domingo, 30 de mayo de 2010

EL ATAQUE A LOS INOCENTES

EL ATAQUE A LOS INOCENTES


Estamos viviendo tiempos difíciles y de cambio, tenemos la sensación de que todo se está trastornando y alterando, que las cosas están cambiando de lugar, que los problemas surgen en una nueva y extraña dimensión, que el norte va camino de ocupar otro punto cardinal, y que la perspectiva que teníamos de nuestro mundo se está alejando de nosotros.

Nos están hundiendo en una ciénaga política que nos roba el sosiego, la serenidad, la sensatez y hasta esa poca felicidad que tuvimos durante algunos pasados períodos de estabilidad, de razonable prosperidad y de trabajo. Ahora nos han empujado hasta darnos de bruces con eso que llaman crisis, recesión o depresión, aunque da lo mismo el nombre que se le aplique, pues en el fondo de este asunto lo que hay es desilusión, desesperanza y desconsuelo, por lo que hemos perdido y por lo que podemos seguir perdiendo, por lo que hemos sufrido y por lo que podemos seguir sufriendo, por los sueños rotos y por los sueños que ya no podremos tener.

Todo lo malo y desagradable que estamos contemplando ahora se lo debemos a los codiciosos, a los que decidieron buscar la riqueza por el camino sucio y delictivo de la especulación, a los políticos que no quisieron poner orden en esta peligrosa situación, ni cortar la ambición de los poderosos, y a las instituciones financieras que se convirtieron en cómplices del caos especulativo que se estaba desarrollando en nuestra patria, y también al Banco de España, que hizo dejación de sus obligaciones y permitió que bancos y cajas actuaran a su libre albedrío.

Llegó un día, sin embargo, en que el castillo de naipes se vino abajo, y las imprudentes y estúpidas alegrías de una época desbocada y loca se trocaron en lágrimas, aunque lo más cruel de esta pena agobiante fue que las lágrimas las derramaron los humildes, los trabajadores, los que vieron cómo su trabajo y su medio de vida se perdían. España se llenó de llanto, y el sufrimiento sigue porque aún no se ha hecho nada para aliviar el dolor.

Hasta hace muy poco, nuestro gobierno se empeñaba en negar lo que todos veíamos, empecinado en hacernos creer que las cosas no eran tan malas como parecían, que nuestra economía estaba ya remontando la crisis y que todo volvería a su cauce en cuestión de unos pocos meses. Pero España seguía llorando. Los parados se acercaban peligrosamente a los cinco millones y no se generaba trabajo. La deuda pública española también nos asfixiaba, pero todo, según el gobierno, iba bien. Hasta que en las instituciones de nuestra gran patria, ésa que llamamos Unión Europea, saltó la alarma: nuestra moneda, el euro, estaba perdiendo fuerza, su valor contra el dólar USA estaba bajando y se apuntaba como causa que algunas naciones tenían una economía rozando la bancarrota, comenzando por Grecia, a la que se tuvo que ayudar financieramente para que no cayera en el abismo de la insolvencia total. Después empezaron a sonar los nombres de Portugal y España, como otros miembros europeos que también estaban enfermos y, finalmente, se descubrió que otros países grandes tampoco estaban en su mejor momento. En definitiva, por la columna vertebral de la Unión Europea corrió un escalofrío de terror financiero y sus dirigentes no tuvieron más remedio que ponerse a pensar y a trabajar, a diseñar una estrategia de defensa, y a llamar al orden a los países más díscolos, entre los que estaba España, quizá en primer lugar.
Y, naturalmente, el gobierno español recibió una reprimenda y la advertencia, o la orden expresa, de que tenía que tomar medidas urgentes para salir de su crisis y ajustarse a los parámetros económicos y financieros que tenía establecidos la Unión Europea. Nuestros políticos ya no pudieron seguir con su cantinela demagógica de que todo lo hacían bien, de que España iba por buen camino, y que todos los problemas nos habían llegado del exterior. No, había llegado la hora de llamar al pan, pan, y al vino, vino. Y se pusieron a trabajar, pero como el socialismo español lleva muchos años fuera del camino recto y ya no se acuerda de su ideario político, de estar junto al obrero, al trabajador, al humilde y al menos favorecido de la sociedad, las medidas que fueron saliendo de su intelecto han atacado frontalmente a los españoles situados en las capas bajas del estrato social. Así, nos hemos encontrado con ideas tan poco afortunadas como reducir el sueldo de los funcionarios, congelar las pensiones, cancelar o recortar seriamente determinadas ayudas sociales y elevar 2 puntos porcentuales el tipo impositivo del IVA, que, por su uniformidad, es un impuesto que grava de igual manera tanto al pobre como al rico, pero que es comparativamente más oneroso para el que menos cobra que para el que tiene elevados ingresos.

Estas decisiones gubernamentales son intrínsecamente injustas, pues se hacen recaer sobre los inocentes, los que no son culpables de los problemas surgidos en España ni de aquellos que, supuestamente, nos vinieron de fuera. Los culpables, como queda dicho, fueron los ambiciosos, los que hicieron de la especulación y el abuso su norma de vida, los que no tenían más ley ni más dios que el dinero, las entidades financieras que fueron el complemento y el aliado de los codiciosos, las autoridades monetarias que no pusieron freno a los disparates financieros que se estaban produciendo y, finalmente, los políticos, y especialmente los socialistas, que, teniendo el poder en sus manos, no corrigieron los problemas que estaban surgiendo a partir de su llegada al gobierno, cuando ya era un clamor los abusos que trajo la introducción del euro y la especulación inmobiliaria era la vergüenza nacional.

Ahora todos esos culpables parece que están libres de culpa y pecado, que no tienen nada que expiar por sus desaciertos, omisiones, faltas, equivocaciones o delitos. A los que obtuvieron enormes beneficios con el trasiego inmobiliario, de momento no se les ha exigido nada, a las entidades de crédito tampoco se les ha pedido responsabilidades, sino que se les ha entregado dinero público, y las autoridades de todo tipo parecen ser intocables, aunque algunas estén envueltas en casos de corrupción y otras hayan demostrado su incompetencia e ineptitud.

Sin embargo, a los inocentes, a las víctimas de tantos abusos, se les ha atacado, y funcionarios, jubilados, pensionistas, trabajadores de todo tipo y necesitados de ayuda tendrán que entregar una parte de sus exiguos ingresos por la vía de los impuestos, de los recortes, de las congelaciones y de la inflación para poder rehacer la maltrecha economía española. La España de los humildes seguirá llorando, y quizá también empezará a pensar si fue conveniente y acertado dar el voto a los socialistas y si será bueno y adecuado seguir dándoselo en el próximo futuro.

30 de mayo de 2010

Luis de Torres

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