sábado, 22 de febrero de 2014

¿ADÓNDE VAMOS?

Los españoles que queremos a España, residamos en el norte o en el sur, o en cualquier otro punto de la rosa de los vientos, llevamos ya varios años que estamos confundidos, molestos y contrariados al contemplar de qué manera tan irregular y desafortunada estamos viviendo la democracia, esa forma de gobierno que, según nos decían unos, era la más conveniente para España, mientras que otros nos decían que era la menos mala de las formas de gobierno posibles. No sé si alguno estaba acertado, pero me parece que somos muchos los españoles que estamos descontentos con el camino democrático que estamos siguiendo, o con la manera de aplicar las normas de la democracia, o con los resultados de la gestión democrática de nuestros gobernantes. En mi caso, como no llego a saber qué nos está pasando, y no solamente ahora sino también en los últimos diez o doce años, estoy sospechando que no sabemos o no queremos hacer bien las tareas de gobierno, ni las relacionadas con la economía, ni con el trabajo, ni con la justicia, ni con otros temas que a todos nos atañen, y por todo ello se ha ido formando en mi mente el retruécano filosófico de ¿por qué hacer las cosas bien pudiéndolas hacer mal? o ¿quizá porque haciéndolas mal el beneficio puede ser mayor?

En primer lugar, me quiero referir a la diatriba que se está dando entre una parte de la clase política y también en algunos medios de comunicación, de opinión y sociales, atacando sin descanso y sin mesura las actuaciones y los proyectos del gobierno para poner un poco de orden y sensatez en el desorden, insensatez y criminalidad de la ley socialista sobre la interrupción voluntaria del embarazo, pues si bien esta ley no obliga a ninguna mujer a abortar, deja, sin embargo, la puerta abierta para que la mujer que no desee seguir con su embarazo tenga la posibilidad de interrumpirlo dentro de un determinado período de tiempo. Y lo más sorprendente y execrable es que se considere un derecho de la mujer la horrible decisión de matar a su propio hijo, en su estado de gestación, aunque este proceso se esté desarrollando con toda normalidad.
Ser madre es el don natural más hermoso que han recibido las mujeres, la llegada del hijo las llena de felicidad y satisfacción y vuelcan sobre él todo su amor maternal, cuidado, dulzura y entrega, y el hijo, que enseguida reconoce en su madre su mejor cobijo, calor y cariño, forma con ella el indestructible nudo espiritual derivado de la reproducción de la especie.

Toda esta actividad biológica se enmarca en una ley natural inmutable, y nada tiene que ver con las ideas políticas, religiosas, económicas o sociales, y mucho menos con los supuestos derechos para torcer, destruir o eliminar la vida que emerge. Es inaudito que muchas mujeres quieran tener la posibilidad de truncar la vida del ser que va a nacer, y que se manifiesten en las calles, o en determinados foros, exigiendo que semejante barbaridad se convierta en un derecho femenino, en vez de reclamar para las mujeres que tengan dificultades, problemas o rechazo social la ayuda de los gobernantes para seguir adelante con su gestación, que es lo que realmente se tendría que instituir. El aborto, si fuere necesario en algún caso, se debería circunscribir a las situaciones de violación clara y no fingida y a las eventuales malformaciones graves del feto, y descartando los supuestos de daño físico, mental o moral para la madre, y que en los dos casos admisibles de aborto que tales circunstancias estuvieran confirmadas y avaladas por dos o tres especialistas médicos y jurídicos, para evitar una posible transgresión de la ley.

Tampoco entiendo el empecinamiento culposo de los gobernantes catalanes, que no quieren cumplir con las obligaciones que tienen, como el resto de los españoles, derivadas de la Constitución Española, y se aferran a sus peregrinas ideas, a las que dan forma de derechos para ser una nación soberana, independiente y separada del resto de España, alegando cuestiones históricas del pasado sin base ni fundamento, puesto que Cataluña ha sido territorio hispano o español desde tiempo inmemorial, sin que nunca haya tenido el título de estado, reino o nación, porque siempre ha formado parte de la península ibérica, o ha estado adherida a uno de los reinos españoles, o ha vivido, luchado y prosperado bajo los Romanos, los Visigodos, los Austrias, o los Borbones, todos ellos españoles o hispanizados. Incluso, en épocas republicanas, Cataluña era, como siempre, una parte de España.

Parece increíble que ahora algunos catalanes, adoctrinados por la demagogia insensata de unos pocos, crean que la separación del resto de España les va a traer la felicidad, fortuna, ventura, beneficio, ventaja y dicha infinita que ahora no tienen, según su criterio, pero sería conveniente que los catalanes que se arropan, en su desvarío, con la “estelada” que se fijaran y se dieran cuenta de lo que pasa en otros territorios cuando un día, algunos de sus habitantes, inflamados de independencia y de futura gloria, se quisieron desgajar de su verdadera patria, y que ahora, arrepentidos y dolidos, no viven, ni posiblemente vivirán en el futuro, en ese paraíso que buscaron y no hallaron, simplemente porque no existía, excepto en sus enloquecidos sueños. 

Por otro lado, el partido conservador actualmente en el poder, a pesar de que nos diga que vamos por buen camino y que las decisiones que han tomado hasta ahora están dando buenos frutos, está dejando pasar el tiempo sin cumplir con algunas destacadas promesas electorales y esa falta de energía gubernativa para legislar y resolver problemas, derogar leyes inaceptables e injustas, actuar con una inexplicable laxitud en exigir el cumplimiento de las normas contenidas en la Constitución Española y olvidar, o utilizar con excesiva moderación, la gran ventaja de poseer mayoría absoluta, ha llevado a algunos miembros destacados del Partido Popular a la dolorosa decisión de salir de esta formación política, e, incluso, a formar otro partido más acorde con sus ideas y su manera de interpretar la democracia. Esta situación de fuga de valores, por mucho que se quiera quitarle importancia, representa un desgaste profundo que, unido a la posible pérdida de votos derivada de una actuación que no satisface a buena parte del electorado, ocasiona al partido conservador un daño significativo que podría revelarse como cierto en las próximas elecciones europeas.

¿Y qué podemos decir de la inacabable corrupción, que brota sin cesar por doquier, y que tanto hastío está causando a los españoles de bien? Este desagradable asunto lo voy a dejar para otra ocasión.
Ahora me estoy acordando de los años que pasé en la Pérfida Albión, como se llamaba a la Gran Bretaña durante la época de la dictadura, cuando yo ya vivía en democracia y sin angustia y la corrupción no aparecía todos los días en los medios de comunicación británicos, aunque quizá hubiera algún caso, y con este recuerdo vino a mi mente la siguiente frase, aplicable a mi querida España: Where are we going to? y con tristeza me dije: We do not know.

Luis de Torres

21 de febrero de 2014