lunes, 12 de diciembre de 2011

DESUNIÓN Y DESORDEN



En estos últimos tiempos, los ciudadanos de a pie, esos que no tenemos cargos políticos, ni una situación económica desahogada, ni caminamos por el fango de la especulación y el engaño, y que sólo ponemos interés en nuestras familias y en nuestro trabajo (si es que lo tenemos) o en el cobro puntual de nuestras menguadas pensiones, no entendemos lo que pasa a nuestro alrededor, ni por qué todas las naciones tienen problemas, de mayor o menor importancia o cuantía, pero problemas al fin, ni cómo es posible que sea tan difícil llegar a acuerdos entre todos los afectados para enderezar las economías, las finanzas, los gastos y los ingresos, dotar de solidez a las monedas y encauzar todas las actividades por el camino recto.

Comienzo con este preámbulo porque el pasado sábado, 10 de diciembre de 2011, los Jefes de Estado o de Gobierno de 26 países de la Unión Europea firmaron un acuerdo de integración fiscal en la Unión Europea, con la excepción del Reino Unido y la provisionalidad de unos pocos países que tenían que consultar con sus parlamentos o con sus ciudadanos, y este importante documento me llevó a pensar que, por fin, los gobernantes europeos se habían dado cuenta que todos íbamos por un mal camino, pues en vez de dirigirnos a la meta marcada en un principio, que hablaba de unión total, incluida la unión política, seguíamos con nuestras disputas, desavenencias y derechos nacionales, olvidando que la unión hace la fuerza y la desunión lleva al fracaso y a la derrota.

La situación límite a que habíamos llegado nos ponía a todos, a los fuertes y a los débiles, a los que queríamos los Estados Unidos de Europa y a los llamados euroescépticos, en una tesitura muy peligrosa, pues ya se adivinaba, con mucho temor y preocupación, que se llegara a la ruptura de la Unión Europea, que se perdiera todo el trabajo de cohesión y ensamblaje de tantos años y que, dentro de este desastre, se colapsara el euro y, con nuestra moneda, las finanzas y las economías.

Parece que el mencionado acuerdo, a pesar de sus iniciales debilidades, que las tiene, ha sido un paso importante para salir de este agobiante desorden que estábamos viviendo, aunque es lógico pensar que, aún en el mejor de los casos, el orden, la prudencia y la disciplina tardarán en establecerse plenamente dos o tres años más. Ahora, sin embargo, este esperanzador acuerdo fiscal nos sigue recordando que la desunión sigue viva en la Unión Europea y que el egocentrismo está todavía implantado en el alma de algunos europeos. Me refiero a la auto exclusión del acuerdo que ha protagonizado el representante del Reino Unido, que ha roto la exigencia de unanimidad para tomar determinadas decisiones y que ha obligado al resto de países a utilizar la fórmula de “acuerdos intergubernamentales” para poder firmar el acuerdo de integración fiscal.

Esta ausencia increíble del Reino Unido puede que esté fundamentada en varias cuestiones: En la pérdida de preeminencia entre las naciones europeas, puesto que ahora el Reino Unido ya no es la potencia económica de Europa, el recuerdo de su victoria sobre Alemania en la segunda guerra mundial y el liderazgo que la nación germana tiene actualmente en nuestro continente, la resistencia a dejar la libra esterlina que tan valiosa fue durante el imperio británico y como pétreo sostén de la supremacía de la City de Londres en las finanzas mundiales, la amistad inquebrantable con los Estados Unidos, superior a la que muestra con las naciones europeas, y “last but not least” (lo último pero no lo menor) el lema en francés que aparece al pie de su escudo “Dieu Et Mon Droit “ (Dios y mi derecho). Mientras los británicos lleven en su corazón esta frase en francés, que se remonta a varios siglos atrás, y no se desprendan de su orgullo, será muy difícil que se integren plenamente en la Unión Europea. Las demás naciones también tenemos nuestro orgullo nacional, porque, asimismo, poseemos páginas gloriosas en nuestra historia, pero ahora, sin olvidar nuestro pasado, estamos dispuestos a perder una parte de nuestra singularidad y de nuestra soberanía para integrarnos en una gran nación europea que se asiente en el orden, el trabajo, el entendimiento, el respeto mutuo y la paz, la bendita paz de los pueblos que ya no quieren la guerra para dirimir sus controversias.

12 de diciembre de 2011

Luis de Torres

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