sino en las urnas y democráticamente, su inquebrantable decisión de dejar al borde del abismo y maltrecha a una formación política que tanto daño les había hecho. Y lo consiguieron…

Ahora, si los socialistas no quieren aceptar el rechazo que han tenido de la mayoría de los españoles y se niegan a convocar elecciones anticipadas ya, dentro de poco tiempo descubrirán con horror, como dicen los alemanes, que su manifiesta ineptitud los ha llevado al fondo del abismo y que será imposible salir de él.

23 de mayo de 2011

Luis de Torres

sábado, 14 de mayo de 2011

LA SENSATEZ DE HUNGRÍA

LA SENSATEZ DE HUNGRÍA


El pasado día 18 de abril de 2011 el Parlamento húngaro aprobó, por una amplia mayoría, la nueva Constitución, que entrará en vigor el día 1 de enero de 2012, y dejó atrás definitivamente su forzada alianza con el comunismo, aunque previamente ya había entrado a formar parte de la OTAN y también de la Unión Europea.

Esta noticia tendría que haber sido recibida con alegría y satisfacción por los países que también están integrados en la Unión Europea, pero no fue así, porque todavía no tenemos un sentimiento patrio, político, histórico, solidario y común que haga de la Unión Europea una gran nación, de la que estemos orgullosos, en la que podamos vivir en paz y en armonía, conservando siempre nuestras costumbres y modos de ser, pero teniendo y sintiendo, por encima de todo, la condición irrenunciable y grandiosa de ser europeos unidos.

Lo triste y descorazonador es que algunos europeos que están ocupando cargos en el Parlamento Europeo pidieron a la Comisión Europea que estudiase el texto de la Carta Magna húngara, “por considerar que su texto puede ir en contra de los principios básicos de la Unión Europea sobre democracia y derechos fundamentales” Los que pidieron el estudio del texto son los que militan en partidos de izquierdas, los mismos, quizá, que rechazaron la inclusión en la fallida constitución europea del reconocimiento de las raíces cristianas de Europa.

Los húngaros, sin embargo, que tanto han sufrido a lo largo de la historia, en su nueva Constitución no renuncian a sus ideas milenarias, justas y morales, reconocen las raíces cristianas de su país, rinden homenaje a San Esteban rey, que llevó a Hungría al seno de la Cristiandad y, además, en vista de la degradación moral que se está extendiendo por algunos países europeos, defienden la vida y protegen el matrimonio entendido como la unión legal entre un hombre y una mujer.

Pero estos ideales, que son nobles y dignos de encomio y forman parte de nuestra civilización ancestral, algunos políticos consideran que pueden ser contrarios a la democracia y a los derechos fundamentales. Pero, ¿saben esos políticos lo que es democracia y derechos fundamentales? Posiblemente no, o, en todo caso, no saben discernir entre lo bueno y lo perverso, lo justo y lo delictivo, lo digno y lo despreciable. ¿Existe algún derecho que sea más fundamental que el derecho a la vida? Pues ese derecho lo defiende la nueva Constitución húngara, que significa que rechaza el aborto y otras posibles formas de acabar con la vida humana, y esa misma Carta Magna protege el matrimonio, creador de la familia, que es otro derecho fundamental.

Y en cuanto a la herencia religiosa de los europeos, que también molesta a determinados políticos, habría que recomendar a éstos que se dieran una larga vuelta por Europa, que miraran a su alrededor con atención y cuidado, y verían que en todas las ciudades, pueblos, y hasta en pequeños núcleos de población, existen templos cristianos, sean éstos catedrales, basílicas, santuarios, iglesias, monasterios, conventos, ermitas, etc., que son la prueba irrefutable de que, a lo largo de muchos siglos, los pueblos europeos han vivido y se han desarrollado bajo la religión cristiana. ¿Por qué hemos de renegar de nuestras raíces religiosas? Nuestros antepasados las defendieron en Covadonga, en Las Navas de Tolosa, a las puertas de Viena, en Lepanto y en otros muchos sitios, las llevaron a otros continentes, con convicción y entrega a sus ideales, y no debemos olvidar su esfuerzo, su valentía y su legado histórico.
Hungría, con su nueva Constitución, ha llenado de contenido noble este importante documento y ha traído un aire nuevo a la Unión Europea, aunque algunos crean, como dicen los componentes del grupo socialista europeo, que los magiares han retrocedido al pasado.

14 de mayo de 2011

Luis de Torres

domingo, 8 de mayo de 2011

LOS TRIBUNALES QUE NO ENTENDEMOS

LOS TRIBUNALES QUE NO ENTENDEMOS


Los españoles que no hemos estudiado Derecho, pero que confiamos en los Tribunales de Justicia cuando se trata de aclarar, ordenar y resolver con equidad las discrepancias de las personas físicas o jurídicas, que, en demasiadas ocasiones, aparecen en la vida de los ciudadanos, estamos todavía perplejos por la decisión que tomó recientemente el Tribunal Constitucional sobre la legalidad o no de un nuevo partido que pretende presentarse a las elecciones del 22 de mayo en las provincias vascas.

El estupor e incredulidad que ahora sentimos cientos de miles de españoles se debe al hecho de que hace pocos días el Tribunal Supremo, que entendemos que es la máxima instancia judicial de España, dictó sentencia ilegalizando el nuevo partido vasco, por estimar que tenía connotaciones claras o relaciones probadas con los terroristas que tanto daño han estado haciendo a los españoles. Sin embargo, el Tribunal Constitucional, que nos parece que no está por encima del Supremo en cuanto a juzgar hechos, delictivos o de otro tipo, ha dejado sin efecto la sentencia de ilegalización del nuevo partido vasco, que ahora, y dentro de estos vericuetos difícilmente transitables e incomprensibles sobre constitucionalidad o no de leyes y decisiones, sí es legal.

Los ciudadanos necesitamos leyes claras, que protejan el bien y persigan y castiguen el mal, y que no admitan interpretaciones tan profundas y dispares que den lugar a la incongruencia de que un tribunal diga que una actividad política de determinado signo es ilegal y que otro tribunal dicte que sí es legal. También necesitamos todos los españoles que los magistrados, jueces y demás componentes de la judicatura sean neutrales, que no estén influenciados por ideas políticas, que no se vean obligados a seguir los dictados de los gobernantes y que, siempre, siempre, actúen de acuerdo con las leyes legalmente establecidas. Resulta desagradable leer o escuchar en los medios de comunicación que determinados magistrados son “progresistas” o “conservadores”, porque estos adjetivos o títulos, aplicados a los componentes del Tribunal Constitucional nos llevan a pensar que la decisión, sentencia, laudo, o como queramos llamarlo, se ha incubado en el seno y de la mano de la política.

8 de mayo de 2011

Luis de Torres

domingo, 24 de abril de 2011

Y DESPUÉS DE ESTE PRESENTE, ¿QUÉ?

Durante la primera mitad del siglo XX se solía comentar que nuestro futuro estaría amenazado por lo que se dio en llamar “el peligro amarillo”, quizá porque ya en aquellos tiempos se comenzaba a saber que el crecimiento demográfico de China era muy importante y se vaticinaba que en los años venideros la invasión asiática era algo inevitable. Aquellas predicciones no estaban suficientemente claras, pues mientras algunos creían que la invasión amarilla se llevaría a cabo con ingentes cantidades de guerreros armados con armas convencionales, otros pensaban que se produciría con la marcha inexorable e imparable, pero pacífica, de legiones de chinos avanzando sobre Europa.

Sin embargo, “el peligro amarillo” no nos ha llegado como se pensaba hace varias décadas, y los augurios belicistas, afortunadamente, no se han hecho realidad, pero los habitantes de China se han ido extendiendo calladamente, sin estridencias, poniendo negocios aquí y allá, ocupando bajos, naves, tiendas en decadencia, recodos, esquinas, cruces de caminos y en cualquier sitio donde exponer sus mercancías. Sus primeros asentamientos los hicieron al amparo de restaurantes de comida china, y los españoles nos acostumbramos a los rollitos de primavera, a los platos con base en brotes de bambú, al pato a la naranja y al arroz tres delicias, o con otras denominaciones, pero los supuestos encantos de la comida china no fueron capaces de borrar de nuestra gastronomía ni la tortilla española, ni las chuletas a la brasa, ni el cochinillo asado, ni la paella, ni la pata de cabrito, ni la ensalada mixta, ni el “pescaíto” frito, ni el arroz con bogavante, etc. etc.

Pero si los restaurantes, que fueron la avanzadilla del peligro amarillo, no llegaron a colonizar en gran medida el mercado comercial español, los chinos no se desanimaron ni cejaron en su empeño de echar raíces en territorio español y pusieron en marcha su plan masivo de colocar productos chinos, de todo tipo y clase, a precios suficientemente bajos como para atraer fácilmente al comprador español. Y lo consiguieron, y no solamente poblaron de tiendas los cuatro puntos cardinales de nuestra patria, sino que, además, se introdujeron en los negocios regentados por españoles y también éstos empezaron a vender, a precios asequibles, las prendas y los productos donde campeaba la etiqueta “Made in China”.

Quizá muchos españoles pensaron que era bueno poder adquirir artículos a precios relativamente bajos y, en general, no hacían mucho caso a este fenómeno, ni les preocupaba saber dónde, cómo y de qué manera se había fabricado aquel producto que estaban comprando, a pesar de que el origen del artículo, su precio, su distribución y la tienda que lo vendía, sí tenían una gran importancia en la economía nacional española. La aparición en el mercado de productos de bajo precio y aceptable calidad, que podía ser bueno para una parte de los consumidores, era, en el fondo, el principio del fin de muchas industrias españolas, incapaces de competir con las empresas asiáticas a cuyos trabajadores les pagaban salarios muy por debajo de los niveles fijados en España en los convenios colectivos. No es de extrañar, por tanto, que esta situación fuera generando cierre de empresas y paro, aunque, al parecer, el gobierno de nuestra nación no tenía en cuenta este problema y nada hacía, ni nada hace actualmente, para evitar la degradación de parte de nuestra industria. La colocación de la deuda pública española en el mercado financiero chino parecía tener más importancia, o era más urgente, que reducir el peligro amarillo que ya lo teníamos dentro de nuestras fronteras. Sin embargo, la reciente visita a China de nuestro presidente del gobierno no parece que haya tenido, de momento, resultados muy positivos en el plano financiero.

Por otro lado, los sufridos españoles, esos que padecemos el paro, los recortes de sueldo, la congelación de pensiones y otras desgracias, nos damos de bruces cada día con noticias desalentadoras, que no nos traen ninguna esperanza y sí miedo y preocupación por el futuro de nuestras familias. Últimamente, y para aumentar la angustia que nos asfixia, se nos dice que la inflación ya está en el 3,6%, aunque quizá sea mayor, pues también nos informan que en un año los alimentos han subido un 13% y la gasolina un 20%, que la morosidad en la banca roza, o ya ha alcanzado, un 7%, que prueba la miseria a que está llegando una parte de la sociedad española, incapaz de hacer frente a sus obligaciones financieras, que España sigue gastando mucho dinero en guerras inútiles, o soportando, y no corrigiendo, la pesada y complicada burocracia estatal y autonómica, o, a pesar de la oposición finlandesa, entregando fondos en aportaciones para rescatar a otras naciones de la Unión Europea, y con el temor de que algún día nos tengan que rescatar a nosotros. Y para que el cúmulo de malas noticias tenga alguna variación en los temas corrientes, la Telefónica, que es una empresa que gana mucho dinero, y que no está afectada por la crisis, nos obsequia con la noticia de que quiere despedir a 5.600 empleados (con la carga que eso supone para el Estado, además de la injusticia que hace a sus trabajadores), con lo que sus clientes tendremos aún peor servicio que el actual, que ya no es bueno, pues no hay oficinas donde acudir, y para hacer cualquier consulta hemos de llamar por teléfono y hablar con una máquina, que es bastante desagradable, pues muchas veces no la entendemos, ni ella nos entiende a nosotros.
En consecuencia, con todo lo malo que nos rodea actualmente y la inoperancia del gobierno, los ciudadanos nos preguntamos qué otros disgustos y sufrimientos nos traerá el próximo futuro.

Menos mal que la naturaleza no es tan perversa ni agresiva como la situación que estamos viviendo, y después de escribir este artículo me he ido a contemplar una maceta que tengo en la terraza y me he quedado absorto y maravillado viendo cuatro orquídeas de delicados colores que me ofrecían, como un regalo primaveral, toda su increíble belleza, asomándose desde sus enhiestos tallos. Gracias a Dios todavía existen cosas buenas que serenan nuestro espíritu.

22 de abril de 2011

Luis de Torres

martes, 1 de marzo de 2011

EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA

Hace unos días llegó a mis manos una prestigiosa revista en la que se nos anunciaba que este año 2011 la población mundial alcanzaría la cifra de siete mil millones de personas. Otras publicaciones, e incluso la radio y la televisión, nos han recordado recientemente que la población de China sobrepasa ya los 1.300 millones de seres humanos y la población de la India también ha superado los 1.200 millones de almas.

