viernes, 12 de junio de 2009

EUROPA EN EL CORAZÓN

EUROPA EN EL CORAZÓN

Hasta que los griegos no comenzaron a crear su mitología, que es el conjunto de historias más bello y delicioso que uno pueda imaginar, donde se mezclan los poderes y las pasiones de los dioses inmortales del Olimpo con las andanzas, aventuras y amores de los héroes y de los mortales, nadie sabía cómo se llamaba esa enorme porción de tierra que linda al sur con el mar Mediterráneo y al norte con las heladas zonas árticas, pero aquellos griegos de alma poética supieron añadir un nuevo mito a su conjunto de historias para que aquella tierra innominada, de la que ellos también formaban parte, gozara de un nombre para la posteridad. Y poniendo manos a la obra, y buscando personas y tierras de su entorno, nos regalaron el siguiente mito:

Hubo una vez una virgen llamada Europa que era hija de Agenor, rey de Tiro y Sidón, la cual nació y creció en el palacio de su padre y disfrutó, junto con otras jóvenes de su edad, de los prados y jardines que formaban parte de su real morada, y del mar que bañaba aquella tierra. Europa era una joven de extraordinaria hermosura y sucedió que una noche tuvo un sueño en el que aparecían dos continentes, bajo forma de mujer, que se disputaban su posesión. Una de aquellas mujeres era Asia, pero la otra todavía no tenía nombre, y mientras la primera aducía que ella había dado a luz y amamantado a Europa, la otra mujer declaraba que Zeus, el dios de dioses, le daría la doncella, porque así lo habían dispuesto los Hados.

Europa despertó de su sueño y se sobresaltó, pero al día siguiente volvió a reunirse con sus amigas para jugar y entretenerse en los prados y jardines. Mientras tanto, Zeus, que siempre observaba a los mortales desde su altura celestial, descubrió a la bellísima Europa, y quizá herido por algún dardo lanzado por Afrodita o Eros, sintió el intenso deseo de poseer a Europa, a pesar de que Hera, su esposa, le tenía vigilado, conociendo su incurable lascivia. Pero Zeus, viendo que en aquellos prados donde jugaba Europa también pastaba el ganado vacuno de Agenor tuvo la idea de transformarse en el toro más bello y apuesto de todos los animales de su especie, de un brillante color castaño que sólo se interrumpía en su testuz, donde aparecía un círculo plateado, y en lo alto de su cabeza, que estaba adornada con unos cuernos en forma de luna en cuarto creciente. Zeus bajó a la tierra en su disfraz de toro y se unió al ganado de Agenor, y, poco a poco, con cautela y mansedumbre, se fue acercando al grupo de muchachas donde estaba Europa, que muy pronto se fijaron en aquel magnífico animal y comenzaron a acariciarlo, en vista de que no daba muestras de ser peligroso. Tan manso era que se echó sobre la hierba y ofreció su lustroso lomo a las jovencitas y Europa creyó que podrían subirse al animal y jugar con él. Alentó a sus amigas a entrar en el juego y ella fue la primera en sentarse sobre el lomo del toro.

Sin embargo, tan pronto como Europa se subió al animal, éste se levantó y comenzó a correr hacia la playa, llegó al mar y siguió en su carrera sobre las aguas, mientras Europa, asustada, se agarraba a un cuerno con una de sus manos y con la otra sujetaba su túnica para que no se mojase. Después de algún tiempo de cabalgar sobre el agua, el toro llegó a Creta, Europa pisó tierra, no sabía dónde estaba, en su soledad se acordaba de sus padres, estaba arrepentida de su imprudencia, y tan apenada se sentía que empezó a desear su muerte. Pero cuando su mente no veía más camino que acabar con su vida, algún enviado de los dioses se apareció ante ella y le hizo saber que el toro no era un animal sino un disfraz de Zeus, el dios supremo, que estaba enamorado de ella.

Después Zeus se apareció a Europa en toda su grandeza, se la llevó cerca de una fuente bajo unos árboles y allí comenzó su amor. Con el tiempo, Europa dio a Zeus tres hijos: Minos, Radamante y Sarpedón, y el gran dios del Olimpo aseguró a Europa que su nombre y fama se extenderían hasta el final de los tiempos. Después, quizá para iniciar la profecía, Europa se convirtió en la esposa del rey de Creta y fue conocida más allá de su reino.

Hace unos días se celebraron elecciones para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo, pero los ciudadanos que podíamos acudir a las urnas para escoger a las personas que deberían seguir adelante con la construcción de la gran nación europea no demostramos nuestra vinculación a la idea de convertirnos en una tierra fuertemente unida, ni tampoco qué ideario político deseábamos implantar en esta gran patria, y un elevado porcentaje de personas no quiso o no pudo dar su opinión sobre nuestro futuro, a pesar de que los candidatos de todos los partidos nos recordaban que las leyes y normas que se aprobaran en el parlamento supranacional tendrían una gran repercusión en nuestra vida diaria y en cada una de las patrias que conforman teóricamente la Unión Europea.

La abstención fue muy elevada, por lo que los resultados de las votaciones no pueden reflejar fidedignamente el sentimiento mayoritario de los ciudadanos. No obstante, con los votos escrutados se puede intuir, pero no asegurar, qué deseamos, anhelamos, esperamos u odiamos los europeos. Lo más importante que se puede deducir es que Europa sigue siendo una hermosa utopía, pero no una realidad, porque la unión sólo está en los papeles pero no en el corazón de todas las personas.

También hemos observado, después de conocer los resultados de las votaciones de todos los países, que se ha producido un cierto cambio en la ideología general, con una importante pérdida de presencia de las izquierdas y un fortalecimiento de la democracia cristiana, pero que no cambia en gran medida la fragilidad que ya teníamos antes de las elecciones, puesto que el grupo fuerte de los conservadores, más los “tories” británicos, los checos y los polacos no llegan a tener la mayoría absoluta. Otros partidos, aunque de escasa significación en cuanto a número de seguidores, aportan signos de ruptura o desvinculación y algunos, incluso, no ven con buenos ojos la unión, y se decantan por la fragmentación, como ocurre con los llamados euroescépticos, que prefieren recluirse en su propia parcela y quedarse al amparo de su cultura excluyente.

Resulta muy difícil olvidar el pasado de los pueblos, sea éste glorioso, brillante, tempestuoso, opulento, victorioso, oscuro, humilde o, incluso, sin historia, porque cada cual guarda un puñado de orgullo y unas gotas de odio o resentimiento. Encontrar la argamasa que pueda unir tanta diversidad será tarea complicada y lenta, pero no imposible, y hemos de tener la confianza de que llegará un día, feliz y luminoso, en que Europa sea un gran país sin barreras físicas, pero también sin fisuras mentales o espirituales. Por ahora, podemos decir con alegría que la Unión Europea ha sido capaz de traernos el más largo período de paz que se recuerda en nuestros pueblos, ya que las guerras, afortunadamente, han sido desterradas de nuestros territorios, aunque todavía contemplemos a nuestro alrededor la desgracia y el horror de los conflictos, disputas o enfrentamientos de otras gentes que se empeñan en resolver sus divergencias mediante el uso de las armas, que sólo traen devastación, miseria, dolor y muerte.

Aquella princesa fenicia que Asia la reclamaba en un sueño, pero que Zeus la llevó a Creta para que su gloria se extendiera por el continente al norte del Mare Nostrum, puede estar satisfecha, porque su nombre lo pronunciamos ahora con orgullo, porque a Europa la llevamos, la gran mayoría, en el corazón.

12 de junio de 2009

Luis de Torres

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