sábado, 4 de febrero de 2012

EN LA ENCRUCIJADA DE LA GLOBALIZACIÓN

Las muchas leyes y normas que tenemos ahora y que son de aplicación a los alimentos que podemos encontrar en los supermercados, tiendas, y hasta en puestos de venta de escasa categoría, me han creado una especie de adicción mental que me lleva a buscar en los envases de los productos que se consumen en mi casa las características más destacadas de cada alimento, tales como kilo calorías, porcentajes de grasas, de hidratos de carbono, de azúcares, de sodio, y de otros componentes, aditivos, pesos brutos, netos o escurridos, fecha de envasado, fecha máxima o preferente de consumo, y origen de la materia prima, sin llegar a meterme, afortunadamente, en el intrincado camino de la trazabilidad, de la materia prima modificada genéticamente, o de los híbridos.

Quizá sea correcto que nos interesemos por la composición de los alimentos que consumimos, pues éstos tendrán una incidencia muy importante en nuestra salud, pero este punto de vista, que es digno de tenerse en cuenta, no debe distraer nuestra atención de otro aspecto que tiene una gran relevancia en la economía de nuestra nación. Me refiero al origen de los productos que adquirimos, pues conviene saber si son nacionales o extranjeros.

Hace unos días, estando con mi esposa en un supermercado, me entretuve en examinar unas bolsas de legumbres que atrajeron mi atención, y siguiendo mi inveterada costumbre de examinar los datos que aparecen impresos en los envases de los productos, me encontré con la sorpresa, para mí desagradable, de que todas aquellas legumbres no habían sido cosechadas en España, sino en países del continente americano, y siguiendo con mi curiosidad me encontré lo siguiente, con referencia al origen de aquellas legumbres:

Alubias blancas: Argentina
Alubias pintas y negras: USA
Lentejas: USA y Canadá
Garbanzos: USA y Méjico.

Me quedé pensando, y según mis recuerdos y mis andanzas por el suelo patrio, en Zamora y Salamanca se cosechan buenos garbanzos, así como excelentes lentejas en Tierra de Campos, y en cuanto a las alubias, existen pueblos y comarcas que presumen, y con razón, de cosechar en sus tierras buenas, y hasta buenísimas, alubias de distinto tamaño, color y textura, por lo que es justo mencionar a La Bañeza, Astorga, Benavente, Segovia, La Granja de San Ildefonso, el Barco de Ávila y Asturias. Y ¿cómo no voy a recordar la exquisita fabada asturiana, que he comido en distintos lugares asturianos?, o, asimismo, ¿cómo no va a venir a mi mente el rotundo y tonificador cocido maragato, cuyos componentes se toman en orden inverso a lo establecido en otras zonas, y que en ocasiones he gozado en los pueblos de la leonesa Maragatería?

Sin embargo, aparte de las reflexiones que he hecho de las legumbres españolas y del aprecio que tengo por ellas, lo que más me molesta y me duele es que ahora, como consecuencia de la globalización, de la práctica desaparición de las barreras arancelarias, de los acuerdos comerciales internacionales, de la capacidad de producción en otras zonas, de la disparidad de precios, o de otras razones que no conozco, los productos españoles han perdido su supremacía en nuestro país, han sido relegados a la trastienda del comercio de la alimentación, y mucho me temo que esta situación esté causando pesar, desasosiego y daños económicos a muchos de nuestros compatriotas del interior peninsular. Y lo malo, lo profundamente terrible, es que también otros productos españoles, de la alimentación o del vestido, del calzado o de la industria, o de otros sectores, están sufriendo el imparable y nefasto avance de la globalización, que nuestras autoridades no han sabido, o no han podido, o no han querido, regular en defensa de los intereses españoles.

Luis de Torres

4 de febrero de 2012.