domingo, 23 de septiembre de 2012

EL DESVARÍO CATALÁN


EL DESVARÍO CATALÁN

En mi anterior artículo, que titulé “Los equivocados caminos de España”, señalaba yo que la Constitución Española se había convertido en la Caja de Pandora, pues con su aprobación y puesta en vigor se desataron todos los males, desgracias y sufrimientos que ahora tenemos los españoles. Con la Constitución se rompió la unidad de España, y aunque los creadores de este importante documento posiblemente no pensaran en que el texto que estaban concibiendo pudiera desembocar en tanto desbarajuste como tenemos ahora, lo cierto es que no acertaron en su redacción, que no tuvieron visión de futuro, que no vislumbraron los enemigos que podíamos tener y que pensaron que todos éramos buenos y que nos íbamos a comportar como excelentes ciudadanos amantes de España.

Pero no solamente los Padres de la Patria se equivocaron, sino que buena parte de los españoles también incurrimos en el error y respaldamos con nuestros votos la Carta Magna, quizá porque pensamos que estaba bien hecha, y porque iba a ser buena para todos, aunque lo más probable es que la aprobamos porque no la habíamos leído, o sólo teníamos vagas referencias de su contenido, o porque todavía no estábamos avezados a los vericuetos de la democracia, por donde es muy difícil transitar.

Y ahora, cuando tenemos gravísimos problemas sociales, económicos y financieros, y casi todos los españoles estamos preocupados, taciturnos y dolidos por lo que nos está pasando, un gobierno autónomo español, que existe porque así lo autorizó la Constitución Española, pero que debe ajustarse a la misma, se quiere salir de la españolidad, abrazar la catalanidad e independizarse de España, alegando con inaudita arrogancia que la secesión que pretende este gobierno se deriva del deseo de los catalanes de no ser españoles, y de la mejora que tendría el pueblo catalán desligándose de España. Sin embargo, no se dice que los supuestos defensores de la independencia sólo representan un pequeño porcentaje del pueblo catalán, quizá no más del 20%, y que el restante 80% no es nacionalista y no se ha pronunciado a favor de la tan aireada y cacareada independencia, ni tampoco se mencionan los insufribles problemas que se derivarían de una Cataluña aislada y que recaerían sobre sus ciudadanos. Cataluña es ESPAÑA, una región más de nuestra patria, y de nada sirven esos carteles en idioma inglés que los antiespañoles ponen en algunos sitios, negando la españolidad de Cataluña, pues Cataluña, Catalunya o Catalonia  ha sido, es, y será siempre, España, Espanya o Spain.

Pero aparte de todas las anteriores disquisiciones, hemos de tener en cuenta que si la Constitución Española fue la causa de los actuales males, también en el citado documento se señalan las pautas a seguir cuando una Comunidad Autónoma quiera imponer su delirio, su fantasía, su quimera o su desatino, quebrantando las leyes españolas, y el Gobierno de la nación vendrá en la obligación ineludible de activar el Artículo 155, del título octavo, e incluso, si fuere necesario, activar, asimismo, el Artículo 8º, del título preliminar.

El Presidente del Gobierno español nos dice que está dispuesto a dialogar, y nos parece bien, pero siempre que el diálogo se tenga con todas las autonomías, que es tanto como decir con todos los españoles, pues todos debemos tener los mismos derechos y obligaciones, y ninguna autonomía, o región, o provincia, debe recibir un trato especial de favor, de complacencia, de reconocimiento singular de derechos, fueros, concesiones históricas o de otro tipo, y mucho menos para apaciguar las ilegales e insolidarias  pretensiones de los díscolos.

Luis de Torres

23 de septiembre de 2012  


sábado, 15 de septiembre de 2012

LOS EQUIVOCADOS CAMINOS DE ESPAÑA

Érase una vez un país que sufrió una larga, terrible y fratricida guerra civil, y sus habitantes deseaban que terminara la contienda con la esperanza de alcanzar un futuro mejor, pero, aunque la lucha terminó y el estruendo de las armas dejó de oírse, no se logró la total reconciliación entre hermanos, y se implantó un régimen dictatorial que agradaba a unos y molestaba a otros, y ese país, entre sufrimiento y esfuerzo, con alegría o con rabia, fue avanzando económicamente, se fue reconstruyendo, se hizo un hueco entre las naciones, y fue recuperando el tiempo perdido.
Sin embargo, a pesar de los muchos años de dictadura, con sus pros y sus contras, en aquel país seguía subyaciendo un ansia de libertad, de cambio, de aires nuevos y renovadas ideas, y un día la dictadura terminó, porque nada es eterno en esta vida, y aquellos seres pensaron que, por fin, entraban en un período que podría ser maravilloso.
¡El tiempo los desengañó! Buscando la felicidad se dieron de bruces con el dolor, las dificultades y el pesimismo. Aquel país se llamaba España.

