jueves, 15 de abril de 2010

BANDO DE LA HUERTA

BANDO DE LA HUERTA

Quizá sea esta fiesta la más arraigada en el valle donde está enclavada la ciudad de Murcia, ya que recoge todo el acervo de tradiciones, costumbres, labores, herramientas y trajes de los habitantes de la huerta, así como la peculiar forma de hablar de ese derivado del latín, que llamamos panocho, pero que a mí me gusta enaltecer llamándolo lengua romance murciana.

El desfile de ese bando que derrama sobre la ciudad todas las esencias de la huerta inmemorial debe continuar, año tras año, aunque la rica y fértil tierra que fue dejándonos el río Thader durante siglos vaya desapareciendo bajo el cemento y el asfalto, y aunque las acequias se mueran de sed y ya no se oiga el murmullo del agua en sus cauces, y a las moreras, olvidadas y melancólicas, ya no se les recoja el jugoso alimento que los laboriosos gusanos convertían en hilos de seda. El bando debe seguir para recordarnos lo bueno y hermoso que teníamos alrededor de la ciudad, aunque la huerta que representa haya perdido, para nuestra desgracia, parte de su encanto, de su aroma, del duende verde, luminoso y sonoro que la envolvía.

Sin embargo, aunque el Bando de la Huerta merece nuestro cariño y felicitación, no ocurre así con la invasión de Murcia, por parte de miles de pseudo-huertanos que se visten con el traje típico de la huerta, pero que tienen muy poco o nada de huertanos, que se reúnen en jardines y plazas para, supuestamente, disfrutar de la fiesta, pero que sólo se congregan para gritar, vociferar, comer algo, y beber alcohol en exceso disfrazado de refresco, convirtiendo lo que podría ser una alegría sana, exultante y hermosa en un espectáculo desagradable, bochornoso, indigno, incívico, que genera asco y desprecio, y que sólo da mala fama y peor nombre a nuestra ciudad. En ese infausto día sentí pena y repugnancia por todo lo que estaba sucediendo: Me acerqué al jardín de la antigua fábrica de la pólvora y vi jóvenes de ambos sexos con claros signos de embriaguez, caídos en el suelo, orinando en cualquier sitio, defecando dentro de algunos inmuebles, vomitando en el jardín, las calles y los portales, dejando botellas, plásticos, papeles, envases, restos de comida, basura de todo tipo y olores nauseabundos por doquier, hasta que el citado jardín se transformó en un inmenso vertedero, sucio y asqueroso, que parecía ser el foco de peligrosas epidemias.

No quiero pensar que esta juventud sea la que deba sustentar el futuro de España. La falta de valores cívicos y morales se hace evidente. Y si no se sabe o no se puede educar mejor a nuestros jóvenes, más vale que se prohíban estas reuniones festivas, que nada tienen de culturales y sí mucho de mala educación y vandalismo.

14 de abril de 2010

Luis de Torres