Los
españoles que queremos a España, residamos en el norte o en el sur, o en
cualquier otro punto de la rosa de los vientos, llevamos ya varios años que
estamos confundidos, molestos y contrariados al contemplar de qué manera tan
irregular y desafortunada estamos viviendo la democracia, esa forma de gobierno
que, según nos decían unos, era la más conveniente para España, mientras que
otros nos decían que era la menos mala de las formas de gobierno posibles. No
sé si alguno estaba acertado, pero me parece que somos muchos los españoles que
estamos descontentos con el camino democrático que estamos siguiendo, o con la
manera de aplicar las normas de la democracia, o con los resultados de la
gestión democrática de nuestros gobernantes. En mi caso, como no llego a saber
qué nos está pasando, y no solamente ahora sino también en los últimos diez o
doce años, estoy sospechando que no sabemos o no queremos hacer bien las tareas
de gobierno, ni las relacionadas con la economía, ni con el trabajo, ni con la
justicia, ni con otros temas que a todos nos atañen, y por todo ello se ha ido
formando en mi mente el retruécano filosófico de ¿por qué hacer las cosas bien
pudiéndolas hacer mal? o ¿quizá porque haciéndolas mal el beneficio puede ser
mayor?
En
primer lugar, me quiero referir a la diatriba que se está dando entre una parte
de la clase política y también en algunos medios de comunicación, de opinión y
sociales, atacando sin descanso y sin mesura las actuaciones y los proyectos
del gobierno para poner un poco de orden y sensatez en el desorden, insensatez
y criminalidad de la ley socialista sobre la interrupción voluntaria del
embarazo, pues si bien esta ley no obliga a ninguna mujer a abortar, deja, sin
embargo, la puerta abierta para que la mujer que no desee seguir con su
embarazo tenga la posibilidad de interrumpirlo dentro de un determinado período
de tiempo. Y lo más sorprendente y execrable es que se considere un derecho de
la mujer la horrible decisión de matar a su propio hijo, en su estado de
gestación, aunque este proceso se esté desarrollando con toda normalidad.
Ser
madre es el don natural más hermoso que han recibido las mujeres, la llegada
del hijo las llena de felicidad y satisfacción y vuelcan sobre él todo su amor
maternal, cuidado, dulzura y entrega, y el hijo, que enseguida reconoce en su
madre su mejor cobijo, calor y cariño, forma con ella el indestructible nudo
espiritual derivado de la reproducción de la especie.
Toda
esta actividad biológica se enmarca en una ley natural inmutable, y nada tiene
que ver con las ideas políticas, religiosas, económicas o sociales, y mucho
menos con los supuestos derechos para torcer, destruir o eliminar la vida que
emerge. Es inaudito que muchas mujeres quieran tener la posibilidad de truncar
la vida del ser que va a nacer, y que se manifiesten en las calles, o en
determinados foros, exigiendo que semejante barbaridad se convierta en un
derecho femenino, en vez de reclamar para las mujeres que tengan dificultades,
problemas o rechazo social la ayuda de los gobernantes para seguir adelante con
su gestación, que es lo que realmente se tendría que instituir. El aborto, si
fuere necesario en algún caso, se debería circunscribir a las situaciones de
violación clara y no fingida y a las eventuales malformaciones graves del feto,
y descartando los supuestos de daño físico, mental o moral para la madre, y que
en los dos casos admisibles de aborto que tales circunstancias estuvieran
confirmadas y avaladas por dos o tres especialistas médicos y jurídicos, para
evitar una posible transgresión de la ley.
Tampoco
entiendo el empecinamiento culposo de los gobernantes catalanes, que no quieren
cumplir con las obligaciones que tienen, como el resto de los españoles,
derivadas de la Constitución Española, y se aferran a sus peregrinas ideas, a
las que dan forma de derechos para ser una nación soberana, independiente y
separada del resto de España, alegando cuestiones históricas del pasado sin
base ni fundamento, puesto que Cataluña ha sido territorio hispano o español
desde tiempo inmemorial, sin que nunca haya tenido el título de estado, reino o
nación, porque siempre ha formado parte de la península ibérica, o ha estado
adherida a uno de los reinos españoles, o ha vivido, luchado y prosperado bajo
los Romanos, los Visigodos, los Austrias, o los Borbones, todos ellos españoles
o hispanizados. Incluso, en épocas republicanas, Cataluña era, como siempre,
una parte de España.
Parece
increíble que ahora algunos catalanes, adoctrinados por la demagogia insensata
de unos pocos, crean que la separación del resto de España les va a traer la
felicidad, fortuna, ventura, beneficio, ventaja y dicha infinita que ahora no
tienen, según su criterio, pero sería conveniente que los catalanes que se
arropan, en su desvarío, con la “estelada” que se fijaran y se dieran cuenta de
lo que pasa en otros territorios cuando un día, algunos de sus habitantes,
inflamados de independencia y de futura gloria, se quisieron desgajar de su
verdadera patria, y que ahora, arrepentidos y dolidos, no viven, ni
posiblemente vivirán en el futuro, en ese paraíso que buscaron y no hallaron,
simplemente porque no existía, excepto en sus enloquecidos sueños.
Por
otro lado, el partido conservador actualmente en el poder, a pesar de que nos
diga que vamos por buen camino y que las decisiones que han tomado hasta ahora
están dando buenos frutos, está dejando pasar el tiempo sin cumplir con algunas
destacadas promesas electorales y esa falta de energía gubernativa para legislar
y resolver problemas, derogar leyes inaceptables e injustas, actuar con una inexplicable
laxitud en exigir el cumplimiento de las normas contenidas en la Constitución
Española y olvidar, o utilizar con excesiva moderación, la gran ventaja de
poseer mayoría absoluta, ha llevado a algunos miembros destacados del Partido
Popular a la dolorosa decisión de salir de esta formación política, e, incluso,
a formar otro partido más acorde con sus ideas y su manera de interpretar la
democracia. Esta situación de fuga de valores, por mucho que se quiera quitarle
importancia, representa un desgaste profundo que, unido a la posible pérdida de
votos derivada de una actuación que no satisface a buena parte del electorado,
ocasiona al partido conservador un daño significativo que podría revelarse como
cierto en las próximas elecciones europeas.
¿Y
qué podemos decir de la inacabable corrupción, que brota sin cesar por doquier,
y que tanto hastío está causando a los españoles de bien? Este desagradable
asunto lo voy a dejar para otra ocasión.
Ahora
me estoy acordando de los años que pasé en la Pérfida Albión, como se llamaba a
la Gran Bretaña durante la época de la dictadura, cuando yo ya vivía en
democracia y sin angustia y la corrupción no aparecía todos los días en los
medios de comunicación británicos, aunque quizá hubiera algún caso, y con este
recuerdo vino a mi mente la siguiente frase, aplicable a mi querida España:
Where are we going to? y con tristeza me dije: We do not know.
Luis
de Torres
21 de febrero de 2014