Estas cifras nos tienen que traer necesariamente una gran preocupación porque vivimos en un mundo finito, que tiene límites, tanto en su tamaño como en sus recursos naturales, y parece que no nos damos cuenta del oscuro futuro que se nos presenta. Si buscamos las estadísticas del movimiento demográfico nos encontramos con que en el año 1.800 habitaban nuestro planeta unos mil millones de seres y que al terminar la segunda guerra mundial en 1.945 la población había alcanzado unos 2.500 millones de personas, a pesar del tremendo coste en vidas humanas que había supuesto la citada contienda. Y, siguiendo con las estadísticas, cincuenta y cinco años después; es decir, a las puertas del año 2.000, ya habíamos llegado a la escalofriante cifra de 6.000 millones, pero aún más inquietante y asfixiante es que en sólo 11 años más tarde la masa humana llegue a alcanzar los 7.000 millones de individuos, lo que significa que en los últimos 11 años la población mundial ha aumentado en 1.000 millones, que es la misma cifra, según las estadísticas que tenemos a mano, que necesitó la raza humana, desde su aparición en nuestro mundo, para llegar a esa significativa cifra de 1.000 millones.

Estas cifras, que se nos antojan aterradoras, y que no presagian nada bueno para nuestros descendientes, nos traen a la memoria las ideas y las predicciones que hizo a finales del siglo XVIII y en las primeras décadas del XIX el demógrafo y economista inglés Thomas Robert Malthus, contenidas en las varias ediciones de su libro “Ensayo sobre el principio de la población”, donde este estudioso de la evolución humana ya se quejaba y nos hacía ver que el crecimiento de la población era geométrico mientras que el crecimiento en la producción de alimentos sólo seguía una pauta aritmética. Por tanto, la capacidad de alimentar a tantos seres humanos sería imposible de alcanzar y llegaría el colapso de la humanidad. Malthus también creía que las hambrunas, las guerras, las enfermedades y otras miserias y desgracias humanas vendrían a equilibrar el crecimiento demográfico con el crecimiento en la producción de alimentos, aunque también apuntaba que este equilibrio traumático lo sufrirían en mayor medida las clases menos favorecidas económicamente.

Aunque Malthus ya nos alertó sobre el peligro de un crecimiento demográfico desmedido, la historia no ha corroborado sus predicciones y ahora, rozando ya los 7.000 millones de seres humanos, la producción de alimentos es suficiente para dar de comer a todas las personas, a pesar de lo cual, y debido quizá al atraso de algunos pueblos, a la distribución, transporte, elevación de precios, pobreza, descontrol en la planificación familiar, etc., todavía nos encontramos con muchos colectivos humanos que pasan hambre.

Ahora sabemos que las teorías de Malthus no se están cumpliendo, pero su mensaje no era descabellado, y en el siglo XXI, aunque la tecnología agropecuaria haya logrado mejorar y aumentar las cosechas y la producción de carne, la explosión demográfica está teniendo efectos perniciosos sobre el medio ambiente, el calentamiento de la atmósfera, la contaminación de las aguas de superficie y marítimas, la destrucción acelerada de las masas forestales, la utilización desmedida de los combustibles fósiles, la reducción de los espacios rurales y el crecimiento del cemento, el ladrillo y el asfalto, y otras desgracias que la raza humana, depredadora por naturaleza. y creciendo exponencialmente, está trayendo a su propio mundo.

Ahora los gobiernos, cuando la globalización alcanza a todo el planeta, tendrán que pensar seriamente en el peligro de un crecimiento descontrolado de la población, y tomar medidas que frenen los excesos, que equilibren personas y alimentos, que protejan el medio natural, que eviten el saqueo de los recursos naturales y que todos nosotros nos demos cuenta de lo pequeño que es nuestro mundo, que no tenemos otro, que es hermoso y lleno de vida, y que la conservación del mismo es tarea de todos para legarlo en buenas condiciones a nuestros descendientes, y éstos a los que vengan después, y así a lo largo de los siglos.

martes, 25 de enero de 2011

ESTANFLACIÓN

Por si los españoles no tuviéramos ya suficientes desgracias y pesares en este año que acabamos de estrenar, ahora nos obsequian con una palabreja tan desconocida y desagradable que ni siquiera aparece en el Diccionario de la Lengua Española. Sin embargo, haciendo investigaciones hemos sabido que el engendro salió del mundo financiero anglosajón, mediante la unión de dos palabras inglesas: “stagnation” (estancamiento) e “Inflation” (inflación), con cuyo maridaje se designa, con bastante buen acierto, la situación que se da en España actualmente, en donde estamos asistiendo a un prolongado estancamiento de la actividad económica y, al mismo tiempo, a un incremento de la inflación, que es, posiblemente, la peor combinación que se puede dar en cualquier economía, pues es tremendamente dañina, afecta a empresas y, sobre todo, a los trabajadores, jubilados y pensionistas y, además, es muy difícil de corregir a corto plazo, especialmente cuando los gobiernos practican las llamadas políticas progresistas, que, en España, tendríamos que declarar como políticas regresivas o destructivas.

