viernes, 4 de noviembre de 2011

DANICA CAMACHO

Según nos dicen los medios de comunicación, Danica Camacho es una niña que acaba de llegar al mundo en la ciudad de Manila, en Filipinas, y no sé quiénes, si su familia, los que ayudaron en el alumbramiento, las autoridades filipinas, o los dirigentes de alguna organización de tipo estadístico, familiar o demográfico, han declarado que esta niña es la que alcanza la cifra de 7.000.000.000 (Siete mil millones) en el recuento de la población humana. Asimismo, se ha publicado que, en distintos lugares, también han reivindicado que otros bebés son los que tienen el derecho de ostentar el citado número.

A mí me da igual a qué bebé se le otorga esta distinción, que, en principio, es muy difícil de dar y de acertar, pues son muchos los niños que están llegando a nuestro planeta al mismo tiempo y en diferentes latitudes y longitudes. Lo que a mí sí me importa es el imparable crecimiento de la humanidad, pues parece que no nos damos cuenta de que vivimos en un mundo finito, que es el único que tenemos, que no sabemos que exista otro que nos pueda acoger, a pesar de los millones de cuerpos celestes que tenemos a nuestro alrededor, en los cuales quizá haya vida, o la hubo, o pueda haberla en el futuro. No sé si algún día podremos desentrañar ese tremendo misterio sobre la posible vida fuera de nuestro mundo. Quiero creer que sí la habrá, pues no deseo caer en la vanidad de pensar que somos únicos en la vastedad universal.

Danica Camacho y los miles de bebés que estén naciendo estos días tendrán la suerte y el privilegio de conocer un mundo con tal diversidad de vida, de paisajes, de fuerzas naturales, de materiales, de colores, de comportamientos, de luces, sombras y oscuridad, que sus sentidos quedarán ahítos de asombro ante tanta belleza y maravilla, de difícil comprensión para sus jóvenes mentes, sin darse cuenta, de momento, que ellos forman parte importante y destacada del milagro de la vida.

Sin embargo, ese crecimiento exponencial del género humano está creando tal tensión o presión sobre los recursos de nuestros planeta que, si no lo remediamos, llegará algún día, no excesivamente lejano, que la vida en nuestro mundo se colapsará, primero con la desaparición de muchas especies, tanto terrestres como marinas, porque habremos ido destruyendo su habitat, y después nosotros, los causantes del desequilibrio natural, que en nuestros insensatos deseos de crecimiento y conquista, habremos ido poniendo en el camino de la vida barreras, obstáculos, restricciones, modificaciones, abusos y todo tipo de alteraciones y aberraciones en aras de una supuesta mejora en la calidad de vida, sin darnos cuenta, debido a nuestra ceguera e insensatez, que estábamos galopando hacia la destrucción de nuestro hermoso mundo.

Los siete mil millones de habitantes a que hemos llegado nos deben llevar a una serena reflexión: no debemos seguir por esta senda de crecimiento, pues aunque ahora el mundo es capaz de producir suficientes alimentos para todos, nos encontramos con que existen muchas zonas donde la población pasa hambre, donde escasea el agua potable, donde la educación y la cultura son de escasa significación, y donde las condiciones de vida son deplorables. Al mismo tiempo, estamos asistiendo, a nivel mundial, al saqueo de los mares, a la desaparición paulatina de los bosques y de la tierra fértil, y a la contaminación del aire. Incrementar la población humana no parece la mejor idea para cuidar de nuestro mundo y de las especies que lo pueblan. Si queremos lo mejor para nuestros hijos y nietos, y para los que vengan después, hemos de regular la natalidad con normas, costumbres o leyes que mantengan un equilibrio entre nacimientos y fallecimientos y se atenúe ese disparatado crecimiento que tenemos ahora. Y que conste que en ese equilibrio no deben intervenir las guerras, ni las epidemias, ni el aborto. Si un nuevo ser humano llama a la puerta de la vida, ésta debe abrirse de par en par. Por eso, desde aquí damos la bienvenida a este mundo a Danica Camacho y a todos los bebés que siguen naciendo.

Luis de Torres

3 de noviembre de 2011

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