domingo, 24 de abril de 2011

Y DESPUÉS DE ESTE PRESENTE, ¿QUÉ?

Durante la primera mitad del siglo XX se solía comentar que nuestro futuro estaría amenazado por lo que se dio en llamar “el peligro amarillo”, quizá porque ya en aquellos tiempos se comenzaba a saber que el crecimiento demográfico de China era muy importante y se vaticinaba que en los años venideros la invasión asiática era algo inevitable. Aquellas predicciones no estaban suficientemente claras, pues mientras algunos creían que la invasión amarilla se llevaría a cabo con ingentes cantidades de guerreros armados con armas convencionales, otros pensaban que se produciría con la marcha inexorable e imparable, pero pacífica, de legiones de chinos avanzando sobre Europa.

Sin embargo, “el peligro amarillo” no nos ha llegado como se pensaba hace varias décadas, y los augurios belicistas, afortunadamente, no se han hecho realidad, pero los habitantes de China se han ido extendiendo calladamente, sin estridencias, poniendo negocios aquí y allá, ocupando bajos, naves, tiendas en decadencia, recodos, esquinas, cruces de caminos y en cualquier sitio donde exponer sus mercancías. Sus primeros asentamientos los hicieron al amparo de restaurantes de comida china, y los españoles nos acostumbramos a los rollitos de primavera, a los platos con base en brotes de bambú, al pato a la naranja y al arroz tres delicias, o con otras denominaciones, pero los supuestos encantos de la comida china no fueron capaces de borrar de nuestra gastronomía ni la tortilla española, ni las chuletas a la brasa, ni el cochinillo asado, ni la paella, ni la pata de cabrito, ni la ensalada mixta, ni el “pescaíto” frito, ni el arroz con bogavante, etc. etc.

Pero si los restaurantes, que fueron la avanzadilla del peligro amarillo, no llegaron a colonizar en gran medida el mercado comercial español, los chinos no se desanimaron ni cejaron en su empeño de echar raíces en territorio español y pusieron en marcha su plan masivo de colocar productos chinos, de todo tipo y clase, a precios suficientemente bajos como para atraer fácilmente al comprador español. Y lo consiguieron, y no solamente poblaron de tiendas los cuatro puntos cardinales de nuestra patria, sino que, además, se introdujeron en los negocios regentados por españoles y también éstos empezaron a vender, a precios asequibles, las prendas y los productos donde campeaba la etiqueta “Made in China”.

Quizá muchos españoles pensaron que era bueno poder adquirir artículos a precios relativamente bajos y, en general, no hacían mucho caso a este fenómeno, ni les preocupaba saber dónde, cómo y de qué manera se había fabricado aquel producto que estaban comprando, a pesar de que el origen del artículo, su precio, su distribución y la tienda que lo vendía, sí tenían una gran importancia en la economía nacional española. La aparición en el mercado de productos de bajo precio y aceptable calidad, que podía ser bueno para una parte de los consumidores, era, en el fondo, el principio del fin de muchas industrias españolas, incapaces de competir con las empresas asiáticas a cuyos trabajadores les pagaban salarios muy por debajo de los niveles fijados en España en los convenios colectivos. No es de extrañar, por tanto, que esta situación fuera generando cierre de empresas y paro, aunque, al parecer, el gobierno de nuestra nación no tenía en cuenta este problema y nada hacía, ni nada hace actualmente, para evitar la degradación de parte de nuestra industria. La colocación de la deuda pública española en el mercado financiero chino parecía tener más importancia, o era más urgente, que reducir el peligro amarillo que ya lo teníamos dentro de nuestras fronteras. Sin embargo, la reciente visita a China de nuestro presidente del gobierno no parece que haya tenido, de momento, resultados muy positivos en el plano financiero.

Por otro lado, los sufridos españoles, esos que padecemos el paro, los recortes de sueldo, la congelación de pensiones y otras desgracias, nos damos de bruces cada día con noticias desalentadoras, que no nos traen ninguna esperanza y sí miedo y preocupación por el futuro de nuestras familias. Últimamente, y para aumentar la angustia que nos asfixia, se nos dice que la inflación ya está en el 3,6%, aunque quizá sea mayor, pues también nos informan que en un año los alimentos han subido un 13% y la gasolina un 20%, que la morosidad en la banca roza, o ya ha alcanzado, un 7%, que prueba la miseria a que está llegando una parte de la sociedad española, incapaz de hacer frente a sus obligaciones financieras, que España sigue gastando mucho dinero en guerras inútiles, o soportando, y no corrigiendo, la pesada y complicada burocracia estatal y autonómica, o, a pesar de la oposición finlandesa, entregando fondos en aportaciones para rescatar a otras naciones de la Unión Europea, y con el temor de que algún día nos tengan que rescatar a nosotros. Y para que el cúmulo de malas noticias tenga alguna variación en los temas corrientes, la Telefónica, que es una empresa que gana mucho dinero, y que no está afectada por la crisis, nos obsequia con la noticia de que quiere despedir a 5.600 empleados (con la carga que eso supone para el Estado, además de la injusticia que hace a sus trabajadores), con lo que sus clientes tendremos aún peor servicio que el actual, que ya no es bueno, pues no hay oficinas donde acudir, y para hacer cualquier consulta hemos de llamar por teléfono y hablar con una máquina, que es bastante desagradable, pues muchas veces no la entendemos, ni ella nos entiende a nosotros.
En consecuencia, con todo lo malo que nos rodea actualmente y la inoperancia del gobierno, los ciudadanos nos preguntamos qué otros disgustos y sufrimientos nos traerá el próximo futuro.

Menos mal que la naturaleza no es tan perversa ni agresiva como la situación que estamos viviendo, y después de escribir este artículo me he ido a contemplar una maceta que tengo en la terraza y me he quedado absorto y maravillado viendo cuatro orquídeas de delicados colores que me ofrecían, como un regalo primaveral, toda su increíble belleza, asomándose desde sus enhiestos tallos. Gracias a Dios todavía existen cosas buenas que serenan nuestro espíritu.

22 de abril de 2011

Luis de Torres