martes, 22 de noviembre de 2011

EL FUTURO AZUL

Remedando a Federico García Lorca, que en su Romance Sonámbulo empezaba diciendo “Verde que te quiero verde”, yo también esperaba y deseaba un color y por mi mente bailaban los siguientes versos:

Azul que te quiero azul,
Que el rojo me está dañando,
Azul que te quiero azul,
Que el rojo me está matando.

y llegó el día glorioso en que el rojo se trocó en azul, y por España se extendió un manto con el color del cielo, sin nubarrones ni calimas, cuando el Partido Popular venció por mayoría absoluta en las elecciones del 20 de noviembre de 2011.

Habíamos pasado casi ocho años de problemas, dificultades, angustias, preocupaciones y colapso económico, y todo ello debido a la ceguera y a la incompetencia de un gobierno que solamente pensaba en asuntos intrascendentes que encajaban en esa política insensata y destructiva que se dio en llamar “progresista”, pero que, en la práctica, era una política regresiva, con la que se perseguía la demolición, el aniquilamiento y el exterminio de todos aquellos valores morales y nobles que habíamos recibido de nuestros antepasados, vinculados con la religión, la familia, el patriotismo, la unidad sin fisuras de los españoles, el orgullo de nuestra historia, la libertad, las costumbres, la educación, la urbanidad, el respeto a nuestros mayores, y muchas otras cosas que están en lo más profundo del acervo cultural y moral de la tradición española.

Los socialistas, que han sido un tremendo lastre para España, en parte por sus ideas y, especialmente, por su incultura y falta de sabiduría para gobernar una gran nación, nos han llevado a una situación de penuria y dificultad que será muy difícil desterrar. Sin embargo, su impericia y su discurrir por la izquierda en vez de ir por el camino recto, los han llevado a la catástrofe mayor de su historia reciente. En estas últimas elecciones, los socialistas, que parece que no quisieron darse cuenta del rechazo que habían recibido de la mayoría de los españoles en las votaciones municipales y autonómicas, pusieron en marcha la peor propaganda electoral posible, y así cosecharon el tremendo fracaso que ahora conocemos. Supongo que ya se habrán dado cuenta que seguir con sus mentiras e inexactitudes, con su demagogia barata, con la exposición contumaz sobre los peligros de la derecha y con el apoyo de personajes socialistas del pasado, que ya dejaron a España maltrecha y herida al terminar su mandato, no fue la mejor idea sino el mayor error que podían cometer.

Ahora, el nuevo gobierno que coja las riendas de España tendrá que hacer una profunda limpieza, derogar leyes abyectas que ofenden a muchos ciudadanos, suprimir enseñanzas de adoctrinamiento que coartan la libertad de las personas, enderezar las relaciones internacionales para mejorar la posición de España en el mundo, dejar sin efecto la llamada Alianza de Civilizaciones, que nada bueno nos ha traído o nos puede traer, regular o anular las donaciones, subvenciones y otros dispendios que no tienen sentido, que no proporcionan a nuestro país ningún beneficio, y que erosionan gravemente a nuestro erario, modificar la ley electoral para que las minorías no se puedan erigir en árbitros y señores de la política nacional y, asimismo, introducir en el código penal nuevas normas que endurezcan las penas, se determine el cumplimiento íntegro de éstas, y se anulen los beneficios penitenciarios.

Lo que pasará en el próximo futuro no lo sabemos. Sí conocemos que la tendencia política en nuestra patria va a cambiar, y eso lo celebramos y aplaudimos; confiamos en el buen hacer de los nuevos gestores y les deseamos el mayor éxito, pero, sobre todo, esperamos que sus acciones nos traigan a los españoles la esperanza, la felicidad, la alegría, el trabajo y la paz, que no tuvimos en los pasados años.

22 de noviembre de 2011

Luis de Torres




miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO?

Si echamos la vista atrás y nos remontamos a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, podemos encontrarnos con que los europeos, y, principalmente, los políticos europeos, ya estaban pensando en crear algunos mecanismos de unión entre los pueblos que tanto habían sufrido con la guerra, con la pretensión y el deseo de que un desastre tan horrible, sangriento, destructivo, disparatado y sin sentido, como la contienda mundial, no se volviera a repetir, y los primeros pasos se dirigieron a evitar que Alemania no pudiera fabricar armas de guerra, y este pensamiento dio lugar a la fundación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), con lo que se pretendía que el carbón, visto como energía, y el acero, como principal materia prima para fabricar armas, estuvieran controlados, regulados y gestionados por algunos países que seguían temiendo a Alemania. En aquellos momentos, por tanto, parece que todavía no existía la idea de crear una Europa unida, aunque Winston Churchill, poco tiempo después de terminar la II Guerra Mundial, ya pedía que se unieran los países europeos, posiblemente como una forma de buscar la paz duradera.

