sábado, 31 de enero de 2009

DESMESURA

Contemplando a mi alrededor los problemas derivados de la crisis económica que estamos viviendo, y sufriendo yo mismo, en mis carnes, los perniciosos efectos de esta situación, me puse a cavilar sobre las causas que nos han traído tantas desgracias, penalidades, angustias y temores, y cómo pudo ocurrir que, casi de la noche a la mañana, hayamos pasado de ocupar un puesto preeminente entre las naciones de la Unión Europea, como nos han dicho tantas veces los políticos que están en el poder, a encontrarnos ahora en uno de los últimos peldaños del ranking europeo.

Algunos, con toda seguridad, lo estuvieron haciendo mal y, al parecer, siguieron por el camino del error sin querer rectificar, y cuando el problema se ha convertido en un monstruo descomunal e indomable, esos que lo hicieron mal, lejos de reconocer su posible culpa, comenzaron a escudarse en motivos exógenos o en irregularidades de otras personas, con el propósito de derramar sobre muchos la falta o el delito de unos pocos.

Seguí dándole vueltas a la cabeza. ¿Dónde estaba la generación del problema? ¿Se había iniciado como una consecuencia lógica de la lucha continuada del hombre por avanzar en este mundo tan competitivo? ¿Se había gestado en la ambición y en la codicia? ¿Era el resultado de la paulatina pérdida de valores morales? Seguí con mis cavilaciones. Resultaba difícil aunar todas las posibles causas para hallar un desarrollo lógico del fenómeno que nos ha llevado a la crisis. Por fin, y casi sin darme cuenta, apareció en mi mente una palabra: Desmesura. Efectivamente, en este vocablo estaba el principal pecado que nos ha traído la actual hecatombe económica.

Porque desmesura fue la disparatada elevación de precios que se produjo con la entrada en el euro, y no porque el euro fuera intrínsecamente perverso, sino porque la perversión brotó de muchas mentes que vieron en el cambio de la moneda un camino para alcanzar la riqueza.

Porque desmesura fue lanzarse obsesivamente a la construcción de viviendas en cantidades que superaban con mucho las necesidades reales o estimadas, ya que la prudencia, la lógica y el sentido común se dejaron a un lado, o se borraron de la lista de virtudes humanas, para dejar paso a la locura de un rápido y espectacular enriquecimiento.

Porque desmesura fue fabricar más vehículos de los que razonablemente se podían vender en España o exportar al extranjero, porque aquí también se olvidaron de hacer cálculos reales sobre la capacidad de compra de nuestro mercado, y eventualmente de los mercados exteriores, y sólo se pensó, como en el sector inmobiliario, en lograr unos sustanciosos beneficios.

Porque desmesura fue la alegre concesión de préstamos hipotecarios para adquirir viviendas y vehículos por un importe igual o superior al valor objetivo de tasación del bien a hipotecar, cuando la buena práctica bancaria siempre había aconsejado no superar el 70 ó 75 por ciento del valor real. Sin embargo, el sistema bancario se contagió de la insensatez de la economía, quiso seguir obteniendo pingües beneficios, y comenzó a pisar terreno pantanoso, buscando el pasivo necesario para sus disparatadas inversiones fuera de nuestras fronteras.

Porque desmesura fue, y aún lo sigue siendo, permitir la invasión de inmigrantes más allá de lo necesario para nuestra economía, en vez de haber regulado la llegada de estas personas de manera que su entrada en España hubiera sido buena para nosotros y también para ellos.

Porque desmesura fue que las autoridades municipales, autonómicas y estatales se sumaran a la efervescente, pero peligrosa e imprudente, economía, y elevaran tasas sobre servicios o impuestos sobre actividades por encima de la inflación reconocida oficialmente, o dedicaran parte de sus recursos a proyectos innecesarios.

Porque desmesura fue, es, y será, tener la idea envenenada de que siempre hemos de crecer, crecer y crecer, sin darnos cuenta de que estamos en un mundo finito, que tiene límites, que es el único que tenemos, y que no podemos agrandar por mucha que sea nuestra ambición, pero que sí podemos destruir, y con él a nosotros mismos, si no asumimos la filosofía del equilibrio, la ponderación y la mesura en todos los órdenes de nuestra vida.

Y por si no fuera bastante la desmesura en que habíamos caído en España por nuestra obcecación en perseguir y adorar ciegamente al becerro de oro, de allende el océano nos llegaron las pestilencias financieras que, en principio, se nos presentaron envueltas en papel dorado y perfumadas con la más exquisita de las fragancias, y muchas mentes, supuestamente despiertas y expertas, cayeron en el engaño y les dieron gato por liebre, y, a su vez, extendieron el hedor de aquellos productos podridos y sin valor entre otras capas de la sociedad que vivían en la citada obcecación, o no tenían conocimiento o experiencia de los caminos peligrosos y torcidos de las finanzas.