El caso es que el año 2011 ha comenzado con malos augurios y nada nos hace pensar que se produzcan mejoras que alivien la mala situación que nos han traído los especuladores, los banqueros, los políticos y los ambiciosos de todo tipo y condición, que, recluidos en sus seguros refugios, están echando toda la basura que han producido hacia los más débiles, para que éstos sean los que limpien y reparen con su esfuerzo y sus lágrimas el sucio y resquebrajado panorama español.

Desde siempre, los humanos hemos asociado la palabra oro con riqueza, bienestar y poder, hemos buscado el dorado metal por todos los rincones del mundo, y los estados y los codiciosos lo han atesorado como la forma más importante de crear seguridad económica. En definitiva, la palabra oro es fuerte, dorada, rutilante, bienhechora, soñadora y poderosa. Sin embargo, desde hace algunos meses, nos estamos encontrando por las cuatro esquinas de nuestros pueblos y ciudades, a lo largo y ancho de la doliente España, anuncios, letreros, rótulos y otras formas publicitarias que nos informan que alguien quiere comprar oro, especialmente esas joyas, suntuosas o no, hermosas o humildes, que casi todos los españoles tenemos en nuestros hogares, y que siempre contienen algo del brillante metal. Estos anuncios nos muestran la horrible cara de la situación económica que padecemos, el semblante de la penuria, la miseria y el dolor que están sufriendo muchos de nuestros compatriotas, porque cuando una mujer tiene que vender o empeñar sus pequeñas joyas, que quizá tengan, como suele ocurrir, un gran valor sentimental, algo en nuestra patria está yendo mal, muy mal. Los compradores del oro, que son muchos, saben lo mal que estamos los españoles, y quieren hacer su negocio, pero el gobierno, cómplice de la terrible situación actual, no lo sabe, o lo que es peor, no lo quiere saber.

Dentro de la estanflación asistimos con gran alarma a la elevación de precios de muchos artículos, suministros y servicios, debido en parte a la acción del gobierno, que nos obsequió al comienzo del año con varias subidas, encabezadas por la electricidad, después de la subida del Impuesto sobre el Valor Añadido. En parte, también, al incremento del precio de los carburantes, que tienen un tremendo efecto multiplicador y cuya subida alcanza, asimismo, a muchos artículos y servicios, a pesar de lo cual, estamos seguros que las compañías petroleras obtendrán beneficios más abultados que con una materia prima barata, y, por último, la subida de los cereales y otros productos agrarios, donde, al parecer, ha surgido un importante movimiento especulativo. Como ejemplo que puede ilustrar la situación con los cereales, podemos decir que al asomarse a nuestras vidas el año 2011, en una gran superficie muy conocida nos hemos encontrado con que el precio del pan de los humildes, ése que no tiene semillas, aditivos, cortes, o envolturas especiales, ha subido un 16,67%. Y, mientras tanto, los funcionarios siguen sufriendo recortes en sus salarios, los jubilados tienen congeladas sus pensiones, algunas de las ayudas sociales han pasado de pequeñas a no existir, y el número de parados permanece a unos niveles de angustia y extrema preocupación.

El gobierno nos dice que se están tomando las medidas correctas para salir de la crisis, pero mucho nos tememos que sigan siendo palabras huecas, pues no olvidamos que, al principio, se negaba la existencia de la crisis, se llamaba antipatriota al que alertaba del problema que estábamos generando, y, finalmente, se tuvo que admitir lo evidente. Ahora, también niegan la existencia de la estanflación, pero la odiosa combinación que se da en esta horrible palabra, la tenemos entre nosotros: Hay una inflación aceptada del 3%, aunque quizá sea mayor, y nuestra economía está arrastrándose penosamente, está perdiendo puestos en el concierto mundial, y no se ve, por ningún sitio, cómo se puede recuperar.
Como decían los romanos: “Que los dioses nos sean propicios”.