Posteriormente, y cuando el sueño de unir a los países europeos empezó a tomar forma, no sé si pensando en el poderoso sistema norteamericano, como alianza contra la teórica amenaza del comunismo, que se asentaba al este de las principales naciones europeas, o por ambos supuestos, el caso es que se llegó al entendimiento de firmar el llamado Tratado de Roma, que fue el primer paso firme hacia la creación de los Estados Unidos de Europa, que ahora llamamos Unión Europea, después de pasar por otro tramo anterior con el nombre de Comunidad Económica Europea, la cual fue creciendo a lo largo de varios años, mediante la autorización para que se incorporaran paulatinamente otros países que habían solicitado la entrada, y, teóricamente, después de haber cumplido unos requisitos que, en el fondo, exigían que la situación de cada nuevo miembro fuera de suficiente nivel para equipararse a los que ya estaban dentro del club europeo, y así formar una unión de naciones que fuera homogénea en la mayor medida posible, aunque después se ha comprobado que aquellos buenos y prudentes propósitos han fracasado y que ahora, con gran temor y preocupación, se observa que el enorme vehículo de la soñada Unión Europea ya no avanza por una buena carretera asfaltada sino por un pedregal bordeando farallones, acantilados o despeñaderos.

Grecia, una de las naciones que más quebraderos de cabeza está dando, entró a formar parte del grupo en 1.981, lo que supone que ya en aquella época se consideraba que la nación de los helenos, que había sido cuna de la civilización europea, maestra de los pueblos occidentales, y la más adelantada de su tiempo en las ciencias, las artes, la política, las letras, etc. era una candidata válida y cualificada para unirse al club europeo, pero, desgraciadamente, aquella apreciación basada quizá en la grandiosa historia griega y en el poderío de su marina mercante en la última mitad del pasado siglo, ha resultado en un total fiasco, y ahora la Grecia del Partenón, de Fidias, de Pericles, de Homero, de sus dioses y sus héroes mitológicos, y de tanta belleza, emoción y cultura que hemos recibido y asimilado de su civilización, está hundida, desprestigiada y llorando su propia tragedia griega. Su actual situación, donde la desesperanza, la ira, la traición, y el sufrimiento son penas comunes en el pueblo griego, habría encontrado en Sófocles suficiente material trágico para escribir una gran tragedia, a pesar de que en este caso los oráculos no habían predicho tal cúmulo de desgracias.

España ingresó en el selecto club europeo en 1.986, después de varios años de paciente espera, porque, en principio, no éramos una nación con suficientes credenciales como para codearnos con las que ya estaban dentro del grupo, pero, olvidando aquel pasado, y mirando al futuro, creo que la mayoría de los españoles recibimos de buen grado y con alegría la incorporación a la Comunidad Económica Europea, de la que obtuvimos importantes ayudas para mejorar nuestras infraestructuras, aparte de haber logrado un mejor puesto en el plano de nuestras relaciones internacionales.

Después, con mayor o menor fortuna, fueron pasando los años y España fue logrando avances, viviendo en democracia, aunque sin tener una conciencia plena de su significado, y pensando que estábamos moviéndonos hacia un futuro mejor. Llegó el siglo XXI, del que esperábamos grandes cosas, pero pronto despertamos con horror de nuestro sueño con la llegada del euro, esa nueva moneda que nos hacía más europeos y que, supuestamente, iba a reforzar nuestra economía y nuestras finanzas. ¡Craso error! El euro nos trajo una catástrofe económica, pues, casi de la noche a la mañana, nos encontramos sumidos en una inflación escandalosa, ya que los pícaros y otros desaprensivos asimilaron cien pesetas a un euro y se produjo una subida de precios, de facto, de aproximadamente un 60%, debido a ese cambio asignado a la peseta para la conversión a euros de 166,386 pesetas por cada euro. Y lo grave es que el gobierno no hizo nada, repito, nada, para cortar tajantemente aquel desorbitado abuso, ni tampoco se preocuparon de arreglar el problema los siguientes gobiernos. Mientras tanto, trabajadores, funcionarios, jubilados y pensionistas perdieron su poder adquisitivo y los dirigentes estatales, que, a partir del 2004, eran socialistas, siguieron sin acordarse del gravísimo daño que estaban sufriendo las clases bajas y medias. Habían encontrado una nación que todavía estaba en razonable buena condición y prefirieron seguir la senda de lo fácil y no meterse en un berenjenal que podía traerles problemas y disgustos. Sin embargo, la dejación que hicieron de hacer justicia en asuntos tan importantes como controlar y moderar la inflación, reprimir la especulación, vigilar y evitar las operaciones financieras de alto riesgo, regular y encauzar las hipotecas, y otras situaciones de desequilibrio que se estaban dando en el sector bancario, trajo a España la debilitación de la economía, las dificultades de las empresas, el desamparo y angustia de los trabajadores y un panorama de frustración y desesperanza.