Ahora sólo nos quedan los lamentos, los gemidos y las quejas, pero al contrario de los judíos que tienen su propio muro de las lamentaciones, que les conforta y les anima, nosotros sólo podemos lamentarnos en el vacío, porque ni tenemos muro, ni instituciones que nos escuchen, ni personas que nos alienten. Por ahora, sólo tenemos la esperanza de alcanzar un futuro mejor cuando las personas, los colectivos de cualquier clase, y los líderes, mandatarios y gobernantes sigan el camino recto de la mesura y el comedimiento, después de haber arrojado de su altar y destruido el becerro de oro.

Luis de Torres

30 de enero de 2009

jueves, 22 de enero de 2009

EL RAYO QUE NO CESA

En un periódico gratuito que me entregaron el día 16 de enero de 2009, pude leer lo siguiente: El BCE (Banco Central Europeo) recorta medio punto el tipo de interés. En tres meses se ha reducido en 2,25 puntos.

La noticia, a pesar de que ya había sido anunciada como una nueva actuación del BCE, volvió a molestarme y a parecerme una injusticia, aparte de la ineficacia que pueda tener en la resolución de la crisis española. Enseguida, mi mente recordó un libro de poemas de Miguel Hernández, el malogrado poeta oriolano, titulado “El rayo que no cesa”, y, en particular, un cuarteto de su poema No.10, que dice:

Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.

Y aunque Miguel Hernández se refería a las penas y cavilaciones que le causaba el incesante rayo amoroso que le atormentaba, a mí el rayo que me duele y me lastima es un rayo destructor, que nada tiene de poético sino mucho de prosaico.

En efecto, las autoridades monetarias, en busca de una solución al problema económico que estamos padeciendo, provocado por la ambición, la codicia y la ausencia de moralidad de algunos de los grandes grupos financieros, y, además, en España, para mayor desgracia nuestra, por la especulación rampante en cuestiones de suelo y construcción, que ningún gobierno quiso poner coto, toman la decisión de ayudar a buena parte de los causantes del problema y a penalizar a todas las personas que hemos actuado correctamente, que hemos tenido como norma el ahorro, aunque fuera mínimo, que es la base de una economía sólida, pues con ese ahorro, debidamente canalizado por la banca, se hacen las inversiones que generan riqueza y trabajo, o se ayuda a la nación adquiriendo la deuda pública.

Sin embargo, las autoridades monetarias no tienen en cuenta que la solución de la crisis no puede pasar por machacar a los ahorradores, despojándoles de su justa remuneración por su esfuerzo ahorrador, y perpetrando la injusticia de castigar y dañar al inocente, como camino para reparar la hecatombe que han traído a la humanidad los poderosos en el manejo del dinero, así como los grandes dirigentes políticos, estos últimos por no haber sabido, o podido, o deseado frenar a tiempo la peligrosa manipulación de la economía.

El rayo que no cesa; es decir, la insensata rebaja de los tipos de interés, puede seguir aplicando su efecto destructor, pero continuará siendo una pobre solución, quizá una mayor inflación, y finalmente una desconfianza más acentuada en los poderes públicos, porque la democracia que malvivimos está más al servicio de los partidos que al del bienestar de los ciudadanos. Menos mal que éstos, sobre todo los más humildes, entre los que nos encontramos los trabajadores, funcionarios, jubilados y pensionistas tenemos los huesos hechos a las penas y a las cavilaciones nuestras sienes, como ya escribió en su día el gran poeta Miguel Hernández.

Luis de Torres

LA IMPORTANCIA DE LA INFORMÁTICA

Hace unos días llamé por teléfono a un taller oficial de reparación de automóviles para que me dieran una cita para revisar mi vehículo y, sorprendentemente, me dijeron que no podían darme la cita solicitada, de la misma forma que en otras ocasiones, porque su sistema informático estaba estropeado. Me rogaron que llamara más tarde, a ver si el problema ya había sido solucionado, pero cuando volví a telefonear la situación no había cambiado. Finalmente, cogí mi coche y me presenté en el taller y, además de disculparse por los inconvenientes surgidos, me prometieron hacer aquel mismo día la revisión solicitada, y cumplieron su promesa. Sin embargo, la hoja de recepción, el parte de trabajo y la factura que me presentaron al final de la jornada se hicieron a mano, pues a lo largo de todo aquel día el sistema informático no funcionó. Me fui del taller con la sensación de que habíamos retrocedido a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, cuando los ordenadores personales, los populares PCs, todavía no habían llegado a nuestras vidas. Y es que la informática ha transformado de tal manera la forma de trabajar, de ordenar las labores, de acortar los tiempos, de hacer fácil lo difícil y hasta de hacer bello lo feo y desagradable, que cuando se enfrenta una persona, acostumbrada ya a la informática, a un documento hecho a mano, con una caligrafía mediocre, con unos números casi garrapateados y con unas alineaciones torcidas, siente instintivamente una sensación de rechazo por aquel documento, en el que ve vulgaridad, desorden y atraso.

