lunes, 31 de diciembre de 2012

EL PELIGRO DE LOS ILUMINADOS

Todos los seres humanos estamos sujetos a muchas y variadas circunstancias que pueden alterar nuestras vidas, y siempre estamos temiendo que nos alcancen graves enfermedades, que nos veamos inmersos en catástrofes producidas por inundaciones, terremotos, incendios, crisis financieras, o, como dicen los ingleses, por actos de Dios, sobre los que no tenemos control, y que son imprevisibles, angustiosos y dañinos. Sin embargo, cuando repasamos la historia, y especialmente nos fijamos en lo acaecido en los dos últimos siglos, llegamos a la conclusión de que no hay nada para el género humano que sea tan terrible, devastador, incomprensible, doloroso y destructor de cuerpos y almas, como la aparición en nuestras vidas de esos seres iluminados, que creyéndose en posesión de la verdad absoluta, de una insuperable capacidad de mando y liderazgo, y de unas ideas excepcionalmente buenas para sus conciudadanos, o para su ego, dan rienda suelta a su ciega ambición y soberbia, desoyen los consejos de los seres prudentes, pisotean las leyes, y se lanzan a la desquiciada aventura de llevar a la práctica sus equivocadas ideas y deseos, sin tener en cuenta el tremendo dolor, daño y sufrimiento que pueden sembrar a su alrededor.

Como iluminados que dejaron una profunda huella en la historia, más por el daño que hicieron que por las grandezas que ellos esperaban conseguir y no lograron, cabe citar a Napoleón y a Hitler, que, en su tiempo, tuvieron muchos seguidores, aunque éstos no supieron ver al principio que aquellas ideas y doctrinas que estaban apoyando los iban a llevar a una tremenda catástrofe.



Napoleón, con sus grandes victorias y terribles derrotas, llevó la muerte y la desolación a casi toda Europa, y aunque Francia lo tenga ahora como un héroe, los franceses de su época, posiblemente, habrían preferido llevar una vida humilde y en paz, pero las exaltadas ideas de su emperador sólo les trajeron miseria, dolor, penalidades y muchos, muchos cadáveres, además de la indignidad de la derrota definitiva en Waterloo y el destierro de Napoleón a Santa Elena y su muerte allí, en mitad de la nada. Su gloria fue efímera, pues a los 45 años ya estaba preso, y su vida muy corta, ya que al fallecer tenía solamente 51 años. Su sueño se desvaneció, y su derrota fue total, terrible, y humillante, que es lo que, al final, les suele ocurrir a los iluminados.

Hitler, que también encandiló a muchos alemanes con sus ideas, pues era una nación que había perdido ya una guerra, y tenía grandes deseos de remontar aquella derrota y sus consecuencias, pregonó en sus discursos y panfletos la supremacía de la raza aria, el pangermanismo, la expansión territorial, el odio a judíos, marxistas, eslavos y personas supuestamente inferiores, formó, adiestró y disciplinó, quizá, el mayor y más poderoso ejército que había existido hasta entonces, y en 1939 invadió Polonia, que fue la causa del comienzo de la II Guerra Mundial, y durante un par de años y, como hizo el corso Napoleón, ganó muchas batallas, aunque pronto, después de sus éxitos iniciales, probó el amargo sabor de las derrotas, hasta la total destrucción de la poderosa máquina de guerra alemana. La gloria de Hitler también fue efímera, pues en menos de seis años todas sus ideas, doctrinas y expectativas de grandeza se colapsaron, y también su vida fue corta, pues cuando le alcanzó la catástrofe militar final y tuvo que optar por el suicidio sólo tenía 56 años. Sin embargo, durante tan corta vida, lejos de encumbrar a Alemania al puesto de preeminencia que tiene hoy, hundió a la nación germana en la miseria y el horror y escribió en la historia mundial la página más dramática, sangrienta y terrible de todos los tiempos, una página que muchos europeos hemos vivido y aún recordamos.



Para acabar con las catástrofes de la guerra, las naciones europeas, al final de la II Guerra Mundial, acordaron terminar y olvidar las desavenencias y llegar a una unión de naciones, y actualmente ya tenemos un grupo que hemos llegado a denominar Unión Europea, aunque todavía nos queda un largo camino que recorrer hasta lograr la unión real y verdadera de todos los países que ansiamos la paz, el trabajo, el entendimiento, la concordia y el bienestar social. Quizá para alentarnos a seguir por ese camino de unión y buena voluntad la Unión Europea ha sido galardonada recientemente con el Premio Nóbel de la Paz.



Sin embargo, esa unión que estamos persiguiendo con tanta tenacidad desde hace más de 65 años, no la desea un grupo de españoles ubicado en la parte oriental del antiguo reino de Aragón, que ahora conocemos como Cataluña, pues ha surgido un político iluminado, que, como otros anteriores, está en contra del orden establecido, y, con el apoyo de sus incondicionales, pretende independizarse de España, que es su patria, y navegar en solitario y como apátrida por aguas procelosas, en busca de una gloria inalcanzable, pues las aventuras basadas en desvaríos, en el incumplimiento de las leyes, en el egocentrismo y en la supuesta superioridad de una raza o etnia, sólo pueden llevar a la confrontación con el resto de los españoles, con el consiguiente daño y sufrimiento para todos, y si los levantiscos catalanes no cejan en proclamar y exigir los derechos que se arrogan, pero que no tienen, podrían traernos la desgracia de tener que utilizar la fuerza, y entonces la bandera española tendría que desfilar escoltada por las armas, y éstas amparadas por nuestra Constitución. Podría ocurrir que, como les sucedió a Napoleón y a Hitler, la gloria catalana fuera efímera o inexistente, el daño causado grande y doloroso, y la derrota final, como colofón a tanta insensatez, humillante y terrible.

Luis de Torres

29 de diciembre de 2012