Y por si no fuera suficiente la cantidad de problemas que habíamos generado dentro de nuestra patria, para añadir el insulto a la herida, como suelen decir los anglosajones, nos llegaron nuevas desgracias de ultramar, y empezaron a hablarnos de quiebras de sociedades financieras norteamericanas, de bonos basura, de calificación de la deuda soberana de los países, de prima de riesgo, y de otras lindezas, y siempre haciéndonos ver y saber que todas estas desgracias estaban en las entretelas de nuestra economía y que afectaban a todos los españoles.

No obstante, estas alarmantes noticias que, desgraciadamente, ya nos están dañando más de lo esperado, fueron negadas una y otra vez por el gobierno socialista, que seguía instalado en su ineptitud y en su crónico inmovilismo. Con el tiempo, nuestros gobernantes tuvieron que admitir que algo iba mal, o muy mal, en nuestro país, pero ya era demasiado tarde para cambiar la tendencia. Por otro lado, la injerencia de varias agencias de clasificación de riesgo, radicadas en los EE.UU., que no tendrían que haberse erigido en árbitros de la economía europea, dando publicidad a las supuestas o reales debilidades financieras de varias naciones, incluida España, para poder hacer frente al endeudamiento que tenían, desestabilizó todos los sistemas financieros y creó un enorme malestar y preocupación en todos los países, no sólo en los que, teóricamente, estaban en peor situación, sino, asimismo, en aquellos que tenían mayor fortaleza, pero que temían que se produjera un cataclismo en la zona euro.

Así las cosas, los europeos estamos estupefactos al contemplar que países como Irlanda, Portugal, Grecia y ahora Italia están en serias dificultades, y que la lista de naciones que también pueden unirse a las ya citadas, como son España, Austria, Bélgica, Francia, etc., cuya solvencia puede ponerse en entredicho, nos lleva a una terrible pregunta: ¿Qué políticos han accedido al gobierno a lo largo y ancho de nuestra querida Europa? Parece obvio que si las personas que nos gobiernan hubieran sido elegidas entre hombres y mujeres bien cualificados para ejercer sus cargos, y, por supuesto, honrados, honestos, prudentes, comedidos, íntegros, razonables, justos, y sin más deseo que llevar a sus pueblos por el buen camino del trabajo, del entendimiento y de la paz, estamos seguros que ahora no nos encontraríamos en tan oscura y dura situación.

Y si todas esas virtudes y condiciones se dan en todos nuestros gobernantes, o en buena parte de ellos ¿Por qué están apareciendo tantas fisuras en la vida económica y financiera de las naciones? Habrá que buscar las causas y corregirlas y, si existe delito, castigarlo. Los europeos queremos trabajo, orden y paz. No podemos caminar por la senda de la preocupación, la desesperanza o la miseria.

Luis de Torres

16 de noviembre de 2011









miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿AYUDA HUMANITARIA?

¿AYUDA HUMANITARIA?

El pasado domingo, 6 de noviembre de 2011, los españoles recibimos la terrible noticia de que un compatriota nuestro había muerto en tierra afgana al recibir un disparo procedente de unos supuestos guerrilleros talibanes.

Lo de menos es saber quién disparó el proyectil asesino que segó la vida joven del sargento primero Joaquín Moya Espejo, porque lo grave, lo desesperante y lo insensato es que los soldados españoles estén en Afganistán para morir estúpidamente en una guerra que no tiene ningún sentido para nosotros y en la que estamos metidos porque así lo han querido nuestros políticos, no sé si por algún interés noble o razonable, que lo dudo, o simplemente espurio, o porque formamos parte de eso que, en general, se llama la geopolítica occidental.

Cualquier razón subyacente que quiera justificar nuestra presencia en Afganistán con soldados, material de guerra y bagaje militar es un despropósito, y aún más cuando a los españoles se nos viene diciendo que España no acude para luchar en una guerra sino para prestar ayuda humanitaria. Y mientras seguimos metidos en este peligroso laberinto de violencia, los soldados españoles, por una causa o por otra, siguen muriendo, y la cifra de bajas que ya estamos contabilizando creo que está acercándose al centenar. ¿Por qué en Afganistán no se ha tomado la decisión de retirar las tropas como se hizo, incomprensiblemente, en Irak?