Y como consecuencia de lo relatado anteriormente, me vino a la cabeza el problema que leí hace poco en los periódicos y que también pude ver comentado en la televisión: La falta de regulación oficial de los ingenieros de informática. Indagué un poco sobre este asunto y empecé a conocer normas tan extrañas para mí como la llamada Transposición de la Directiva de Servicios, como consecuencia de la cual se creó el Grupo de Trabajo Interministerial para el estudio y aplicación de la mencionada norma, pues, según parece, se pretende hacer homogéneas en todos los países de la Unión Europea las distintas leyes y disposiciones relativas a una misma materia, servicio o actividad. Visto así, si es que mi interpretación es correcta, resulta lógico que, dentro de la gran nación europea, como llegará a ser la presente Unión Europea, las leyes sean iguales en todos los territorios. Sin ninguna duda, un cambio de tal naturaleza tendrá que ser un parto muy doloroso, pues la criatura que nazca será robusta y de gran peso.

Pero siguiendo con mi pequeña y escasa investigación, me he encontrado con algunos aspectos que son difíciles de entender, y que vienen a demostrar, una vez más, que los intereses creados, el corporativismo, las luchas políticas, el ansia de poder, la intransigencia, la insolidaridad y otros demonios que se empeñan en romper el entendimiento, la buena voluntad, la equidad, la justicia en su estado primigenio y la lógica, ponen trabas para que todos los ciudadanos sean tratados por igual, a pesar de que nuestra Constitución, en su artículo 14, diga que todos los españoles somos iguales ante la ley.

Hago esta reflexión porque me he enterado de que los ingenieros informáticos no están teniendo las mismas prerrogativas y derechos que tienen otras personas con títulos universitarios diferentes. Y cuando yo pregunto por qué ocurre esto, recibo una respuesta incongruente y sin fundamento: Porque la profesión de ingeniero informático no ha sido regulada. Quizá sea porque es una profesión muy joven, pero esto no parece una razón suficiente, porque el propio hecho de que el Estado español conceda un título de grado superior entraña la obligación de que a esta disciplina universitaria se le concedan los mismos derechos, prerrogativas y acciones que a otras profesiones de igual rango, como pueden ser las de arquitecto, ingeniero industrial, ingeniero de telecomunicaciones, químico, abogado, médico, etc., por citar algunas profesiones bien conocidas. Por tanto, si la profesión de ingeniero informático no ha sido regulada todavía, pues hágase la regulación de forma inmediata, ya que mientras no se efectúe, existirá un agravio comparativo y una injusticia latente. En profesiones reguladas no se consiente el intrusismo, y, por tanto, no se concibe que la medicina la pueda ejercer una persona que no haya estudiado nada, o solamente algunas asignaturas, o que únicamente tenga experiencia como curandero, o que alguien pretenda defender una causa ante los tribunales de justicia habiendo estudiado solamente el primer año de Derecho, por muy buenas notas que hubiera obtenido, o que un proyecto para levantar un edificio de veinte pisos lo pueda redactar y firmar una persona que sólo hubiera estudiado en el bachillerato matemáticas y geometría, pues en todos estos posibles casos, y, por supuesto, en los relativos a otras profesiones, es condición “sine qua non” que la persona tenga una titulación universitaria oficial, concedida por el Estado y firmada por las autoridades académicas en nombre del máximo mandatario de la nación. Entonces ¿por qué se consiente el intrusismo en la profesión de ingeniero informático y el propio Estado pone trabas e inconvenientes a la debida regulación oficial de esta profesión?

