jueves, 7 de febrero de 2013

¿ESTAMOS DE VERDAD EN DEMOCRACIA?


 
En la reciente historia de España, hemos conocido dos dictaduras, y aunque la primera fue la de Primo de Rivera, y posiblemente queden pocas personas adultas que la hayan vivido, si es que todavía queda alguna, la segunda, la tan denostada, criticada, censurada y odiada de Franco la hemos conocido y soportado, con placer o con disgusto, muchas personas que todavía estamos aferradas a la vida, y que tenemos capacidad para emitir un juicio comparativo en relación con la actual forma de gobierno que llamamos democracia.   

Sin meternos a analizar las bondades, atropellos, errores o aciertos de aquellos años posteriores a la guerra civil española, pues esto lo dejamos para los historiadores neutrales, aquella forma de gobierno tenía un nombre claro y rotundo: dictadura, y todos sabíamos dónde estaba el poder, qué podíamos esperar de aquella situación de duración indeterminada, cómo teníamos que comportarnos los ciudadanos, y qué castigo podríamos recibir si infringíamos las leyes de aquella época.

Ahora, desgraciadamente, no sabemos cómo se llama la forma de gobierno que guía nuestras vidas, aunque nos dicen que lleva el título de democracia, pero cuando me asomo al diccionario veo que éste nos da las siguientes acepciones, aparte de informarnos que se trata de una palabra derivada del griego: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno” y “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Estas dos acepciones se ajustan a lo que deseamos los españoles, pero me queda la tremenda duda de que no se están aplicando en nuestra democracia. Es cierto que los ciudadanos vamos a las urnas y votamos al partido que goza de nuestras preferencias, pero después no vemos que se hagan realidad nuestras ideas, las que defendimos con nuestro voto, aunque nuestro partido se haya alzado con la victoria electoral. Entonces empezamos a pensar que se ha alterado la etimología de la palabra democracia, y que, en la práctica, ha desaparecido la primera mitad del vocablo; es decir, “demo”, que significa pueblo, y ha permanecido “cracia”, que significa dominio o poder. Entonces, ¿qué tenemos ahora? Sólo se me ocurren tres palabras que no están validadas por la Real Academia Española de la Lengua. Estas palabras son: Partidocracia, Politocracia y Oligocracia, y los españoles estamos sufriendo las consecuencias del trasfondo de alguna de las citadas palabras, y no solamente ahora sino desde hace muchos años.

Hago estas disquisiciones preliminares porque los ciudadanos estamos asistiendo últimamente a unas luchas encarnizadas entre los partidos políticos, donde parece que es más importante defender la composición del grupo, las ideas del partido, y el poder de éste, que la vida, el bienestar, el trabajo y la felicidad de las personas, que están convertidas en espectadores a los que hay que adoctrinar, o lanzarlos a la calle a vociferar y a crear disturbios, según convenga a los políticos.

Los tan aireados papeles del Sr. Bárcenas, que todavía no sabemos si son correctos o falsos, o si se redactaron en una sola fecha o a lo largo de varias etapas, pues esta determinación la tendrán que hacer los Tribunales de Justicia, según las pruebas que se presenten y las investigaciones o indagaciones que se hagan en su día, han desatado una oleada de críticas, acusaciones, aseveraciones e insultos por parte de los partidos de izquierdas contra el gobierno conservador que está en el poder, sin importarles el daño que su actuación podía hacer a la economía española, y al prestigio de España en el concierto internacional, por no contrastar previamente la veracidad de los hechos en que basaban sus algaradas, que, además, no solamente alcanzaron las calles y plazas de las principales ciudades españolas sino que también se filtraron en las redes sociales, en los correos electrónicos y en buena parte de los medios de comunicación.

La verdad absoluta todavía no la conocemos, como ocurrió con otros escándalos que fueron apareciendo en el pasado, y que se están diluyendo en el tiempo porque ciertos políticos prefieren la oscuridad a la luz, y la manipulación interesada al orden y las leyes. Puede ser que el partido que ahora está en el gobierno haya cometido irregularidades, pero las pruebas que se exhiben, de momento, parecen muy frágiles, o quizá no tengan más adelante el carácter de pruebas, si se determina que son falsas, aunque eso ya lo investigarán y estudiarán los jueces, y, por tanto, en las primeras fases del problema, sin que exista un pronunciamiento de la justicia, hay que tener prudencia y mesura, y no crear violencia, manifestaciones incontroladas y acusaciones sin fundamento real, porque el espectador pacífico, ése que no toma la calle ni vocifera, puede pensar que las revueltas que contempla son el fruto de la rabia y desesperación de algunos políticos por haber perdido el poder y no encontrar el camino para recuperarlo. Tenemos derecho a vivir en una democracia justa, y a exigir que se eviten los alborotos y tumultos injustificados. Y que si alguien piensa manifestarse con acritud, dureza o violencia, más allá de las leyes, y sin hacer examen de conciencia, que recuerde esta frase: “El que esté libre de pecado o culpa que tire la primera piedra”.

 6 de febrero de 2013  

Luis de Torres