sábado, 7 de febrero de 2009

INFLACIÓN / DEFLACIÓN

Ominosas palabras las que encabezan este trabajo. En el año 2008 la inflación se dedicó a devorar nuestros recursos y todos empezamos a alarmarnos. Pero en noviembre y diciembre del citado año el insaciable apetito de la inflación pareció moderarse, no sabemos si por causas naturales o porque alguien decidió, convenientemente, que el festín tenía que reducirse. Después, ya entrado el año 2009, comenzó a revolotear por los medios de comunicación otra palabra: Deflación. Y de nuevo nos sumimos en la alarma, porque, al parecer, si inflación nos trae problemas, deflación nos obsequia con problemas aún peores. ¿Por qué, me pregunté? Eché mano del Diccionario de la Lengua Española, para ver si me aclaraba la maldad de ambas palabras, y me encontré las acepciones siguientes referidas a la economía:

- INFLACIÓN: Elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país.
- DEFLACIÓN: Descenso del nivel de precios debido, generalmente, a una fase de depresión económica o a otra causa.

Me quedé perplejo. La inflación era mala porque tenía “efectos desfavorables para la economía de un país”, y yo quiero añadir, y efectos particularmente desfavorables y adversos para los humildes, para los que sólo tenemos unos ingresos modestos.
Y la deflación también era mala porque se debía “a una fase de depresión económica”, y aquí también quiero añadir que esa depresión, que ya ha llegado a nuestras vidas, está dando terribles zarpazos a muchos trabajadores y a otros los tiene sumidos en la angustia y en el temor.

Entonces, ¿Qué debemos hacer para librarnos de esas dos palabras que nos traen daños, sinsabores y dificultades? Realmente, no lo sé, porque en la intrincada y globalizada economía mundial existen tantos intereses contrapuestos, tantas estrategias, tantas directrices y órdenes, tanta lucha financiera y tantas ambiciones, que resulta difícil, o quizá imposible, encontrar una solución que sea aceptable y buena para todas las partes. No obstante, tendríamos que empezar a considerar una política de equilibrio, desterrando la codicia, creciendo con moderación, poniendo algunas barreras al comercio y a las monedas (sin cercenar la libertad económica) y exigiendo a los políticos que no se vayan a los extremos, que acerquen posiciones, que piensen cuidadosamente lo que quieren hacer, y que no olviden que sus decisiones tienen que ser, fundamentalmente, buenas para todos los ciudadanos, sin distinción alguna, tanto para el presente como para el futuro.

Hubo un tiempo, en el remoto pasado, que los ciudadanos nada sabían de inflación o deflación y, naturalmente, no estaban ni alarmados ni angustiados por estos monstruos de la economía, pero quizá no estaban exentos de temor ni de problemas, porque en aquellas épocas pretéritas debían existir otras dos situaciones de desequilibrio: la extrema riqueza y la pobreza extrema, y mientras la primera situación la disfrutaban unos pocos, la segunda situación la padecían muchos, que es lo que ocurre ahora, que unos pocos crean el problema con su codicia y ambiciones y todos los demás sufrimos las consecuencias.

7 de febrero de 2009

Luis de Torres

No hay comentarios: