martes, 17 de marzo de 2009

ABORTO E HIPOCRESÍA




ABORTO E HIPOCRESÍA


A veces se encuentra uno con alguna noticia nauseabunda y nuestra mente tiene que hacer un gran esfuerzo para evitar el vómito. Una vez superada la primera náusea, el cerebro comienza a evaluar lo que ha oído o visto y enseguida se siente sumergido en una charca de lodo e inmundicia.

La reciente nota con que nos obsequiaron los medios de comunicación, informándonos que un Comité de Expertos del Ministerio de Igualdad había concluido un informe que sería la base para la futura Ley del Aborto fue, sencillamente, una noticia odiosa, detestable y aborrecible, porque esa futura ley, a juzgar por las propuestas que, al parecer, se contemplan en el informe de los expertos, será intrínsecamente perversa, y los futuros hechos que regulará, consentirá y amparará sólo se podrán catalogar de criminales.

La protección de la vida es el mayor derecho que tenemos las personas, y promulgar una ley para destruir la vida es repugnante, miserable y vil. Los llamados expertos se enzarzan en teorías, digresiones, disquisiciones y, supuestamente, sesudos estudios, para determinar cuándo la persona, después de la concepción, adquiere ese título, estatus o condición de persona, y todo ello para buscar una justificación que les libere de la carga moral que entraña la comisión del grave delito de quitar la vida a un ser que todavía está en el vientre de la madre.

Da igual la palabra que utilicen para referirse al ser concebido pero no nacido: embrión, feto o nasciturus, porque tan pronto como un espermatozoide fecunda a un óvulo, y ambos se abrazan, crean una nueva vida, surge un ser con todo el derecho a nacer, y ninguna persona, ni siquiera su madre, puede invocar un derecho o ley para terminar de forma violenta con la vida que ha surgido siguiendo las leyes inmutables de la naturaleza, que no son leyes religiosas, ni políticas, ni jurídicas, ni consuetudinarias. La concepción es el gran misterio de la vida y parece mentira que, sabiendo que todos procedemos de ese momento sublime, existan algunas personas empeñadas en quitar la vida a sus semejantes. ¿Por qué no piensan esas personas con ideas abortistas que sus madres respetaron la ley natural y por eso ellas llegaron a nacer?

El aborto, aunque se justifique de una forma o de otra, es un acto criminal, y, como tal, punible, porque es un delito contra la vida humana. No obstante, nuestras leyes ya contemplan algunos supuestos en que el aborto, sin dejar de ser un delito, está despenalizado; es decir, que no se castigará a la madre que se someta a tal horror, considerando, en un caso, que la concepción se produjo con violencia y sin consentimiento de la mujer, y que esta situación trajo a la persona agredida un tremendo trauma psíquico, o cuando, en otro caso, se descubre y se tiene la seguridad de que el ser no nacido todavía tiene graves deformaciones en su desarrollo.

Abrir una puerta al aborto libre, con la llamada ley de plazos, es una indignidad y una infamia, porque matar a un inocente es tan criminal si se hace en las primeras semanas de gestación como en una fecha posterior. Las mujeres que no quieran tener hijos, o no deseen tener más hijos, que tomen las medidas necesarias para evitar el embarazo, que las hay y son muy conocidas, para que no se produzca ese abrazo de óvulo y espermatozoide, pues llegar al aborto, por muy libre y legal que sea, siempre causará un profundo daño psíquico a la mujer, que vivirá con un remordimiento infinito cuando vea a otros niños jugando, riendo o hablando con esa gracia que tienen los pequeños cuando su vocabulario es todavía corto, y piense que ese hijo, al que quitó la vida violentamente, sin tener más culpa que haber sido engendrado, podía ser uno más entre aquellos niños que jugaban, reían, hablaban y rebosaban vida.

Por todo ello, se debe proscribir el aborto, por ser un atentado a las leyes naturales, y también el negocio derivado del mismo, y no promulgar leyes que amparen la destrucción y muerte de seres inocentes, que no es un derecho de la mujer ni es una demanda urgente de la sociedad.

Lo terrible de esta situación es que aquellas personas que piden el aborto libre y la despenalización del mismo son las que, generalmente, rechazan la pena de muerte, aunque ésta sea para aplicarla exclusivamente a aquellos que cometan los más execrables y abyectos delitos contra la vida.

¿A qué nivel de inmoralidad y vileza estamos llegando si nos oponemos a que se promulguen leyes tendentes a privar de la vida a los peores criminales y, sin embargo, no tenemos ningún reparo en que se estudien leyes conducentes a privar de esa misma vida a unos seres que no han cometido ningún delito, que son absolutamente inocentes, y a los que negamos defensa, amparo y derechos?

¡Cuánta hipocresía destilan las políticas progresistas, ésas que dicen que quieren lo mejor para todos nosotros, pero que están trayendo sombras, frío y desesperanza a ese futuro luminoso y cálido que todos esperamos!

Luis de Torres

17 de marzo de 2009

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