miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO?

Si echamos la vista atrás y nos remontamos a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, podemos encontrarnos con que los europeos, y, principalmente, los políticos europeos, ya estaban pensando en crear algunos mecanismos de unión entre los pueblos que tanto habían sufrido con la guerra, con la pretensión y el deseo de que un desastre tan horrible, sangriento, destructivo, disparatado y sin sentido, como la contienda mundial, no se volviera a repetir, y los primeros pasos se dirigieron a evitar que Alemania no pudiera fabricar armas de guerra, y este pensamiento dio lugar a la fundación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), con lo que se pretendía que el carbón, visto como energía, y el acero, como principal materia prima para fabricar armas, estuvieran controlados, regulados y gestionados por algunos países que seguían temiendo a Alemania. En aquellos momentos, por tanto, parece que todavía no existía la idea de crear una Europa unida, aunque Winston Churchill, poco tiempo después de terminar la II Guerra Mundial, ya pedía que se unieran los países europeos, posiblemente como una forma de buscar la paz duradera.

Posteriormente, y cuando el sueño de unir a los países europeos empezó a tomar forma, no sé si pensando en el poderoso sistema norteamericano, como alianza contra la teórica amenaza del comunismo, que se asentaba al este de las principales naciones europeas, o por ambos supuestos, el caso es que se llegó al entendimiento de firmar el llamado Tratado de Roma, que fue el primer paso firme hacia la creación de los Estados Unidos de Europa, que ahora llamamos Unión Europea, después de pasar por otro tramo anterior con el nombre de Comunidad Económica Europea, la cual fue creciendo a lo largo de varios años, mediante la autorización para que se incorporaran paulatinamente otros países que habían solicitado la entrada, y, teóricamente, después de haber cumplido unos requisitos que, en el fondo, exigían que la situación de cada nuevo miembro fuera de suficiente nivel para equipararse a los que ya estaban dentro del club europeo, y así formar una unión de naciones que fuera homogénea en la mayor medida posible, aunque después se ha comprobado que aquellos buenos y prudentes propósitos han fracasado y que ahora, con gran temor y preocupación, se observa que el enorme vehículo de la soñada Unión Europea ya no avanza por una buena carretera asfaltada sino por un pedregal bordeando farallones, acantilados o despeñaderos.

Grecia, una de las naciones que más quebraderos de cabeza está dando, entró a formar parte del grupo en 1.981, lo que supone que ya en aquella época se consideraba que la nación de los helenos, que había sido cuna de la civilización europea, maestra de los pueblos occidentales, y la más adelantada de su tiempo en las ciencias, las artes, la política, las letras, etc. era una candidata válida y cualificada para unirse al club europeo, pero, desgraciadamente, aquella apreciación basada quizá en la grandiosa historia griega y en el poderío de su marina mercante en la última mitad del pasado siglo, ha resultado en un total fiasco, y ahora la Grecia del Partenón, de Fidias, de Pericles, de Homero, de sus dioses y sus héroes mitológicos, y de tanta belleza, emoción y cultura que hemos recibido y asimilado de su civilización, está hundida, desprestigiada y llorando su propia tragedia griega. Su actual situación, donde la desesperanza, la ira, la traición, y el sufrimiento son penas comunes en el pueblo griego, habría encontrado en Sófocles suficiente material trágico para escribir una gran tragedia, a pesar de que en este caso los oráculos no habían predicho tal cúmulo de desgracias.

España ingresó en el selecto club europeo en 1.986, después de varios años de paciente espera, porque, en principio, no éramos una nación con suficientes credenciales como para codearnos con las que ya estaban dentro del grupo, pero, olvidando aquel pasado, y mirando al futuro, creo que la mayoría de los españoles recibimos de buen grado y con alegría la incorporación a la Comunidad Económica Europea, de la que obtuvimos importantes ayudas para mejorar nuestras infraestructuras, aparte de haber logrado un mejor puesto en el plano de nuestras relaciones internacionales.

Después, con mayor o menor fortuna, fueron pasando los años y España fue logrando avances, viviendo en democracia, aunque sin tener una conciencia plena de su significado, y pensando que estábamos moviéndonos hacia un futuro mejor. Llegó el siglo XXI, del que esperábamos grandes cosas, pero pronto despertamos con horror de nuestro sueño con la llegada del euro, esa nueva moneda que nos hacía más europeos y que, supuestamente, iba a reforzar nuestra economía y nuestras finanzas. ¡Craso error! El euro nos trajo una catástrofe económica, pues, casi de la noche a la mañana, nos encontramos sumidos en una inflación escandalosa, ya que los pícaros y otros desaprensivos asimilaron cien pesetas a un euro y se produjo una subida de precios, de facto, de aproximadamente un 60%, debido a ese cambio asignado a la peseta para la conversión a euros de 166,386 pesetas por cada euro. Y lo grave es que el gobierno no hizo nada, repito, nada, para cortar tajantemente aquel desorbitado abuso, ni tampoco se preocuparon de arreglar el problema los siguientes gobiernos. Mientras tanto, trabajadores, funcionarios, jubilados y pensionistas perdieron su poder adquisitivo y los dirigentes estatales, que, a partir del 2004, eran socialistas, siguieron sin acordarse del gravísimo daño que estaban sufriendo las clases bajas y medias. Habían encontrado una nación que todavía estaba en razonable buena condición y prefirieron seguir la senda de lo fácil y no meterse en un berenjenal que podía traerles problemas y disgustos. Sin embargo, la dejación que hicieron de hacer justicia en asuntos tan importantes como controlar y moderar la inflación, reprimir la especulación, vigilar y evitar las operaciones financieras de alto riesgo, regular y encauzar las hipotecas, y otras situaciones de desequilibrio que se estaban dando en el sector bancario, trajo a España la debilitación de la economía, las dificultades de las empresas, el desamparo y angustia de los trabajadores y un panorama de frustración y desesperanza.

Y por si no fuera suficiente la cantidad de problemas que habíamos generado dentro de nuestra patria, para añadir el insulto a la herida, como suelen decir los anglosajones, nos llegaron nuevas desgracias de ultramar, y empezaron a hablarnos de quiebras de sociedades financieras norteamericanas, de bonos basura, de calificación de la deuda soberana de los países, de prima de riesgo, y de otras lindezas, y siempre haciéndonos ver y saber que todas estas desgracias estaban en las entretelas de nuestra economía y que afectaban a todos los españoles.

No obstante, estas alarmantes noticias que, desgraciadamente, ya nos están dañando más de lo esperado, fueron negadas una y otra vez por el gobierno socialista, que seguía instalado en su ineptitud y en su crónico inmovilismo. Con el tiempo, nuestros gobernantes tuvieron que admitir que algo iba mal, o muy mal, en nuestro país, pero ya era demasiado tarde para cambiar la tendencia. Por otro lado, la injerencia de varias agencias de clasificación de riesgo, radicadas en los EE.UU., que no tendrían que haberse erigido en árbitros de la economía europea, dando publicidad a las supuestas o reales debilidades financieras de varias naciones, incluida España, para poder hacer frente al endeudamiento que tenían, desestabilizó todos los sistemas financieros y creó un enorme malestar y preocupación en todos los países, no sólo en los que, teóricamente, estaban en peor situación, sino, asimismo, en aquellos que tenían mayor fortaleza, pero que temían que se produjera un cataclismo en la zona euro.

Así las cosas, los europeos estamos estupefactos al contemplar que países como Irlanda, Portugal, Grecia y ahora Italia están en serias dificultades, y que la lista de naciones que también pueden unirse a las ya citadas, como son España, Austria, Bélgica, Francia, etc., cuya solvencia puede ponerse en entredicho, nos lleva a una terrible pregunta: ¿Qué políticos han accedido al gobierno a lo largo y ancho de nuestra querida Europa? Parece obvio que si las personas que nos gobiernan hubieran sido elegidas entre hombres y mujeres bien cualificados para ejercer sus cargos, y, por supuesto, honrados, honestos, prudentes, comedidos, íntegros, razonables, justos, y sin más deseo que llevar a sus pueblos por el buen camino del trabajo, del entendimiento y de la paz, estamos seguros que ahora no nos encontraríamos en tan oscura y dura situación.

Y si todas esas virtudes y condiciones se dan en todos nuestros gobernantes, o en buena parte de ellos ¿Por qué están apareciendo tantas fisuras en la vida económica y financiera de las naciones? Habrá que buscar las causas y corregirlas y, si existe delito, castigarlo. Los europeos queremos trabajo, orden y paz. No podemos caminar por la senda de la preocupación, la desesperanza o la miseria.

Luis de Torres

16 de noviembre de 2011









No hay comentarios: