martes, 18 de junio de 2013

PREFERENTES

Palabra ominosa, que provoca temor y angustia, que parece salida del averno para castigar a las personas inocentes, y que da la sensación de estar en contra de su propio significado, pues, como adjetivo, se nos dice que este vocablo se define como “tener preferencia o superioridad sobre algo”, que lo interpretamos en un sentido positivo; es decir, que lo preferente es mejor que lo ordinario, lo normal o lo general.

Sin embargo, los creadores de las participaciones, obligaciones, acciones u otro tipo de documentos, enmarcados en la llamada ingeniería financiera, adornaron sus productos con un adjetivo atrayente y sugestivo, pero nefasto, terrible, e inmoral en su realidad, y así surgieron las participaciones preferentes o cualquier otro engendro similar, que, lejos de ser preferenciales en un sentido positivo, sólo llevaban en sus entrañas la preferencia para poder abusar, engañar, defraudar y estafar impunemente a los honrados inversores, de manera que parte del dinero entregado fuera a parar a los bolsillos de los creadores de tan funesto producto que, en apariencia, era legal, pero que en el fondo era de una injusticia manifiesta porque los inversores tenían una pérdida de difícil justificación e improbable recuperación.

Ahora estamos viendo cómo miles de ciudadanos están manifestándose contra las entidades que comercializaron los engañosos productos financieros, y también contra las autoridades políticas y financieras que nada hicieron para evitar el monumental atraco, que, para mayor escarnio, se centraba en los humildes y medianos ahorradores que, poco a poco, año tras año, y con enorme tenacidad, iban arañando unas pesetas, o unos euros, a sus quizá menguados ingresos para contar en el ocaso de sus vidas con un fondo que les pusiera a cubierto de imprevistos, o que complementara una posible raquítica pensión de jubilación.

Pero, además de estos ahorradores maltratados y ultrajados por los desaprensivos creadores y comercializadores de las participaciones preferentes, y, asimismo, desprotegidos por las autoridades políticas y financieras, que nada hicieron en el pasado, y poco están haciendo en la actualidad, en este diabólico asunto existen otras víctimas que se convirtieron en cómplices del pseudo-legal delito, quizá de forma inocente o, lo más probable, porque fueron obligados a entrar en el fraudulento juego. Nos referimos a los empleados de las cajas de ahorro y bancos que, siguiendo las severas instrucciones de sus superiores sobre la consecución de objetivos, no tuvieron más remedio que convencer a muchos ahorradores, de bajo o medio nivel, de las supuestas bondades del nuevo producto y, por tanto, de la conveniencia de trasladar sus fondos a esta nueva forma de inversión, ocultando, por supuesto, los riesgos que se podían correr, riesgos que, posiblemente, hasta algunos de estos empleados desconocían. En definitiva, una maligna, desgraciada y nebulosa actuación que se extendió por toda España, causando un daño terrible a miles de españoles, daño que todavía no se ha solucionado, y que no sabemos si algún día llegará a tener un final feliz, pero lo que sí sabemos es que, por ahora, ningún culpable ha ido a la cárcel, el dinero defraudado se ha volatilizado y los engañados, víctimas inocentes de todo este montaje, están viviendo entre la angustia, la desesperanza y el rencor hacia esta democracia tan apartada de la justicia.

Luis de Torres

2 de mayo de 2013