Por otro lado, no sabemos para qué se creó hace relativamente poco el Ministerio de Igualdad, pues hay que pensar que no solamente sería para regular la igualdad de géneros; es decir, el mismo número de personas masculinas y femeninas en cualquier profesión, actividad o empleo, pues la igualdad y la ecuanimidad debe alcanzar a todos los órdenes de la vida, para que los derechos y obligaciones sean iguales para todos, y que no se produzcan aberraciones tan disparatadas como negar la regulación a los ingenieros informáticos, que tienen titulación superior, permitir el intrusismo sin ninguna limitación y devaluar alegremente una profesión cuyo estudio es tan duro, difícil, largo y complicado, si no más, que los que se cursan para obtener otras titulaciones, que sí están debidamente reguladas. Por eso, pido a la Sra. Ministra del citado Ministerio de Igualdad que se interese ya, sin más demora, por resolver el agravio que están sufriendo los ingenieros de informática, porque es algo que atañe directamente a su Ministerio.

Después de lo expuesto anteriormente, comprendo las quejas de los ingenieros informáticos y de los estudiantes de esta disciplina universitaria, y, además, pienso en el enorme peso específico que tiene esta moderna profesión. Recuerdo mi petición de una cita en el taller automovilístico y entiendo la tremenda dependencia que tenemos actualmente de los sistemas informáticos. ¿Alguien ha pensado que la musculatura más importante de la nación se mueve con los impulsos electrónicos de la informática? ¿Qué ocurriría si todos los ingenieros informáticos que son los guardianes, cuidadores, sanadores y reparadores de la informática se declararan en huelga y no funcionaran los sistemas? Posiblemente, sería una situación más allá del caos total. Alguien del gobierno tendría que pensarlo. No es bueno que exista una espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas.

Luis de Torres

22 de enero de 2009

domingo, 4 de enero de 2009

SIEMPRE SUFREN LOS MISMOS

Cuando escuché la noticia exclamé: ¿Cómo es posible? y continué con la siguiente pregunta: ¿De dónde saca el gobierno el 2,4% de inflación en el mes de noviembre de 2008?
Me pareció increíble; es decir, no creíble, que, después de vivir durante todo el año 2008 con una inflación muy elevada, ésta hubiera caído súbitamente al 2,4%, muy cerca de lo previsto por el gobierno. Luego recordé que el tipo de inflación de noviembre sirve de referencia para la actualización de las pensiones y, naturalmente, a menor tipo mayor ahorro para las arcas del Estado. Por eso, aunque parezca que soy mal pensado, por mi mente pasaron sospechas de que este tipo de inflación de noviembre había sido convenientemente manipulado por las autoridades, a las que quizá importe muy poco los problemas, las penurias y las dificultades de muchos jubilados y pensionistas, que, al fin y al cabo, son personas a las que queda poco tiempo para quejarse y que, además, son incapaces de unirse y formar un colectivo que, con sus votos, podría quitar o poner gobiernos.

Es cierto que durante noviembre y diciembre de 2008 han bajado los precios de los carburantes, pero no es menos cierto que el precio de los alimentos básicos no se ha reducido y se mantiene al nivel que alcanzó hace algunos meses cuando sufrimos una oleada de subidas injustificadas, pero que quisieron justificarnos con la elevación del precio de los cereales, por la gran demanda que había de los mismos para la fabricación del biodiesel, y también del pan, de los piensos, de la leche y sus derivados, y prácticamente de todos los productos que componen la cesta alimentaria. Y ese incremento de precios llevó a la inflación a moverse durante los primeros meses de 2008 a niveles superiores al 4%, llegando en marzo al 4,6% y en julio al 5,3%, que fue su cota más alta, y solamente en octubre se situó en el 3,6%. Estos porcentajes nos muestran que durante doce meses, de noviembre 2007 a octubre 2008, la inflación media fue superior al 4% o quizá al 4,3% ó 4,5%. Por tanto, hay que pensar que la actualización de las pensiones no se hace para que el pensionista o jubilado no pierda poder adquisitivo, pues presentarlo así es una falacia, ya que existe una evidente pérdida de poder de compra. ¿Quién va a resarcir a los pensionistas de la elevada inflación que han tenido que soportar durante prácticamente todo un año? Otra cosa sería si el gobierno, velando por el bienestar de los ciudadanos que dependen de una pensión, y en un acto de verdadera justicia, efectuara la actualización aplicando el porcentaje que resultara de hallar la media aritmética de la inflación publicada mensualmente durante los últimos doce meses.

Si no se va a hacer así, y no se piensa ni siquiera en modificar para el próximo futuro la norma vigente, pensionistas y jubilados seguirán siendo los grandes perjudicados, como ya les ha ocurrido recientemente con la bajada de los tipos de interés, que les ha dejado sin ese modesto ingreso que, en algunos casos, les proporcionaba el pequeño ahorro que, como hormiguitas previsoras, fueron creando peseta a peseta o euro a euro. El sufrimiento, por una causa o por otra, sigue siendo el patrimonio de los mayores.

3 de enero de 2009