Y llegó la democracia, que es una palabra que suena muy bien cuando llega a nuestros oídos, pero que ha engendrado muchas de nuestras desgracias y penas, porque este sistema político nos venía grande y no supimos o no quisimos asimilarlo. Enseguida comenzamos a pensar en una nueva Constitución, porque existían ansias de homogeneizar España, de abrir las puertas a un futuro justo y prometedor, y se buscaron mentes preclaras para que dieran forma al documento que habría de regir con honestidad, justicia, libertad, unidad y equidad la vida de todos los españoles, pero tal documento, que se llamó la Carta Magna, como prueba de su excelsitud e importancia suprema, fue el causante de gran parte de nuestras desdichas, pues se convirtió en la caja de Pandora, de la que salió la fragmentación, la desunión, y la debilidad de España, y también otros demonios de variada clase y calaña.

Esa situación de ruptura de España sigue adelante, pues ni se ha hecho nada para corregirla ni parece que se quiera hacer, porque son tantos los intereses creados, las situaciones de privilegio, las ansias de poder y las ideologías que se mueven en los territorios autonómicos, que de nada sirve que la gran mayoría de españoles quiera que se vuelva al poder central, mientras los políticos sigan exaltando las virtudes del sistema autonómico, que es bueno para ellos pero dudosamente aceptable y beneficioso para la mayor parte de los ciudadanos.

Con el sistema estancado en la confrontación de ideas, llegaron los políticos arribistas con la bandera del progresismo, que no hizo otra cosa que destruir los ideales nobles y los valores ancestrales que habían regido, con armonía, dignidad y decencia, la vida de las generaciones pasadas, y que éstas nos legaron como tradicionalmente había ocurrido siempre.

La progresía no nos trajo felicidad, excepto a aquellos que la ensalzaban, la arropaban y la practicaban, y como consecuencia de muchos errores, equivocaciones y desvaríos que se dieron a través del tiempo del imperio progresista, los cimientos de España, no solamente morales, sino también económicos y financieros, se fueron deteriorando, hasta el extremo de que la estabilidad de nuestro país, en todos los órdenes, llegó al borde del colapso. Y España, cansada, dolida y desesperada, lanzó un profundo grito a los cuatro vientos, pidiendo un cambio, y, por fin, se celebraron elecciones, y la progresía tuvo que dejar paso al conservadurismo, y muchos, muchísimos españoles, pensaron que su futuro sería mejor, que sus vidas tendrían colores más atractivos y que la oscuridad que habían sufrido desaparecería con la llegada de una nueva luz. Pero se equivocaron, porque España todavía no estaba preparada para la democracia en estado puro, porque el gobierno olvidó que el primer paso a dar en la nueva legislatura era el conducente a instalar la justicia, que adolecía de falta de rigor y, en muchos casos, estaba mal administrada. Sin embargo, las medidas que se empezaron a tomar ahondaron aún más la fragilidad de la justicia, pues los problemas que tenía y todavía tiene España, no los crearon, ni los trajeron, ni los causaron los trabajadores, los funcionarios, la clase media, o las personas ajenas a la fiebre política o las ansias de poder y beneficio económico, sino que todas nuestras desgracias se gestaron en otros niveles y puestos de mando, y en la laxitud con el cumplimiento de las leyes, de las normas y del derecho natural, y ahora, con gran sorpresa y malestar, los españoles que quisieron cambiar de políticos, y dieron su voto, con alegre y abrumadora mayoría, a los que creían que iban a ser los salvadores de la maltrecha España, se han encontrado con la terrible realidad de que los inocentes están pagando los desmanes de los culpables, mientras éstos viven en el cómodo limbo del olvido feliz. Porque hubo políticos, banqueros, especuladores, manipuladores y corruptos, que no siguieron el camino recto, que atendieron preferentemente a su beneficio personal y no al general de los españoles, y que su incorrecto y doloso comportamiento fue la causa de las desdichas y angustias que estamos padeciendo.

Quizá el nuevo gobierno quiera desterrar la corrupción, enderezar España, equilibrar las finanzas, actuar con equidad y honradez y no salirse nunca del camino recto, pero no solamente hay que tener buenas intenciones y planes bien estudiados y madurados de actuación a corto, medio o largo plazo, y, por supuesto, honradez, sino que también se debe tener una idea clara de las prioridades de nuestra nación, de lo que es urgente y de lo que puede esperar, de las promesas hechas y todavía incumplidas, de dar los pasos precisos con energía, con valor, con rigurosidad, y con pulso firme, sin componendas ni debilidades, sin tener en cuenta el amiguismo, el corporativismo o las ideas políticas, religiosas o de otro tipo. La Justicia es una dama que tiene los ojos vendados, pero el fiel de la balanza que sostiene nunca se inclina a un lado o a otro. El gobierno debe cambiar de rumbo: el delincuente es el que tiene que pagar por sus errores, y en los últimos tiempos en España han proliferado los delincuentes, y muchos siguen sueltos porque nadie los persigue. Y también se promulgaron en España leyes abyectas,. injustas o contrarias a las leyes naturales, y el gobierno se sigue olvidando que en el Diccionario de la Lengua Española existe el verbo “derogar”, que no se debe arrinconar sino utilizar, que no se debe dejar enmohecer sino abrillantar.


Luis de Torres