Actualmente, hasta los estadounidenses, cuya nación es la principal implicada en esta guerra, quieren marcharse de allí, donde ya han tenido 1.786 muertos y más de 14.000 heridos, donde están gastando ingentes cantidades de dinero, y porque se están dando cuenta de que, después de 10 años de guerra, la situación no mejora, no se logran objetivos, y no creen que su nación salga victoriosa de tan larga y costosa contienda.

Los españoles no queremos que la tierra afgana, ni ninguna otra, se tiña de rojo con la sangre de nuestros compatriotas. Tampoco queremos padres, esposas e hijos que lloren la pérdida tan brutal e inesperada de un ser querido.

Gloria y descanso en paz para Joaquín Moya Espejo y todos nuestros caídos.

Luis de Torres

8 de noviembre de 2011

viernes, 4 de noviembre de 2011

DANICA CAMACHO

Según nos dicen los medios de comunicación, Danica Camacho es una niña que acaba de llegar al mundo en la ciudad de Manila, en Filipinas, y no sé quiénes, si su familia, los que ayudaron en el alumbramiento, las autoridades filipinas, o los dirigentes de alguna organización de tipo estadístico, familiar o demográfico, han declarado que esta niña es la que alcanza la cifra de 7.000.000.000 (Siete mil millones) en el recuento de la población humana. Asimismo, se ha publicado que, en distintos lugares, también han reivindicado que otros bebés son los que tienen el derecho de ostentar el citado número.

A mí me da igual a qué bebé se le otorga esta distinción, que, en principio, es muy difícil de dar y de acertar, pues son muchos los niños que están llegando a nuestro planeta al mismo tiempo y en diferentes latitudes y longitudes. Lo que a mí sí me importa es el imparable crecimiento de la humanidad, pues parece que no nos damos cuenta de que vivimos en un mundo finito, que es el único que tenemos, que no sabemos que exista otro que nos pueda acoger, a pesar de los millones de cuerpos celestes que tenemos a nuestro alrededor, en los cuales quizá haya vida, o la hubo, o pueda haberla en el futuro. No sé si algún día podremos desentrañar ese tremendo misterio sobre la posible vida fuera de nuestro mundo. Quiero creer que sí la habrá, pues no deseo caer en la vanidad de pensar que somos únicos en la vastedad universal.

Danica Camacho y los miles de bebés que estén naciendo estos días tendrán la suerte y el privilegio de conocer un mundo con tal diversidad de vida, de paisajes, de fuerzas naturales, de materiales, de colores, de comportamientos, de luces, sombras y oscuridad, que sus sentidos quedarán ahítos de asombro ante tanta belleza y maravilla, de difícil comprensión para sus jóvenes mentes, sin darse cuenta, de momento, que ellos forman parte importante y destacada del milagro de la vida.

Sin embargo, ese crecimiento exponencial del género humano está creando tal tensión o presión sobre los recursos de nuestros planeta que, si no lo remediamos, llegará algún día, no excesivamente lejano, que la vida en nuestro mundo se colapsará, primero con la desaparición de muchas especies, tanto terrestres como marinas, porque habremos ido destruyendo su habitat, y después nosotros, los causantes del desequilibrio natural, que en nuestros insensatos deseos de crecimiento y conquista, habremos ido poniendo en el camino de la vida barreras, obstáculos, restricciones, modificaciones, abusos y todo tipo de alteraciones y aberraciones en aras de una supuesta mejora en la calidad de vida, sin darnos cuenta, debido a nuestra ceguera e insensatez, que estábamos galopando hacia la destrucción de nuestro hermoso mundo.

Los siete mil millones de habitantes a que hemos llegado nos deben llevar a una serena reflexión: no debemos seguir por esta senda de crecimiento, pues aunque ahora el mundo es capaz de producir suficientes alimentos para todos, nos encontramos con que existen muchas zonas donde la población pasa hambre, donde escasea el agua potable, donde la educación y la cultura son de escasa significación, y donde las condiciones de vida son deplorables. Al mismo tiempo, estamos asistiendo, a nivel mundial, al saqueo de los mares, a la desaparición paulatina de los bosques y de la tierra fértil, y a la contaminación del aire. Incrementar la población humana no parece la mejor idea para cuidar de nuestro mundo y de las especies que lo pueblan. Si queremos lo mejor para nuestros hijos y nietos, y para los que vengan después, hemos de regular la natalidad con normas, costumbres o leyes que mantengan un equilibrio entre nacimientos y fallecimientos y se atenúe ese disparatado crecimiento que tenemos ahora. Y que conste que en ese equilibrio no deben intervenir las guerras, ni las epidemias, ni el aborto. Si un nuevo ser humano llama a la puerta de la vida, ésta debe abrirse de par en par. Por eso, desde aquí damos la bienvenida a este mundo a Danica Camacho y a todos los bebés que siguen naciendo.

Luis de Torres

3 de noviembre de 2011